El profesor Juan Alcaide traza en su cuento una historia con dos niños como protagonistas, lanzados a una aventura donde la fantasía se encaja a la perfección en un medio real, cercano y reconocible para los pequeños. Una combinación que está en la esencia de lo que debe ser una narración infantil y que aquí está perfectamente ejecutada. Los niños avanzan encontrándose con personajes mágicos que les ayudan en su periplo, hasta llegar a la prueba final, la de ayudar al gigante Petulante al que consiguen deshacer del encantamiento en el que está atrapado por su mala actitud.

Pequeños héroes al estilo clásico, recorriendo un camino de transformación en el que se hacen mejores, impulsados por el encuentro con personajes que los ponen ante su propio espejo. Algún recodo para una narración paralela. Un reto final, un gesto de arrojo, la liberación del mal, el triunfo, la pequeña gloria para los triunfadores y moraleja final. Literatura universal, imperecedera, de la que siempre funciona y llega al corazón. Todo bien engranado, bien contado. Perfecto. Un cuento clásico, con los valores que permanecen, para los niños de hoy día, que detrás de la tecnología, siguen siendo siendo los de siempre.

Todo con una virtud añadida. El cuento de Juan Alcaide no se limita a la narración sino que la encaja a la perfección en el universo infantil, la envuelve de la atmósfera que respiran los más pequeños y la sitúa a su nivel. Con su lenguaje, sus claves y hasta su humor. Un cuento para niños, sólo eso. Todo eso. Claro que los mayores, con la atención suficiente para mirar con los ojos de su infancia, también pueden penetrar en el universo propuesto por la historia.

Todo se completa con una perfecta narración en paralelo en forma de imágenes. Cuidadas ilustraciones realizadas también para llegar a los niños, tomando como referentes la estética de varios autores clásicos, la de Ibáñez de Mortadelo y Filemon, resulta perfecta para dar movimiento y humor al conjunto.

Una historia que ahora volará a manos de los niños de Alcalá para completar el periplo que va de la letra a la fantasía, en un ejercicio que la Cabalgata impulsa asumiendo de pleno la responsabilidad impuesta de hacer a los niños más felices y a los hombres que serán mañana, más libres.