Porque bajo el engaño del oropel y de la fragilidad del corcho que da forma a los muñecos de las carrozas hay mucho más que un día de trasiego de disfraces y caramelos; de tambores y gritos; de regalos y golosinas. Algo más profundo, que confundidos en el trajín del día, en la pasmada admiración de las caras de ilusión en los niños, solemos dejar pasar desapercibido.

Algo que tiene que ver con el tiempo. Es la capacidad innata de los niños para detenerlo, para evitar que les alcance con su aguja traidora la flecha del reloj. Ellos viven como dijo Cernuda, en el tiempo sin tiempo de los niños. Sin la angustia del segundero, ni la exigencia de aprovechamiento de la manilla de las horas. Cuando la nostalgia nos hiere en los días grandes como este, lo hace con el recuerdo de ese tiempo sin tiempo.

Por eso, hoy si nos hemos dejado llevar tal, vez haya venido con nosotros a ver la Cabalgata el niño que fuimos. Quienes están acompañados por ese niño que él mismo fue, resultan inconfundibles en esta jornada.  Son los que se agachan a recoger caramelos, los que a voz en grito llaman a los reyes “¡aquí, aquí!” mientras que los caramelos golpean y abren huecos en la coraza de prejuicios con la que los años nos revisten. Los que vuelven a su casa de la mano de un niño con la sonrisa satisfecha de quien ha cumplido con la obligación de haberle brindado el que será un recuerdo imborrable. Han cumplido con la tradición, que no es un número en el calendario, sino que consiste es sembrar belleza, alegría y esperanza en la “planta nueva que aprende en suelo amigo”, otra vez Cernuda.

Por eso a los niños les resulta del todo absurdo el debate sobre el adelanto de la fecha de salida de la Cabalgata que a los mayores tanto nos ha ocupado estos días. Les he preguntado a algunos cuando estaban subidos en sus carrozas, arrugando sus disfraces en el trajín de la ansiedad de la salida. ¿Qué día es hoy? Algunos antes de responder me miraban con gesto de “¿qué tontería pregunta este?”, otros reaccionaban de inmediato; todos respondían con voz firme, “el día de los reyes” como quien proclama el título heráldico de la jornada ante el triste plebeyo que no entiende de estas cosas. Ninguno contestó como lo hubiera hecho un adulto con una cifra, un triste cuatro.  

Para mis hijos está es su primera cabalgata, son muy pequeños y aún no ven en esto más que el brillo de unas luces y un retumbar de tambores que los inquieta, pero aún así, yo presiento su alegría futura y ya es alegría presente. Ellos ya tienen ese don que les entrega Dios a los niños, el poder de anular el tiempo. Es su magia y hoy es la jornada de su mejor espectáculo. Gracias a la Cabalgata de Alcalá por no suspender la función.