Uno de los ritos que ninguno de los gobiernos de los dos partidos políticos que nos han castigado en las últimas décadas es capaz de ahorrarnos es la promulgación de una nueva ley educativa. A estas alturas, caben pocas dudas respecto al prescindible desprecio que los dos partidos con opciones de gobierno (y los demás que los han sustentado o criticado sucesivamente) han demostrado por la trascendencia de una educación de calidad para el progreso de un país.
Tampoco hay muchas dudas respecto a que la Educación, lejos de ser una solución a los problemas de España, constituye uno de los más serios problemas que afrontamos y que provoca consecuencias mucho más preocupantes que la vergüenza de vernos en el furgón de cola de las clasificaciones nacionales e internacionales. Ante esta perspectiva, los dos partidos que han perpetrado leyes educativas se han preocupado más del papel de la religión en las aulas, de favorecer o entorpecer el proselitismo de la enseñanza concertada y de polémicas bastante estériles y estúpidas sobre una asignatura sobre valores ciudadanos. De camino, llevamos casi cuatro décadas enfrascados en sucesivos cambalaches normativos, un inacabable galimatías de términos pedagógicos, periódicos meneos a ocurrencias didácticas sobre los papeles satinados de los despachos dolorosamente alejados del polvo de tiza y de la batalla diaria en las aulas.
Mientras nuestros próceres se enfrascan en bizantinos debates engolando las voces y afilando las descalificaciones…nuestros chavales no aprenden a leer, apenas pueden comunicarse ni por escrito ni oralmente con corrección, no se manejan en matemáticas, no aprenden ciencia, historia, idiomas ni ¡oh, sorpresa! tampoco son capaces de utilizar las nuevas tecnologías para algo útil. Los denodados intentos de la administración andaluza por maquillar los resultados favoreciendo el falseamiento de la evaluación y el lavado de cara de las pavorosas estadísticas no consiguen ocultar el disparate; el pésimo nivel de conocimientos, destrezas, competencias, aptitudes, capacidades (puedo seguir enumerando términos…no van por ahí los tiros) de muchos de nuestros jóvenes.
Los enseñantes ya nos encogemos de hombros con resignación ante una nueva sarta de ocurrencias educativas como la que estamos disfrutando en las últimas semanas. Sabemos cuáles son los problemas reales; la ignorancia, la desincentivación del esfuerzo y de la responsabilidad, los problemas de comprensión y expresión, el desprecio por el aprendizaje. También sabemos que regalar calificaciones y títulos (para no socavar la autoestima de las criaturas), malgastar dinero en gestos resultones antes de las elecciones, engañar a la gente…no sólo no los soluciona sino que los agrava.
Elegimos y pagamos a los políticos para que solucionen problemas y mejoren el país, no para que creen problemas que son incapaces de solventar o paliar. Ya conocíamos su ineptitud y casi nos hemos acostumbrado a ella, que encima nos tomen por imbéciles ya roza el ensañamiento.
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