Su planificación inicial era hacer un recorrido de 24.000 kilómetros, pero las vicisitudes del camino hacen que vayan a ser varios miles más. No le importa la idea era hacer un viaje sin tiempo, disfrutando de las experiencias que le ofreciera la ruta. Él tenía la intuición que iba a ser una experiencia profundamente transformadora. Y como cuenta, ya próximo al extremo sur del continente así ha sido.
Lo primero es que se trata de viajar de forma distinta a como solemos hacerlo. Las prisas nos llevan a pensar en los viajes en el punto de inicio y en el destino. En medio queda el camino al que somos ajenos. Aquí, explica Semi, es al revés, los puntos de partida y de final son la excusa para lo importante que es lo que queda en medio.
Y en su caso, en medio queda una asombrosa lista de experiencias, una acumulación de tesoros en forma de vivencias que ha ganado a golpe de pedaleo. Ha visto la fuerza de la naturaleza en todo su esplendor. Animales salvajes a escasos metros del lugar en el que pedaleaba, en algunos casos, demasiado cerca, como cuando oían los aullidos de los lobos en América del Norte. Ha avistado osos cazando salmones en un río de Alaska en una escena propia de un documental o coyotes en la noche de México, elefantes marinos, ballenas grises o monos arañas saltando de rama en rama en medio de la selva. Le ha sorprendido la erupción de un volcán, ha sufrido un huracán en Canadá y terremotos en Chile y en Perú ha visto avalanchas de tierra y barro avanzando por las calles mientras la gente luchaba por evitar que entraran en sus casas.
Ha recorrido lugares increíbles, como el altiplano boliviano o el desierto de sal de Uyumi, un lugar que parece de otro mundo; ha pasado junto al lago Titicana y se ha maravillado recorriendo la ciudad de Machu Pichu; en Nazca ha avistado el misterio de los enormes dibujos que trazan sus líneas y ha visto a gente que vivía en islas artificiales construidas con vegetales en medio de un lago. Y aún le quedan ganas de más. Su idea es cuando vuelva a España en diciembre hacerlo por Santiago de Compostela y regresar a Alcalá en bicicleta por la Ruta de la Plata.
Con todo ese material dará forma a un libro que tiene previsto escribir a su vuelta y para que el que ya tiene título, “El camino panamericano. De la última frontera al fin del mundo”, donde además de contar su experiencia ofrecerá una guía útil para las personas que quieran hacer este mismo camino.
En ese libro estarán los lugares, pero sobre todo las gentes. Partió con una expectativa. Pensaba que la gente iba a ayudarle, que le harían fácil el camino y la realidad ha superado la expectativa, hasta que el trato humano y la posibilidad de conocer gente ha sido la verdadera recompensa del camino. Gracias a ellos ha podido solventar la logística del recorrido. Se ha quedado a dormir en puestos de bomberos, comisarías, iglesias, centros comunitarios, casas particulares o en los clubes ciclistas que en aquel continente abren sus puertas para ayudar a los viajeros. Le han ofrecido ayuda, alimentos, agua y aliento. Incluso le invitaron a dar una charla en la Universidad de Chile sobre su experiencia.
Con todas esas vivencias regresará a España más de dos años después de partir, pero sobre todo con una sensación persistente que le ha acompañado durante todo este tiempo, la de haber sido completamente libre.
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