Opinión - 04/10/2012
"San Francisco Dreaming". Antonio García Calderón
Autor:

All the leaves are brown

and the sky is grey

I've been for a walk

on a winter’s day 

California Dreaming (The Mamas And The Papas)

 

Hace unos días me preguntaron cuál es mi rincón favorito de Alcalá. La respuesta no la dudé. El lugar por el que no me canso de pasar es el Bosque de los Almeces, entre el Molino de la Tapada y el del Algarrobo. En un sentido o en otro, en invierno o verano, incluso con lluvia al resguardo de sus plátanos de indias. Escenario de leyendas moras y amparo de yonquis en los ochenta, siempre me sorprende la experiencia del cambio de escala al desembocar  en su  seno desde el  umbrío acceso por el  puente. La llegada a su interior  me estremece del mismo modo que cuando alzamos la vista en la nave central de una catedral. Una gran bóveda natural soportada por arcos de ramas que el hambre de luz ha moldeado a la sombra del escarpe de San Roque.

Si  caminas sobre su alfombra de hojas marrones en un día gris de invierno, un intruso aparece en la otra orilla entre los esqueletos desnudos de los árboles. Un extraño que a fuerza de verlo se nos ha hecho familiar, incluso más que eso,  plurifamiliar: las doce plantas de la Torre 1 de los pisos San Francisco. Sí, Torre 1, como reza una placa sobre el dintel de su portal, porque lo que inicialmente estaba previsto era levantar tres. Una burbuja de la época, o quizás la intercesión de los espíritus de los monjes franciscanos, nos libró finalmente de un parto de trillizos.

Ya se ha escrito mucho de lo inoportuno de su emplazamiento, del atentado patrimonial que la piqueta perpetró o de su impacto en el entorno. Todo lo que se ha dicho es indiscutible, así que no voy a perder el tiempo en eso.  Yo lo voy a perder, porque seguro que esta apuesta no la gano, en romper una lanza a su favor, aunque para este menester quizás necesite todas las de la Judea. El paso del tiempo a veces juega malas pasadas, pero es en su momento dentro de la historia cuando tenemos que hacer referencia a nuestras acciones.

La idea de levantar una torre no es una novedad  y su razón de ser siempre fue muy diversa. Las hicimos defensivas o como guías de nuestros barcos en la noche, para colocar las campanas a la altura adecuada  en las iglesias, o bien porque el suelo era caro y escaso, o incluso como las hacemos ahora, para glorificar la obra social de una caja de ahorros.  Los fundamentos de La Torre San Francisco (1969) están basados en la tendencia dominante en los sesenta inspirada en la “Carta de Atenas”. Este  manifiesto urbanístico, resultado de un Congreso Internacional de Arquitectura Moderna celebrado en 1933 (aunque no fue publicado hasta 1942), promulgaba que las zonas residenciales debían ocupar los mejores emplazamientos  tomando en cuenta el clima, la luz solar más favorable y las superficies verdes que sean posibles. La  elección de las zonas de vivienda ha de venir dictada por razones higiénicas y las densidades que se  impongan deben ser razonables. Prohibía el alineamiento de viviendas a lo largo de las vías de comunicación y debían tomarse en cuenta los recursos de la técnica moderna para levantar construcciones altas de forma que se liberase la mayor superficie de suelo en favor de grandes superficies verdes.

Este sueño de los padres del movimiento moderno se materializó fielmente en nuestra torre. Repasando punto por punto la Carta de Atenas  podemos afirmar que es canónica en relación a este modelo. Sin duda el emplazamiento es privilegiado, su orientación predomínate al sur mira a las zonas verdes del río y su entorno, y como es evidente, su altura ha equilibrado una adecuada densidad de vivienda con unos generosos espacios libres.  Pero si algo bueno tiene, es estar dentro de ella. Era para mi un ritual asomarme por alguna de sus ventanas cada vez que visitaba el antiguo estudio de Textura en la sexta planta de la fachada sur. Contemplar la caja del río hasta perderse en la Retama, el cambio de las estaciones en el Bosque o el amplio meandro tras el Algarrobo, es un lujo que solo está al alcance de sus moradores y sus eventuales invitados.

El aspecto modesto de su fachada de ladrillo es sincero en su ejecución. No hay truco, es lo que había para construir y sus materiales se aparejaron con corrección sin ningún tipo de artificio. Aunque se conserva bastante bien, ya es una cuarentona a la que no le vendría mal un lifting, un tratamiento para su piel. Ahora el nuevo paradigma es la sostenibilidad y particularmente la eficiencia energética. Por su antigüedad carece de los aislamientos adecuados por lo que podría reconciliarse con el entorno siendo más respetuosa con el medio ambiente mediante una nueva fachada más eficiente que incluyera sistemas pasivos de ahorro de energía. Si fue consecuente con su tiempo, ¿por qué no adaptarla a los nuevos  y que sea un referente de los venideros? Son malos momentos para la lírica, pero la inversión es razonable y está compensada por el ahorro a largo plazo.

Y como pedir no cuesta nada, y aprovechando que de nuevo estamos planeando “revisar” la revisión del PGOU, no estaría de más,  atendiendo al mantra principal del Plan, es decir, “la equidistribución de cargas y beneficios”, que de alguna manera podamos socializar su principal activo como compensación a la carga que su impacto supone para la mayoría. Se podría autorizar un uso público en la cubierta convirtiéndola en un mirador en el que se instalara algún hostelero con altura de miras.

En fin, soñando con San Francisco. Ya lo decía un pariente mío lejano: “la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.

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