La coincidencia cada cierto tiempo del Corpus con la Feria, lo convierte en una fiesta oscilante. Unos años grande, otros más reducida. Y es una pena, porque la celebración tiene potencial para convertirse en un día grande en la ciudad. Está en el camino, pero necesita evitar los parones que le suponen los años en los que la Feria ocupa el calendario de la celebración litúrgica.

Este Corpus es muy distinto al de hace años. Cuatro pasos y calles adornadas de altares de una monumentalidad importante y de un gusto exquisito, son elementos suficientes para darle un innegable atractivo a la procesión. Las hermandades cumplen de sobra. No hay más que ver las representaciones. Falta el empujón final del público.

Este año hay que destacar especialmente, el altar montado por la Hermandad del Rocío, que llevó su carreta de plata a la calle Nuestra Señora del Águila, para convertirla en altar presidido por la imagen de la Virgen del Rocío de la iglesia de San Agustín. Hermoso detalle con motivo del Año Jubilar Mariano y de los 200 años de la celebración del "Rocío Chico".