Opinión - 10/10/2018
"Valeria". Alberto Mallado
Autor:
Alberto Mallado

 

El nombre de Valeria y su merecido adjetivo de “Pequeña Guerrera” se han convertido en los últimos meses en parte del alma colectiva de Alcalá. Su muerte ha causado una profunda conmoción en la localidad. Hay pocas cosas tan crueles y que dejen una sensación de vacío tan grande como la muerte de un niño.

Su familia hizo que ella fuera un poco parte de todos, contando en las redes sociales la evolución de su enfermedad, devolviendo, multiplicado, el cariño que recibían. Ella y su familia han dado una lección bellísima. En medio de la tragedia quiero quedarme con eso como parco consuelo que nunca alcanzará la desolación que deja su pérdida.

En Facebook, su madre ha dejado escrito a través de sus publicaciones una lección de vida, esperanza y amor. Nunca se rindieron frente las pruebas, durísimas, que el camino les iba trazando. A lo largo de tres años pasaron del dolor a la esperanza, de atisbar el final de todo el mal que les acechaba a caer de nuevo en la desolación.

Imagino a su madre transitando estos años en medio de un océano de dolor, con las velas que debían llevar a su hija al futuro hechas jirones, temiendo el golpe que las arrastrara a la orilla del naufragio. La veo en la habitación del hospital aguardando el sueño de Valeria para poder concederse, sólo cuando ella duerme, derrumbarse sin que la viera su hija. Pienso en su mirada clavada en la puerta de la habitación esperando que entrara por ella el médico que trajera buenas noticias. Intuyo su cansancio, sin posibilidad de tregua; su mundo de cables y máquinas punzando la carne de su hija; sus noches oscuras y sus días sin luz. Y el puñal de una pregunta clavado en el pecho “¿por qué?”.

Pero en la narración que su madre ha hecho sólo han aparecido sonrisas, “besos de colores”, manos entrelazadas. En sus publicaciones siempre aventaba la esperanza. Tras cada puerta que se cerraba, ella abría otra. En medio de un páramo de dolor ella ha plantado momentos de felicidad para su hija y en un gesto de generosidad los ha compartido con todos. No ha dejado que este mundo se viera privado de algo que tanto necesita, la sonrisa de una niña.

No conocía a su madre. Hablé con ella alguna vez por teléfono. Luego seguí la evolución a través de un amigo. No quería llamarla, no podía llamarla. ¿Qué iba a preguntarle? ¿Quién tiene respuestas para esto? Vanessa, que transitó con su hija por los caminos más duros, que no pudo llevarla de vuelta a su hogar, tiene mis más profunda consideración. Es un modelo de amor y de entrega. De fuerza y de lucha.

A Vanessa, mis respetos y mi admiración por su ejemplo. A Valeria, para la que ya brilla la luz de Dios, las gracias por cada sonrisa que dejó en este mundo.

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Ha peleado durante la leucemia durante tres años, dejando ella y su familia un impresionante testimonio de fuerza, amor y esperanza.

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