Antiguo Viernes de Dolores. Y ya el escalofrío es inevitable. Este año el azahar ha remoloneado para cumplir puntual con la cita. Trasiego de gente yendo y viniendo, entrando en los templos, viendo los pasos casi terminados. Por allí un capirote en una bolsa, por aquí una señora mayor compra los avíos para torrijas y pestiños. Una excursión de escolares, pequeñas procesiones a las que no le falta un perejil… Cada cual prepara los detalles con mimo. Túnicas recién planchadas que cuelgan en las alturas. Misas, festividades y tradicional felicitación a las Dolores, Lolas y Lolitas…

Pero en lo alto, al pie de una Cruz vacía y descarnada, sola, vencida por el sufrimiento, siete puñales clavados en el corazón, la Virgen de los Dolores preside una vez más el altar de San Sebastián. Reminiscencia de la antigua hermandad de los Siervos  de los Dolores, hoy relegada a un segundo plano.

¿Cuántos advertiremos su presencia, entre tanta magnificencia de plata, dorados, bordados y caobas? ¿Quién admirará la doliente belleza de María, sola, menuda y con el paño desnudo a la espera eterna de recibir el cuerpo castigado de su Hijo, Cautivo y crucificado por Amor?

Paremos un momento en este día de nervios, de espera impaciente, de Vía Crucis, de Funciones, de planchas funcionando, de masas de pestiños y almíbar de torrijas, de olor a incienso y azahar. Paremos y miremos a la Virgen de los Dolores, y palpemos el verdadero sentido de lo que nos queda por vivir: Pasión, Muerte y Resurrección del Señor

Y soñemos… con enlutadas túnicas y escudo de corazón atravesado. Imaginemos un paso caoba y faroles de plata, monte de lirios, cruz alzada y ciriales, la Madre rodeada de sus hijos que musitan oraciones… Soñemos con los Dolores.