Opinión - 07/05/2015
"Vigilémoslos". Álvaro Plaza
Autor:
Álvaro Plaza

Quince días mal contados quedan para las elecciones. Los representantes electos del pueblo y los que aspiran a serlo se ajustan las corbatas o se ponen los pendientes de perlas, practican sonrisas impostadas, ejercitan sus falanges para los interminables apretones de manos y se arrastran por barrios, escuelas, o sobre las vías de un tranvía olvidado para desmantelar el lenguaje con las acrobacias verbales de la pura vacuidad, es decir, prometen.           

El 24 de Mayo algunos irán a votar. Yo no podré hacerlo. La burocracia es lenta, apoltronada en procedimientos más cercanos al siglo XIX de carruajes y farolillos que al XXI de las autopistas de la información, y aunque uno deba entonar también el mea culpa, a sabiendas de ello no se animó a iniciar el proceso con exagerada antelación en el consulado de turno, no es óbice para reclamar a los partidos que vienen, a los que ganen, a los que pacten, que sería menester empezar por aligerar un poquito lo que vulgarmente hemos conocido como el “papeleo”; pero bueno, eso sería carne para otro artículo.

Las elecciones están a la vuelta de la esquina y este es el mes donde los políticos se piensan de verdad que somos tontos, y a veces, cuesta admitirlo, es que lo somos. En las distintas comunidades autónomas, en los ayuntamientos y por supuesto en nuestro pueblo, allí que se ponen todos en fila como fieras hambrientas a vociferar sus propuestas, a desacreditar al contrario, dispuestos a rebajar impuestos o a ejecutar triquiñuelas para aparentar no subirlos; a hacer todo lo necesario con tal de arañar los votos que les permitan revalidar su modo de vida, a recuperarlo o a conquistarlo.

Las municipales son unas elecciones distintas, más cercanas, donde más que al partido se vota a las personas, donde el elector dispone de muchos más elementos de juicio para ponderar su voto y donde los políticos de veras se juegan el cuello, porque son sus vecinos los que sufren o disfrutan de su gestión, siendo más difícil esconderse en las torres de marfil, donde se resguardan sus hermanos mayores de la política nacional. Y también es donde se pueden observar con mayor claridad que en el fondo lo que se juegan es el pan que llevarse a la mesa.

Una de las bondades que la crisis ha traído consigo es la epifanía de que el político y la política no ha sido del todo un servicio eventual al ciudadano, sino más bien un modo de vida; con sus propias reglas, liturgias y tiempos. Y al final queda la sensación de lo que se juega en el fondo cada cuatro no son las mejores propuestas para la gobernanza, ni siquiera la contienda ideológica, que actúa como cortina de humo de lo que de verdad se está disputando: meros y simples puestos de trabajo.

Se pueden esgrimir argumentos en contra o a favor de la política como profesión, y no tiene que ser a priori malo el político por el hecho de que ese haya sido desde siempre su manera de ganarse la vida. El problema, como defendería el viejo Aristóteles, se halla en el desajuste, en el desequilibrio, en la imagen -más o menos adecuada a la realidad- de esos políticos que ora son ministros de esto o de aquello, subsecretarios de estado de esto o aquello, diputados de esta comunidad o aquella, alcaldes de aquí o allí a los que se les puede rastrear su actividad política casi hasta los albores de los tiempos, cuando el homo sapiens todavía andaba chamuscándose con el fuego.

La clase política, no obstante, es también un reflejo de sociedad y del electorado que la lleva sosteniendo desde que a los españoles se nos concedió la democracia. Y ahí, me temo, que hemos fallado tanto o más que los políticos. La ausencia de autocrítica es uno de los vicios más contaminantes, no podemos acallar nuestras conciencias con el cuento de que lo que nos pasa es sólo y exclusivamente culpa de los corruptos que nos han ido dirigiendo, de sus redes clientelares, de sus caprichos o de su simple ineficacia ¿Dónde estábamos nosotros?

Ahora hay nuevos vientos, nuevos partidos, que vienen con un empuje distinto y hablan otro lenguaje, más fresco y menos arrugado. Ya tuvimos las andaluzas, ahora toca las locales y no muy lejos las nacionales. Pase lo que pase, gane quién gane, sean los pactos los que sean, lo que no podemos permitir es caer otra vez en la gandulería y en la candidez de que van a ser impunes al poder e incorruptibles representantes. Hay que vigilarlos, de cerca, que noten nuestro aliento, que ni se les ocurra mover un pie hacia esas torres de marfil. Será entonces cuando podamos decir que de veras nos hemos graduado en democracia, alcanzando la mayoría de edad.

Así que el día 24 piensen su voto, cotéjenlo, apuesten en quién más confíen, renueven la esperanza o háganlo a cara perro; pero por favor no se olviden al instante de depositar la papeleta de la responsabilidad de exigirles a los vencedores que su razón de ser consiste en permanecer a nuestro servicio, al de todos. Como dijo Chester Bowles: “el gobierno es demasiado grande e importante para dejarlo en manos de los políticos”.

 

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