Esta iniciativa eligió Alcalá hace 25 años para echar a andar. Era una de las primeras sedes en España, luego con el centro de Alcalá como modelo en muchos casos, se han creado centros por todo el país. Entonces pensaban, explica el director de la casa de Alcalá, Francisco Herrera, que íbamos a acabar con la droga en Sevilla. Inauguraron el centro, el mismo día que la Expo 92. La realidad hizo que vieran que el sueño no iba a realizarse tan fácil, pero no perdieron la ilusión, ni la esperanza y supieron adaptarse a las nuevas realidades que rodeaban al problema de las drogas. El SIDA, los problemas mentales asociados, las personas que llegaban sin ningún respaldo familiar o de amigos y para los que crearon la iniciativa de las comunidades terapéuticas, el descenso en la edad de las personas con problemas de adicción, casi hasta el umbral de la niñez. Y ahí siguen dispuestos afrontar los nuevos retos que apunta el horizonte, el consumo excesivo de alcohol, el cannabis o la adicción a las apuestas on-line. Realidades frente a las que piden ya ayuda y concienciación a las administraciones.

En estos 25 años han ido creciendo. Primero en un piso, luego en un chalé en Cruz de Marchenilla, ahora en las nuevas instalaciones inaugurada hace tres años en Las Canteras y donde tienen capacidad para atender a cien personas. Han ido sumando ayuda, la de los terapeutas, los 500 voluntarios que han ofrecido una ayuda sin la que nada hubiera sido posible, los patronos y las empresas y particulares que sostiene económicamente el proyecto.

El acto de celebración estuvo lleno de emociones. Se cerró con el recuerdo a dos personas que lucharon de forma incansable por él y que ya no están: José Lucas y José Luis Durán, dos árboles y un azulejo los recodarán ya para siempre en la entrada al centro. Pero en medio hubo reconocimientos y agradecimientos a voluntarios como Chari Fernández, que está desde que se inició el proyecto, a Jeanete Vega, la terapeuta más antigua de la casa, que ahora se jubila,  a las casas de acogida personificadas en los religiosos franciscanos de Palmete, al centro de adultos de El Perejil, de Alcalá que hace posible que los usuarios puedan completar su formación o a los patronos, el más antiguo Enrique Osborne, quien dejó el mensaje que alienta todo el proyecto, “cada ser humano es único e irrepetible”.

Y hubo también testimonios dictados por el corazón y que permitieron asomarse a la realidad del día a día de Proyecto Hombre. Una realidad dura, pero transida de esperanza, de lucha y de logros.  Es el caso de Andrés Ruiz, un hombre que llegó siendo un muchacho, sólo “con una mano delante y otra detrás” y que encontró aquí una familia que le permitió abrirse a una nueva vida y dejar de ser lo que ahora él sabe que era, “un hombre anulado”.

O el de los familiares, muchas veces olvidado y entre los que se acumula mucho sufrimiento. Es el caso de Rocío, que llegó a Proyecto Hombre con “la vida hecha pedazos” y que tras un camino de esfuerzo compartido alcanzó “una nueva vida, cuando a mi lado ya no estaba aquel drogadicto al que no le importaba nada”.

Y también el de los voluntarios como Marisa, a la que aquí le cambio la forma de ver muchas cosas, “yo  pensaba que el voluntariado era dar, pero me he dado cuenta de que siempre te llevas algo, algo que me sirve para mi familia, para mis hijos, mi trabajo o mis amigos”.