Hermandades - 25/08/2015
Cierre de los cultos de agosto
Multitudinaria Misa de Campaña de Nuestra Señora del Águila Coronada
Autor:
Francisco Burgos Becerra
Multitudinaria Misa de Campaña de Nuestra Señora del Águila Coronada
Con la Misa de Campaña finalizan los Cultos que en Honor de la Virgen del Águila celebra en agosto la Antigua, Real, Ilustre y Fervorosa Hermandad de Santa María del Águila Coronada. En un día desapacible, el domingo 23 de agosto, casi otoñal, la asistencia a esta misa que se celebra en la explanada anexa a la puerta ojival del Santuario, resultó multitudinaria. No importaba que cayeran algunas gotas de agua, que aparecieran los primeros paraguas, los alcalareños querían ver de nuevo en el dintel de la puerta a la que es Patrona y Alcaldesa Honoraria de Alcalá de Guadaíra, participar de la Eucaristía y besar las manos de la Virgen y el pequeño Jesús.

Los fieles acudían ávidos de Jesús, a participar de la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística, ante la Madre de Dios, pues como decía Pablo VI: “A Jesús por María”. “María es siempre el camino que conduce a Cristo“. Todo el que se ha acercado a María es para terminar en Jesús. No se puede concebir un amor a María, que no germine en un amor a Cristo, ya que Él es el centro de nuestra vida y todo lo demás son medios para acercarnos a Él.

La Misa fue celebrada por Manuel María Roldán Roses, rector del Santuario y párroco de Santiago el Mayor, acolitado por los seminaristas Antonio Romero Ramos y Rubén Pérez Navarro, así como el “monaguillo oficial” de la parroquia de San Agustín, Julio Espinosa Jiménez. Realmente la misa fue sencilla y preciosa, sin la solemnidad, las representaciones del clero y autoridades civiles, propias de la Función Principal, pero con una profundidad teológica admirable, que evidencia la certeza, seguridad y gozo de la salvación. Gozamos de la Palabra de Dios, en las Lecturas de los textos sagrados, del Evangelio, y de la magnífica homilía, del Padre Manuel María, gran predicador.

Los fieles asistentes, con los dones concedidos por el Espíritu Santo en el Bautismo y perfeccionados en la Confirmación, no solo escuchamos, sino que interiorizamos, vivimos la Palabra y ésta transforma nuestras vidas. Y es que Jesús se va reflejando en nuestro modo de ser y de estar, de actuar en la vida, con los valores cristianos.

Entender la Palabra de Dios requiere formación y práctica. Del mismo modo que en Matemáticas para calcular Integrales, hay que saber previamente operar con derivadas, o sencillamente, para poder dividir, hay que saber multiplicar, sumar y restar. Así ocurre con la Palabra de Dios, vamos accediendo al conocimiento y elevación espiritual, con la formación, y la participación en la Eucaristía, culmen de la vida cristiana.

Dicen que vale más una imagen que mil palabras. Tuve la precaución de poner una grabadora junto a uno de los altavoces que había al final de la explanada y, aquí tienen el contenido íntegro de la homilía. Valoren ustedes mismos. Algunos no lo harán, les parecerá un texto demasiado amplio. Ellos se lo pierden. Otros lo leerán y entenderán algo, lo releerán y entenderán más. Para todos, sinceramente, disfruten de su lectura e interiorización:

Hermandad de Nuestra Señora del Águila Coronada, Siervas del Hogar de la Madre, queridos hermanos todos:

En este domingo, 23 de agosto, acabamos el paréntesis veraniego que hacemos siempre que la “lectio continua” es del Evangelio de San Marcos y leemos a lo largo de estas cinco semanas el capítulo sexto del Evangelio de San Juan, el capítulo del “pan de vida”, y estamos en el mismo contexto, pero los concurrentes son distintos. Recordamos que Jesús comienza con la multiplicación de los panes y los peces, habla a los apóstoles, “dadles vosotros de comer”, pero hace una acción con todos los que están. Después, está hablando con los que Juan denomina “los judíos”, es decir, los que no son discípulos de Jesús. Son incluso contrarios a Jesús, los fariseos, los saduceos, la casta dirigente, con todo el discurso largo del pan de vida de los tres domingos anteriores. Y hoy Jesús vuelve a dirigirse a sus apóstoles, como epígono ya de todo este capítulo 6º de San Juan. Y son ahora los discípulos los que le dicen a Jesús que este modo de hablar es “duro”. ¿Quién puede hacerle caso? Duro hasta el punto de quebradizo, que no se puede asumir. Duro, fuerte, inasumible, insoportable, diríamos nosotros. ¿Quién puede hacerle caso?

¿Y qué es eso tan duro? Duro es que Jesús ha dicho, al final de su discurso, “Yo soy el pan vivo, bajado del Cielo.” Más bien el “pan viviente”, el pan que vive por sí mismo y el pan que da vida a otros. ¿Y eso qué significa? Significa que ya no hay otro mediador, otro salvador. Significaba para los judíos, que el recuerdo del maná debían considerarlo como una figura sobre lo que tenía que venir; y que todo lo que eran los sacrificios, los holocaustos, había periclitado, es decir, ya no tenía sentido. Que Jesús era el único pan viviente. Es decir, el único que nos da vida eterna. Es el único mediador, el único salvador, el único redentor, el único acceso al Padre, la única fuente de santidad y vida.

¡Ah, y esto era inasumible! “Es un gran maestro, pero eso del único, es muy duro.” Y por eso, Jesús oye esta crítica, que es una falta de fe. Y dice: “¿Os hace vacilar esto? ¿Y si vierais al Hijo del Hombre subir adonde estaba antes?

¿A qué se refiere Jesús? Se refiere a su Pasión, a su Muerte, para poder referirse a su Resurrección. Ahí sí que le vacilarán, hasta el punto de que prácticamente todos perderán la fe. Desaparece la fe, pero no completa, pues en María permanece la Fe. María es la única que, mientras Jesús estaba en el sepulcro, siguió teniendo fe. Todos los demás vacilaron, huyeron y lo dejaron solo.

Por eso Jesús habla con un nuevo lenguaje de otra nueva realidad. El Espíritu es quien da vida, la carne no sirve de nada. San Juan no se refiere al Cuerpo, que es obra de Dios, sino que se refiere a todo lo que procede de la iniciativa humana. Es decir, a lo que yo no comprenda con mi corta razón, lo que yo no vea, lo que yo no tenga como evidente, como experimentable, no lo creo. Y claro, Jesús dice: “Eso no sirve de nada”.

Hoy día ya sabemos que sirve de poco. Hemos tenido dos siglos y medios, en los que se pensaba que la fe es opuesta a la razón. Es absurdo, la fe se opone a la soberbia y al orgullo, no a la razón. La fe ilumina la razón. Y lo sabemos bien, porque somos personas limitadas, no podemos comprender todas las cosas. ¿Cuántos misterios siguen habiendo? Es por eso que Jesús dice: “Las palabras que os he dicho es Espíritu y Vida.” Ahora bien, Jesús se refiere aquí a la fe como un don de Dios. “Nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede, no lo atrae.” Los regalos siempre hay que pedirlos. Por eso debemos pedirle cada día: “Señor, auméntame la fe.” Es Dios quien lo concede. Ahora bien, la fe también es un acto humano. No se impone la fe, sino que suscita una respuesta. Por eso Jesús les dice: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Son palabras también dichas para nosotros en esta mañana: “¿También vosotros queréis marcharos?”.

Es libre estar aquí, no estamos ni siguiera dentro del Santuario. Hemos venido libremente, podemos irnos libremente. Es Jesús quien nos hace esta pregunta de manera existencial: ¿Queréis marcharos vosotros?

A lo mejor es que la mediación en la que confiamos no es tanto en Jesús, sino en la paga que tenemos, el trabajo, la tarjeta de “El Corte Inglés”, o la Visa Oro, o las palabras que escuchamos quizá no son las de Jesús, sino que le damos más valor a las palabras que salen de “la caja tonta”, le damos más crédito a lo que dice Tele 5, que a lo que dice la Palabra de Dios.

Somos libres, ¿queréis marcharos? Ahí está la cuesta; ya podéis tirar para abajo. Es Jesús quien os hace esa pregunta, a vosotros y a mí también. Y suscita una respuesta humana, que tiene que estar basada en la libertad, en la adhesión, en la entrega, en adherirse a Jesús y a su Palabra.

Pedro contesta, en su nombre y el de toda la Iglesia: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? ¿Quién podrá llenar nuestros vacíos existenciales? ¿Quién podrá responder a nuestras preguntas trascendentales? ¿A Quién vamos a acudir? Tú sólo eres quien tiene Palabra de Vida Eterna. ¡Nosotros creemos! Es decir, tenemos fe. Es una confesión de fe en Jesús, en que él es el único Señor, él es el único Salvador, él es el único Redentor, él es el único Mediador; que no tenemos otro acceso al Padre ni a la salvación, si no es con Jesús, por Jesús y en Jesús. ¡Nosotros creemos y sabemos!

¿Sabemos también nosotros que Jesús es el Santo consagrado por Dios, es decir el Mesías? Creo que sí; saber aquí, significa conocer. Y conocer en la Biblia no es un conocimiento intelectual, sobre todo en el Nuevo Testamento, sino experiencial. No se trata de tener un conocimiento teórico, sino práctico. Saber que Jesús es el Santo, es tener experiencia de él como Salvador. Os invito a entrar en vuestro interior, a lo profundo de vuestro corazón, donde está Jesús y su obra. Ahí tenéis que tener esa experiencia con Jesús. Incluso releyendo las etapas de vuestra vida, los momentos duros y también los momentos felices. Ahí está Jesús. En los momentos de sufrimiento y los momentos de alegría, ahí es donde hay que tener experiencia de que Jesús es nuestro Salvador, de que Jesús es el Hijo de Dios con nosotros, de que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida. Es por tanto, creer y conocer. Es hacer el obsequio de nuestra fe a Dios; y es querer entrar en comunión con el Dios que es único y verdadero, en el buen uso de nuestra libertad, de nuestra inteligencia y de nuestra razón, con todo lo que somos y queremos. Esa es, queridos hermanos, la fe y el conocimiento que María tuvo de Dios. Ese es realmente el ejemplo y el modelo más preclaro que nosotros tenemos en el orden humano. Esta mujer, que fue la madre de Jesús, la Madre de Dios, tuvo que hacer también su camino de fe y toda su vida fue una experiencia en comunión con el Dios único y verdadero.

Vamos a pedirle a María, nuestra madre, que implore para nosotros la fe, el aumento de nuestra fe, el crecimiento en nuestra fe. Y vamos a pedirle también a ella, que es también nuestra educadora en la fe, que nos lleve a la comunión con su hijo Jesús; que nos lleve siempre en el corazón de su Hijo Jesús y que podamos hacer una lectura creyente de todas las etapas de nuestra vida, encontrarnos con Jesús, tener experiencia de Jesús, tener una relación con Jesús. Eso es lo que nos hace ya buscar aquí en la tierra, las alegrías eternas del Cielo.

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