El via crucis de las hermandades ha encontrado su formato y su personalidad. Un acto medido, que aunque pone en la calle una imagen y un cortejo y llama a la limitación de la vivencia al goce estético, cumple con la función con la que fue concebido, la de servir de pórtico de oración a la Semana Santa, la de poner un ámbito de meditación, antes de que el caudal de pasiones se desate en los días grandes.
El via crucis puede seguirse en capas. Viendo pasar la imagen de cada año, sintiendo el murmullo de las oraciones o rascando más en el sentido del acto e incorporándose al rezo y la meditación de las oraciones. El silencio y el recogimiento de todos lo hace posible. Y la saeta de Alcalá se muestra como una forma de narración perfecta de la Pasión. El acento único de su sonido, que suena ancestral y auténtico es un verdadero tesoro que ha transitado los siglos para ofrecérsenos pleno de vigencia.
En su trayectoria el via crucis ha logrado tener sus ritos propios, los dictados y los asumidos por los fieles.El acto funciona perfecto, sin estridencias a pesar de que la logística no es fácil. La Hermandad de la Borriquita había dispuesto espléndida la imagen del Señor de la Bondad, con mantolín bordado y hermoso adorno floral. Todo el recorrido fue medido, tanto los traslados, como la entrada y salida en Santiago el via crucis. Todo funcionó, como lo hacen los actos hechos costumbre e incorporados ya para siempre al acervo de tradición y devoción de Alcalá.
La campana de la acémila de San Agustín fue la mejor llamada para aprestarse a vivir lo venidero con el acento exacto de su significado.
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