Unas horas después sería hallado el cadáver de Rejano, enterrado envuelto en un impermeable, en cuyos bolsillos llevaba un reloj, de bajo precio que usaba, y un revólver. Antes las evidencias, la policía continuo los trabajos de excavación, temiendo la presencia de más cadáveres. Los aparecidos hasta el momento habían muerto de la misma forma, a martillazos en la sien derecha y, en una primera impresión, databan de seis, cuatro y un año respectivamente.
Juan Andrés, asustado después de perpetrar el último crimen, huyó de Peñaflor el día 9, tomando un tren hacia Mérida para embarcar en Lisboa rumbo a Brasil.
Las investigaciones se centran en los restos de ropas y objetos encontrados en los enterramientos, que al parecer indicaban que los muertos fueron personas de buena posición pero que, tras una minuciosa investigación policial tras el hallazgo, no aportaban indicios suficientes que permitieran identificar los cuatro cadáveres que habían sido descubiertos.
El día 18 de diciembre fueron hallados otros dos cadáveres, con fuertes golpes en la región temporal, enterrados estos hacía seis años y seis meses, tal que éste último todavía conservaba restos de carnes. Las prisas debieron presidir el enterramiento de este último que tenía los pies doblados los tobillos forzados para que entrasen en la fosa cavada. Llevaba unas botas de campo lujosas y estaba situado muy cerca del cadáver de Rejano.
Ambos cómplices habían montado una casa de juego ilegal y robaban y asesinaban a algunos de que los que acudían a la misma, generalmente, personas de posibilidades, como así lo atestiguaban los indicios encontrados en los cuerpos. Uno de ellos tenía ropa interior buena, llevaba un pañuelo de seda y unas monedas de plata junto a un llavero.
El procedimiento habitual para robar y hacer desaparecer a las víctimas era el siguiente: la ruleta, manipulada, hacía que las bolas nunca parasen en los números cargados, sino que la forzaba a parar en el número que deseaba. Estaba en combinación con otros compañeros, jugadores de oficio, que proponían y trasladaban a otros para el ilícito juego. Los incautos jugadores de pego llegaban al huerto del Francés, presenciaban el funcionamiento de la ruleta, aprendían el mecanismo y lo practicaban, quedando convenidas las cantidades que se apostarían y el día en que se habían de reunir en el huerto para machar, junto con el Francés. Ubicados en el mundo del hampa, se decía que los ventajistas procuraban guardar el secreto y participar de las timbas que se organizaban en el huerto, sin ser vistos. Situación esta que se aprovechaba por el susodicho para darle un martillazo en la cabeza y acabar con su vida. En la autopsia de los seis cadáveres pudo comprobarse que todos recibían el golpe en la región parietal derecha, identificando un modus operandi muy concreto, que consistía en golpearles situados a la espalda de los agredidos, con la mano diestra. El martillo utilizado para tan tremenda faena, en poder del Juzgado, se asemejaba a un porrillo de los de partir piedra, con un mango de 40 centímetros de longitud.
Lo más significativo de las actuaciones posteriores fue la identificación de las víctimas, cuyos nombres finalmente serían confirmados por los propios acusados.
El proceso contra ellos se inició en Sevilla el 5 de marzo de 1906, y su culpabilidad declarada por el Jurado ocho días después, imponiendo el Tribunal de derecho seis penas de muerte a cada uno.
El recurso interpuesto por las partes fue recibido en una vista, que duró aproximadamente dos horas, por la Sala de vacaciones del Tribunal Supremo el 14 de agosto. El 25 el Tribunal desestimo el recurso, no encontrando motivos para la casación de la sentencia.
Enseguida surgieron voluntarios para ejecutar la pena capital. Así un tal Mariano Godoy se ofreció al fiscal de la Audiencia de Sevilla, e incluso el hijo de Félix Bonilla, una de las víctimas.
Solicitado el indulto, fue denegado por el consejo de ministros celebrado el 12 de octubre, y los reos fueron ejecutados mediante garrote vil el 31 de octubre de 1906 en la Cárcel del Pópulo de Sevilla, a las ocho de la mañana.
Tras de todo el asunto, la pasividad y el abandono de las autoridades en la investigación de las desapariciones que se fueron acumulando durante años, en una muestra más de la deplorable situación de la Justicia, el Gobierno y la policía de la España de principios del siglo XX.
Esta columna está escrita por el profesor titular de Derecho Penal de la UCLM y autor del libro ¡Ay, Dios Mío!, Fco. Javier de León
(Bio e imagen del autor http://crimenesyquebrantos.com/perfil)
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