Sociedad - 30/05/2019
La alcaldesa, Ana Isabel Jiménez, flamante ganadora de las elecciones, inauguró la Feria de forma oficial con la ceremomina del encendido en la portada.
El alumbrado inagura la ciudad efímera que concentra la esencia alcalareña
Autor:
Alberto Mallado
El alumbrado inagura la ciudad efímera que concentra la esencia alcalareña
Fotos: Alejandro Calderón
A las doce de la noche se hacía oficial lo que ya era una realidad en el interior de las casetas. Comienza una nueva Feria. Se cumple el rito del alumbrado. En Alcalá con la nota pintoresca y local de situar el interruptor en el interior de una pieza de pan, con el Puente del Dragón recreado con ingeniería de migajón. Se hace la luz en la portada y se extiende por el recinto ferial. Un año más, la Arcadia del cielo cosido con farolillos relumbra en la noche como el ascua de la Alcalá más feliz.

De la oficialidad del alumbrado se encarga la alcaldesa, Ana Isabel Jiménez, flamante ganadora de las elecciones. Su primera sevillana la bailó el domingo en la sede del PSOE al conocer los resultados con el delegado de Fiestas Mayores, Enrique Pavón de pareja. Lo hizo acompañada de sus fieles y bajo la portada, que es el nuevo elemento preferido para la polémica (estéril) en Alcalá. El apasionamiento se desborda alrededor de este elemento, los detractores le achacan no ser un diseño exclusivo para Alcalá como era tradición hasta la llegada de Ana Isabel e  hieren recordando que es la misma que hace dos años. Otros aducen que el ahorro que supone la fórmula de que la empresa del alumbrado instale una de las que ya tiene creadas es lo correcto en una ciudad en la situación de Alcalá. Ayer mismo aparecía el dato de que somos la octava localidad mayor de 20.000 habitantes con más paro de España. Por muchas luces que se pongan, este año son 300.000 bombillas, siempre algo queda en sombra.

Pero hasta el domingo 2 de junio, la ciudad quedará tranquila y en calma, con la actividad concentrada en el real de San Juan. Allí se disponen 76 casetas, 30 atracciones y 15.000 farolillos (¿de verdad alguien los cuenta?) en colores azul y blanco, como nota de orgullo patrio. En una ciudad de urbanismo tan deslavazado como Alcalá, el recinto ferial de San Juan constituye un paréntesis reducido y efímero de ordenamiento y buena disposición, con la sutileza de tener hasta el punto de fuga perfecto en los pinos y el Hotel Oromana.

Un urbanismo que se renueva con nuevas casas. Entre ellas este año las de La Sacristía, con aires de casa palacio sevillana en su decoración y La Vega, incorporación de una hornada de jóvenes a la Feria.

Y una fiesta que será fiel a su romance con el calor, que la busca y la acompaña cada año, como si al elevar el termómetro y ponerlo difícil quisiera establecer una frontera de resistencia que sólo deje en la Feria a los más acérrimos.

Una celebración espléndida en todo caso, una de esas ocasiones en las que Alcalá demuestra que cuando se pone, hace las cosas muy bien. Sólo falta que se ponga más veces. Tan hermosa que hasta a la alcaldesa le asoma la pincelada poética en las palabras con las que saludó la llegada de la fiesta “la Feria de Alcalá es única e irrepetible, con sus pañoletas despuntando entre pinares, su portada y su genuino albero pero, sobre todo, es nuestra”.

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