Opinión - 22/03/2013
"Se trata de la belleza". Alberto Mallado
Autor:
Alberto Mallado
Todo lo que vendrá estos días, todo lo que se ha preparado durante meses, no tiene otro fin que la belleza. En el fondo esa es su esencia. No se concibe la Semana Santa si no es como una búsqueda obsesiva de la belleza.

Estos días, hay personas que son esclavas de una sola idea: la belleza. Como si fueran víctimas de una obsesión compulsiva se detienen  en el estudio de la colocación en el sitio exacto de una de las miles de flores que lucirá un paso. Todas cuentan, todas han de quedar perfectas. Tal vez esa persona sea descuidada en su trabajo o sea frecuente verlo vestido con estrambóticas combinaciones de prendas y colores. Pero amigo, esa flor la coloca en el sitio exacto, seguro,  no importa el tiempo que le lleve, porque se trata de que todo esté perfecto, en armonía.

En estas horas son muchos los que únicamente tendrán algún momento de paz cuando estén seguros  de que  todo está perfecto: la cofradía organizada con precisión de desfile militar en la disposición de nazarenos e insignias, la cera derecha y en simetría matemática, los encajes con la exacta combinación de pliegues, la caída de la túnica del Cristo en el sitio justo para marcar el compás del movimiento del paso, el cristal de los faroles borrado de la vista a fuerza de limpio…. Y así hasta completar la larga lista de elementos que componen una cofradía que una vez en la calle es la exacta destilación de esa agónica obsesión por la belleza.

Luego vendrá la calle, el marco. Otra obsesión, otra búsqueda. El ángulo en el que el paso se recorta frente a una palmera que parece por un instante formar parte del misterio, la pared blanca de cal en la que se recorta la sombra de un Cristo, la luz exacta que cambia la expresión de una Virgen, la oscuridad de una calle donde la candelería pone luz de Caravaggio a la escena.

Y  en la calle la belleza de la evocación. El camino diario de una rutina a otra  será ese día la calle en la que por primera vez cogió la mano, temblorosa en la penumbra, de la mujer que hoy lo acompaña. La plaza en la que el sol saluda el triunfo de Dios no será hoy ese lugar en el que no hay forma de aparcar, sino el recreo de albero en el que jugaba de pequeño. El puente que cada día cruza camino del trabajo, es hoy el escenario del primer recuerdo que tiene con la túnica puesta y la varita en la mano. Porque la Semana Santa, además de la belleza, también nos ofrece el pincel con el que darle pátina a los recuerdos.

Todo cuanto de hermoso ponen las cofradías en las calles de Alcalá es también un acto de desagravio con la ciudad a la que sistemáticamente le mutilamos su belleza. Un día le recortamos el cielo con horribles torres de pisos; otro día le plantamos en el centro unos bancos que deberían figurar en lugar destacado en el catálogo de las catetadas; le salpicamos el suelo con unas lucecitas que quizá reflejen la aspiración, tan común en los gobernantes ibéricos, de tener un aeropuerto en su ciudad;  le parcheamos sus fachadas con los colores más estridentes del pantone del mal gusto…. Esta semana al menos las cofradías le ponen a la ciudad una cinta de belleza que serpentea por sus calles y que entona una disculpa colectiva por el tormento al buen gusto en el que hemos convertido tantos rincones de Alcalá.

Por esas calles pasarán estos días, atareados unas veces, extasiados otras, personas a las que estos días la belleza toca con su delicada mano para enrolarlos, aunque sea provisionalmente, en la nómina de sus fieles; para convertirlos en fanáticos de su idea, a los que molesta cualquier agravio sobre algo que sea hermoso. Benditos ellos, que en la locura que estos días los trastorna tal vez encuentren la lucidez que los trascienda. Porque la belleza, al cabo, es el rostro con el que Dios se muestra al mundo.

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