A Beatriz
Hoy el día le amanece después de una duermevela
Atisba por la ventana un sol que le ilumina el alma
Y con una sonrisa en la cara y un runrún en la cabeza
Va dispuesto a dar su parte en la misión que le espera
El costal, la coraza, la túnica, el traje o la vela
En el hogar están las armas incruentas
Con el poder de los siglos que su esencia templan
Y los cartuchos de fe que se guardan en el alma
Hoy es día de combate, ¡día grande!, de batalla
De conquistar este pueblo para la gloria y el tiempo
De devolverle su historia, la memoria, el recuerdo
La esencia que la hace Alcalá, ni más ni menos
Hoy es día de proclamas y de banderas al viento
Que todos los estandartes ondeen en lo más alto
Que se eleven orgullosos, erguidos al cielo
Y que el recio aire de la Fe haga tremolar sus paños
Así que prietas las filas y adelante, que no hay miedo
Avanzad por las calles firmes como un ejército, ¡enhiestos!
Que al lado del corazón los galones están puestos
Y relumbran las medallas que os dieron vuestros ancestros
¡Adelante mis valientes, adelante que no hay miedo!
Que esta guerra la ganamos porque así lo quiere el pueblo
Que avanzamos y va al lado quien sabe que lo queremos
Y que si alguno flaquea, manos hay para cogerlo
¡Adelante mis valientes, adelante que no hay miedo!
Hombro con hombro que avance, escuadrón de costaleros
Que viene sobrado de fuerza del uno al otro costero
Que es vuestro andar poderoso, oración en movimiento
¡Adelante mis valientes, adelante que no hay miedo!
Tomen sus posiciones las filas de nazarenos,
Que son sus faroles lanzas, flechas de luz hacia el cielo
Y si hacen falta refuerzos, trae la caballería, José el Arriero
¡Adelante mis valientes, adelante que no hay miedo!
Que es la nuestra fe de triunfo, proclama de un mundo nuevo
Fe de banderas al aire, de himnos que suben al cielo
Es la Fe de la victoria sobre el pecado y el tiempo
¡Adelante mis valientes, adelante que no hay miedo!
¡Judíos de Alcalá!, infantes del Nazareno
Brillen al sol las corazas, sean de valor espejos
Juegue a la burla la flauta con su sonido viejo.
No hubo acaso trompetas que derribaron murallas
Acaso todo un océano no hizo abrirse sus aguas
No venció la fe de un muchacho a un gigante en la batalla
No habrá de estar el Señor junto a quien su nombre clama
El camino de la gloria tiene de albero la senda
No nos derrote la angustia, que no nos pueda la pena
No haya tampoco temor donde la cuesta más pesa
Porque sólo con pedirlo, nuestro Jesús la mengua
Que alargue la saeta su requiebro
Que retumbe la piel de los tambores
Que llene el aire el repique del bronce de la torre
Que Alcalá se llene de himnos y de oraciones
Fuerte el espíritu, arriba los cuerpos
Nos manda el capitán, el dios que es Nazareno
Por Jesús, por la Hermandad, por nuestro pueblo
¡Adelante mis valientes, al Calvario, que no hay miedo!!!!
Párroco de Santiago.
Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Hermandad de Jesús.
Capataces, costaleros, contraguías, aguaores.
Queridos Hermanos.
Pablo Álvarez es lo que se llama, un amigo de toda la vida. De toda la extensión de nuestras vidas. Amigos en el tiempo, desde pequeños y amigo de todas las facetas de la vida. Hermano de Jesús, donde hemos crecido juntos. Compañero de los buenos momentos y de los malos. Les digo esto para que entiendan el motivo del exceso de elogio en las palabras que me ha dirigido. Las dice un amigo.
Yo nunca he sido costalero
Yo nunca he sido costalero. Con lo que el agradecimiento por mi nombramiento para este menester es doble. Yo sé que se explica por el cariño de un grupo de personas que me ha visto crecer en la hermandad. Un grupo de hombres buenos, negros, negros, a los que quiero profesarles el testimonio de mi fraternal afecto.
Yo nunca he sido costalero. Todo lo más, ayudante de listero. El listero era mi padre. Y la confección de las listas.... tiene su mérito. Yo, en el ordenador preparaba la relación de costaleros, con los nombres y los sitios de los relevos. Todo cuadrado, impecable. Luego llegaba mi padre me sacaba un papelito de estraza con tres nombres y los sitios de los relevos. Con un boli remendaba la lista que yo había hecho. Al día siguiente, un papel de servilleta, dos costaleros nuevos, había que hacerles sitio. El cuadrante de la cuarta ya no valía. Otro día creía recordar que había visto con López, que era mejor que tal y cual costalero intercambiasen el lugar del relevo. Otro borrón y un remiendo. Aquel cuadrante que yo había hecho en el ordenador, impoluto, ajustado, claro y ordenado, era ya un jeroglífico. A hacerlo de nuevo. Y así como Sísifo, sin esperanzas de que aquellos ajustes y reajustes acabaran hasta el Jueves Santo, pasaba yo las Cuaresmas..... ¡¡¡¡En la gloria!!!!! y asombrado de ese primor de relojero con el que se ajustaba la cuadrilla como una maquinaria precisa.
Yo nunca he sido costalero. Todo lo más asistía a los ensayos por el corralón del Tate. Allí, siendo un muchacho aprendía de pasos y de hombres.
En aquellos ensayos aprendí que no todo es físico, que los pasos no se sacan con el músculo. Allí vi que el corazón empuja donde ya no llegan las fuerzas. Que hay una matemática prodigiosa debajo de las trabajaderas. Tener al amigo al lado multiplica las fuerzas de ambos. Porque en aquellas frías noches de ensayo la cuadrilla era un grupo de hombres hermanados en una misión de la que estaban orgullosos. Hombres que habían sellado un pacto sagrado con la Virgen del Socorro como fin último. Un contubernio bendito que iba más allá de las trabajaderas. Hombro con hombro bajo el paso, pero también en la vida, dispuestos a empujar juntos ante las dificultades de cada uno.
Yo no sé que son los kilos castigando el cuello. Ni que las piernas tiemblen en medio de una chicotá. Me dicen y me admiro de que a veces el cuerpo quiere encogerse, pero lo tensa el nervio del espíritu.
Yo no he sido costalero, pero la he oído, la voz del capataz. Esa que a vosotros os suena como una arenga. La voz del capataz, que en la oscuridad de la parihuela es faro y luz. Es el poderoso sonido que hace revirar un paso como un barco que se impone a la tormenta trazando firme su rumbo. Es el sonido que infunde fuerza con sólo una palabra, con un acento; la voz del capataz que trenza a lo largo de la cofradía un rosario de recuerdos en las levantás. La voz de Juan Martín Alcaide, exacta, precisa, solemne. La de Juan Rodríguez siempre atenta a lo que le señala el dedo de San Juan. La voz con eco de cariño de Javier Medina. Voces que conjugan doblemente el verbo de la hermandad. Hermanos de devoción y de sangre para mandar nuestros pasos. Voces poderosas de capataces que están ya en la historia de la Hermandad y que conforman el recio coro de los capataces que han llevado a nuestros titulares al Calvario. Las voces de Carretero, Chacón, Zamora, Alcaide, Castillo, Jaime Márquez, José León, José López. Y con ellos una larga nómina de costaleros, de contraguías, de segundos y de aguadores. Imposible nombrarlos todos. La Virgen lleva la lista en la que está escrita con letras mayúsculas la relación de quienes hicieron posible la gracia y el movimiento; el impulso y el vuelo....
Pienso que para escribir este pregón una buena forma de hacerlo sería que cada costalero contara qué fue lo que lo llevó por primera vez a liarse una ropa bajo el brazo y presentarse a un ensayo para pedir trabajo. Así llegan muchachos temerosos y hombres curtidos, igualados en los nervios y en la mirada ansiosa al capataz esperando el gesto que les dé un sitio, que ellos están seguros de que es una plaza en el cielo. ¿Qué secreto impulso lo lleva a querer con toda el alma entrar en la cuadrilla y colocar sobre su cuerpo un calvario de kilos?.
Sería una hermosa amalgama de historias la de las íntimas motivaciones. Unas hablarían de fe; otras de angustia y una promesa; otras de un agradecimiento que quieren pagar con su esfuerzo. Habrá historias de estirpe y de familia. Algunas en las que el hijo quiere que su padre esté orgulloso de él y conjuga el cuarto mandamiento en el tiempo verbal de la penitencia. Habrá costales que se habrán liado pensando que debe ser hermoso sentir lo que ha atisbado en la mirada de un amigo cuando todo ha acabado o cuando lo ha visto en la noche esperando su relevo en una esquina, como quien aguarda ansioso el tren que ha de llevarlo al lugar donde sabe que tiene que estar. Yo creo que las pasiones como esta que os lleva las aventa Dios en el corazón de los hombres. Allí habrá puesto el rescoldo que vuestra devoción inflama hasta consumiros en esta hoguera de amor que da calor a vuestra vida.
Creo que vuestro oficio está teñido de la lírica del esfuerzo y la victoria. Que tras los faldones toda emoción es intensa. Que cuando el paso va andando redondo, cuando la levantá fue buena, cuando al compás de campanilleros se mueven con gracia desde las perillas al zanco no os cambiáis por nadie en el mundo y sentís por encima del dolor un atisbo de la gloria.
Pero también he visto que más allá de la épica, hay momentos que os hacen grandes fuera de las trabajaderas. En las noches de invierno, cruzando calles desiertas con una parihuela llena de sacos de escombros, he visto a un grupo de hombres que se tratan más que como amigos, como familia:
¿Fulano no viene hoy? No, tiene el niño malito, el hombre está preocupado. Pues esta noche sin falta tengo que llamarlo. Oye, a mengano qué le pasa que se le ve agobiado. El negocio que no marcha y mira que el hombre trabaja. Pues habrá que preguntarle a ver si se puede hacer algo. ¿Y aquel chaval que venía el año pasado? Es verdad, pues no lo he visto y llevamos dos ensayos. Vamos a hablar con el capataz, a ver si le ha pasado algo.
No hace falta que os lo diga, Jesús es el mejor costalero. Vuestro modelo a seguir. No iguala en ninguna trabajadera, pero está en todas. Siempre empujando cuando más falta hace. No habéis sentido, que cuando vuestro cuerpo quiere achicarse debajo del paso, los kilos se aflojan en vuestro cuello. Como si la trabajadera hubiera crecido y ahora cupierais a menos. Es él, quien se ha puesto el costal en vuestro mismo palo.
Yo sé, todos sabemos, que así lo habéis sentido, porque es lo mismo que hemos vivido todos al acercarnos a la capilla. Allí tras la vieja reja dorada y ahora en la intimidad redoblada del camarín están depositadas esperanzas, problemas y afanes. No habéis notado al entrar como el aire se espesa, como si estuviera cargado con un incienso de pensamientos, de petitorias, de dudas... Ese aire bendecido por su presencia tiene todos los componentes de eso que es misterio y que está en la clave de quien aspira a ser un hombre completo: la FE. Estar en la capilla es como ponerse en la cara una mascarilla de fe, oxígeno de trascendencia para los pulmones atorados por el humo de los días. ¿No lo habéis sentido? Sí, eso. Como si se abrieran los brazos de la tenaza que os aprieta en el pecho. Eso, como si arrojarais al suelo un fardo que lleváis en lo alto. La capilla es el puerto donde quedan estibadas las cargas que ya no nos caben en el barco de nuestra fe. Y allí está el Nazareno, dispuesto a echárselas todas en lo alto. Lo dice el azulejo de la puerta, en su sencillez de consuelo cotidiano y exacto: En verdad tomó sobre sí nuestras enfermedades y Él cargó con nuestros dolores".
No habéis salido de la capilla con estas palabras rondándoos: "tranquilo hijo, deja esto aquí que yo me encargo". Os lo digo, esta capilla es el sitio exacto de la FE. Ese imposible que Dios hace posible; esa aspiración de gloria del hombre, que lo hace hombre. La FE de los hombres, hecha de tinieblas, debilidades, preguntas y angustias. Esa FE que es batalla permanente y que requiere de la energía que emana de esta capilla para la victoria. La FE que mueve los pasos y saca las cofradías a la calle.
Sonetos a Jesús
Hasta la linde del alba en el cielo
rompe las tinieblas como una lanza afilada
horada la oscuridad con una punta de plata
para abrir en canal la noche fría y su velo
Con la pierna que adelanta rompe el negro
de la noche que al sentir su paso aparta
el velo de dudas que la mañana tapa
y cae rendido el manto de nuestro miedo
La recta de la cruz sobre el arco de la espalda
la madera que le obliga a ser nuestro consuelo
geométrica intersección del dolor con la esperanza
lleva grabado el perdón en esa humana mirada
Ni ofensas ni dolor pueden vencerlo, veis el gesto
y con paso firme traza la senda que lleva al alba
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Vencida la oscuridad hacia la luz avanza
sobre arcos romanos y húmero albero
deshaciendo el ángulo del sendero
buscando la altura que el pueblo abarca
Su figura sobre el cerro iluminada,
el sol ha hecho proclama de su cuerpo
que es ahora estandarte enhiesto
de la fe que triunfa en la mañana
y esta luz que se alza es fuego
que consume dudas al tocarlas
y eleva la mirada hacia el cielo
En lo alto encuentran la esperanza,
se sienten nacer a un tiempo nuevo
y redimidos, a su mismo paso avanzan
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Radiante nuestro dios estrena brillos
sobre las piedras viejas del puente,
se hace estanque la corriente
y otra vez a las aguas gana el desafío
Es él quien andando hace el camino,
quien va a su lado comprende
que está en el lugar que debe.
allí donde se deshace el vacío
Y cuando a Santiago, el sol alto, vuelve
y el rito ancestral ya esté cumplido
Nuestro dios será glorioso, no doliente
Quedará el aire bendecido
y al mirarlo una vez más, de frente
habrá en el alma un pálpito divino
Prodigios
Yo hoy quiero, hermanos, que veáis conmigo la poesía de todo esto. Porque los mejores versos los escribe cada uno para sí mismo. De la cuna a la sepultura vivimos con nuestra devoción, con nuestra hermandad presente en los días grandes de la vida; pero también en la costumbre de su encuentro, en la angustia de los malos momentos o en las incertidumbres que nos llevan a pedirle a Jesús las respuestas que no encontramos en nuestro cuestionario de la Fe. La fuerza de Jesús y de la Virgen del Socorro nos sirven para hacer de la trascendencia, bendita presencia en nuestras vidas. Es la costumbre de Dios. La amistad con lo sagrado.
Quiero que hoy toméis al pie de la letra la frase de Borges: "he dicho asombro donde otros dicen costumbre". Quiero que os asoméis con ojos nuevos a nuestros ritos de siempre, porque desde el Jueves Santo por la mañana, hasta que entra en Santiago la Virgen del Socorro, en Alcalá se obran prodigios y si queréis reconfortar el alma, os doy un consejo: paraos a verlos.
Yo he visto en la alta noche, apretado en un portal como queriendo ocultarse del mundo a un hombre que no debería estar allí. Uno de esos hombres largos en el hablar, demasiado largos, para faltar el respeto a las cosas de Dios. Enfundado en un abrigo con las solapas levantadas, como un viajero que aguarda su destino en una estación desolada. Estaba solo, con nadie hablaba y ya había rehuido el saludo de varias personas. En sus ojos había una mirada asustada, como de animalillo que busca certezas sin encontrarlas. Y al llegar el paso he visto quebrársele el gesto. Demudársele la cara al levantar los ojos. No le aguantó la mirada a Jesús más de dos segundos y sus ojos destilaron una lágrima. Sólo una lágrima. Una gota, que siendo minúscula tenía la fuerza de un venero. Un arroyo en el que enjugar sus faltas. Una lágrima de redención. Un prodigio en la alta madrugada.
De la noche a la mañana
toda la vida pasa
el aire frío que corta
el velo de la madrugada
la historia de la traición
que se nos clava en el alma
el camino que le marca
la saeta desgarrada
el rachear en silencio
el vahído en la levantada
el abrigo en los portales
la intimidad descarnada
con el dios que busca
a quien lo anhela en su alma
las calles de cada día
convertidas en vía sagrada
y un pálpito de trascendencia
aleteando en el alma.
Yo he visto una ventana donde al llegar la cruz de guía se encendía una lámpara, como un faro en la noche tamizado de visillos. Una luz en una casa donde se apagaba la llama de una vida. Yo sabía que esa lámpara era la de la mesita de noche, la luz que iluminaba un rosario de pastillas, un vaso de agua, un libro y una estampa. Y tras la luz, he visto abrirse un balcón al aire cortante de la Madrugada y de la mano, siempre de la mano de esa mujer, plantar sus pocas fuerzas en el balcón, arrebujado en una manta. Llevaba en su mirada escrito el dolor de los hombres valientes, que se siente sin quejarse. No pudo con la estampa, Jesús andando por la Cañá de su alma. Y la duda le partió en dos, será esta la última vez. Y a su dolor sumó lágrimas.
No se fue de allí Jesús conforme, no podía dejarlo así, con esa duda en el aire. Y vino otra vez a hablarle. Las crónicas dirán que fue por la lluvia, los partes que cambió el aire y trajo las nubes que no estaban anunciadas. Pero como casi todo en la vida, aquello era más sencillo de lo que creemos. No estaba conforme Jesús, como iba a dejar así a ese hombre. Y fue otra vez a verlo. Desanduvo sus pasos, dicen que por cosas de las isobaras del cielo. Yo sé que volvió para volver a verlo. Tranquilo Pepito, no te turbes, que tú y yo nos seguiremos viendo. Y al cerrarse la ventana aquella casa se hizo más cálida, con un calor de consuelo y al apagarse la lamparita quedó tras la ventana una luz brillante y verde, una luz de esperanza.
Me cuentan la historia de un hombre mayor, con el cuerpo ajado por los años y la enfermedad, apretujado entre mantas y familiares esperando a ver llegar a la Virgen. En su memoria muchos años de costalero, años de aquellos en los que Virgen transitaba la noche en la intimidad de los suyos. Bajo aquel paso estaba la memoria del tiempo de un hombre fuerte que cargaba los kilos con la alegría del esfuerzo compartido. Ahora no había en su espalda aquella fuerza y en sus piernas el resorte que antes le hacía llevarla al cielo, fallaba ahora apenas le pide que le levanten a él mismo. Pero en su memoria estaba el recuerdo del peso sobre el cuello, de los kilos que para él medían el peso exacto del Socorro. Él sabía que la divinidad de la Virgen no era algo etéreo. No era un concepto metafísico de comprensión elevada. Tenía claro que Dios y su Madre existían porque él los sentía sobre su espalda.
Y quiso sentirlo una vez más. No estaba ya para dar una chicotá, sus piernas no le hubieran dejado ni siquiera meterse debajo del paso. Pidió que lo arrimaran al respiradero y cuando el paso echó a andar metió su hombro debajo, quería sentirlo una vez más, el peso de la Virgen sobre su hombro. No fueron más que unos pasos y el respiradero iba apenas posado en su carne, pero aquel hombre, costalero viejo en una hora difícil, pudo sentir de nuevo que su Dios y su Madre, eran tangibles y tenían el peso exacto que él había sentido en su hombro izquierdo, allí, tan cerca del corazón.
Yo he visto prodigios al despuntar la mañana. Mirando desde el Calvario desde el Batán, un hombre subiendo la cuesta con una cruz en el hombro. No podía ser una talla, no era una imagen de madera. Era un hombre, estoy seguro, el sol le recortaba la figura, la brisa y su caminar hacían mecerse su túnica con cadencia de pasos y la perspectiva no dejaba ver bajo sus pies sino las duras piedras del Calvario. Para mí era sólo un hombre caminando, andando con el paso exacto hacia su destino. Un hombre como yo, con su Cruz a cuestas como tantos que le acompañaban. Un hombre marcando el camino, tan vivo, si no más como aquellos que le seguíamos.
Quién salpico de brillos el vidrio
de sus ojos anhelantes
cuándo el calor de su aliento
hizo temblar el aire
Quién bajo la pátina
hizo circular la sangre
quien lo hizo caminar
con la zancada que se abre.
Fue un insuflar de oraciones
prendidas en su pecho
un hálito de peticiones,
un soplo de fe que vida alumbra
La devoción lo hizo humano
y lo llevó a surcar las calles
un hombre al que aferrarse
un dios al que entregarse
Yo he visto a las mujeres de Jerusalén caminar detrás de Jesús, como hace dos mil años. Y en el aire flotaban las palabras que entonces les dijo el Nazareno "no lloréis por mí, llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos". Ellas le hacen caso a medias, reparten sus lágrimas, entre Jesús y entre el hijo que tiene un problema, el familiar que sufre una enfermedad, la amiga que ha perdido a un ser querido, el marido que no encuentra trabajo. Ninguna es para ella. Ninguna puede verse. Les caen hacia dentro, humedeciendo la garganta, donde habrán creado una balsa de angustia. Hacia fuera, su gesto es firme y dignísimo. La cuenta de sus lágrimas va en las gotas de cera en las que se deshace la luz que portan en la mano.
La luz de la fe para transitar la Madrugada que quizás para ellas empiece cada día al despuntar el alba. Fe y un gesto. Lo enseña Jesús, la pierna adelantada; la cruz abrazada delicadamente, como algo que se ama, las manos aferradas a ella con apenas una caricia. Han tomado su cruz y lo siguen. Saben que el camino termina donde Jesús les ha dicho, aunque antes hayan que transitar por desiertos y pedregales. El prodigio de la Fe de estas mujeres.
Al cruzar la madrugada
como un fanal encendido
yo le he visto en la mirada
que lleva su sino escrito
Al horadar la tiniebla
llevando la luz consigo
el pulso jamás le tiembla
aunque agarra su patíbulo
Como un haz de luz dorado
Es su cuerpo en la alta noche
sé que en el tronco va escrito
junto a las culpas mi nombre
En el valle deja un surco
haciendo de su cruz arado
y queda abierto al futuro
el barbecho del pecado
Y aunque pasa permanece
aunque avanza se ha quedado
obra y presencia trascienden
al hombre y al dios descarnados
Yo he visto en la mañana a niños que sacaban a los hombres a ver la cofradía. Estoy seguro, lo he dicho bien. No es al revés. Esos niños que hacen proclama de gloria con el tintineo de sus varitas en el suelo llevan a sus padres a ver a Jesús. Los mayores tal vez piensen que es al contrario, pero aquí son los más pequeños quienes tienen la misión más grande. Sus manos diminutas tienen la fuerza de arrastrar lo que agarren y se aferran a los corazones para hacerlos latir con el pálpito de un linaje. Es un prodigio esta inversión de papeles. Esos niños firmes y serios, guardando la fila, conscientes de la gravedad de todo esto, imbuidos de una solemnidad que debe irles en la sangre, porque aún no tienen edad para que nadie se la haya enseñado. Esos niños “costaleritos”, agarrados al zanco, o cobijados bajo el manto de la Virgen, meciendo el paso de sus sueños, llevando al cielo su inocencia en las “levantás”. Y en contraste los padres y los familiares hechos manojos de nervios, luciendo a su vástago ante propios y extraños, con una sonrisa tontorrona y una mirada tierna a la que asoma el niño que fueron y que hoy ha venido al Duque para llevarlo a ver la cofradía.
El dedo de San Juan
Dónde caminas Juan, qué provoca el gesto que tuerce tu expresión de mocito apuesto. Dime Juan, dónde señala tu dedo. Te he visto cruzar el Derribo desvelado en la alta noche. Llevado por una fiebre, seguro que tienes el pensamiento lleno de oscuros presagios. ¿Qué buscas, qué te falta? Al llegar al Paraíso has levantado la mirada, pero tampoco allí en su anchura está lo que buscas. Cuando has doblado la esquina de la calle Santa Ana has atisbado un horizonte con el que temes encontrarte. Toda la vaguada que busca el río ha sido para ti calle amarga de incertidumbres. En el murmullo que traspasaban los muros de Santa Clara has podido intuir un consuelo de oraciones.
Un aire helado requiebra tu capa al pasar el Puente, pero no lo notas, sigues avanzando, ¿hacia qué destino? No habrás de encontrar respuestas hasta pisar el albero. Tu gente está esperando en lo alto de un cerro. Ahí está Juan. Ahora comprendo tú gesto. Siento contigo la angustia de tus palabras. Tú que estás llamado a narrar todo lo hermoso de esta historia, tienes ahora que herir con el verbo. Has dejado el puñal en su pecho y ahora lo sientes también en el tuyo.
Pero si no lo sabes debes saberlo. Esta historia no termina. Alcalá escribe la hermosa narración al completo. Muere cuando llega al Calvario y resucita al bajarlo.
Ahora veo Juan que tu dedo
no señala a un moribundo,
sino a un dios que es eterno.
Recuérdalo todo Juan,
que si tienes que escribir otro Evangelio,
habla de este camino de albero,
de un gólgota con su ermita,
de los pinos, del trinar pajarero,
del sol que en victoria se alza
y que te ha arrebatado los miedos.
Cuenta que Dios se recrea
cuando llegan los baberos.
Que no estás solo, te acompaña
formidable tropa de niños nazarenos
y que tus pasos en la angustia
también los ha dado este pueblo.
Anda Evangelista, escribe y firma:
Juanillo de Alcalá, hermano del Nazareno.
75 Aniversario de la Virgen
En este año de aniversario y celebración hay un pensamiento que me produce escalofrío, que me corta el cuerpo. Hace 75 años, en la capilla no estaba la Virgen del Socorro. Ese hueco, ese vacío, resulta para mí un abismo insondable. Pensar en ello es trazar en la mente un cuadro de profunda oscuridad. No estaba. Faltaba una vecina en la Plaza del Derribo y unas plantas en las que dejar las flores. No había una imagen a la que invocar Socorro ante las dificultades. Jesús sin su Madre. Santiago sin su Virgen. Un desatino, una angustia, un dolor de devoción ¿perdida? No. Hace 75 años no estaba la Virgen, pero estaba su huella. No le faltarían oraciones, ni se borrarían los recuerdos de las madrugadas a su lado.
Y el dolor de su ausencia, habría de convertirse pronto en la esperanza de su regreso. Habría quien la esperara en la puerta y quien tal vez visitó Santiago una tarde y al volver al día siguiente descubrió su presencia en la capilla. Como un alumbramiento de la fe. Como si las oraciones dirigidas a ella se hubieran hecho tangibles en el rostro dulcísimo de la Virgen que asombró a su llegada, lo sigue haciendo, con su expresión de niña abrumada por el dolor. Comenzó entonces una historia de amor con Alcalá que dura hasta hoy. Una historia de amor hecha de paseos por el Duque, de visitas a Santiago, de besos en sus manos y de ir componiendo su ajuar con bordados y plata, con un palio. Una historia de amor proclamada a los cuatro vientos de la mañana en la esquina del Ayuntamiento con la calle Herrero.
Habrá quien la vería llegar siendo un niño y hoy le reza como abuelo. Quién la vio sin palio, con horquillas y hoy la mira radiante en su paso dispuesto en la mañana del Jueves Santo. Cuantas puntadas de esfuerzo hay en los bordados de ese palio. En ellos puede leerse con caligrafía de hojarasca, días de trabajo, de montaje de la caseta de feria en el águila, de venta de lotería, de verbenas, de guisos. Porque los mantos no los borda el dinero. No es el dinero el que labra la plata. Aquí quien trabaja es el amor de los hombres, su entrega a una causa en la que ponen su norte.
Que distinto era todo entones. Pero ella permanece, inmarcesible, como recuerdo de que aunque todo cambie hay valores que son eternos, como fiel de la balanza de la verdad que palpita bajo los ritos, la costumbre, el esfuerzo y todo lo material que requiere poner una cofradía en la calle.
Setenta y cinco años, una vida completa, hojas de calendario más que bastantes para ajar cualquier cuerpo, para surcar cualquier cara con los rastros del tiempo, del trabajo y la intemperie. Cualquiera menos el suyo, porque en él se obra el prodigio que cantara el poeta: cumple 75 y parece que tiene 13.
La historia de la Virgen sigue escribiendo capítulos. El que se abrirá dentro de poco lleva por título uno de los más hermosos de la narración que ella compone. El ropero de la Virgen, el lugar en el que dar cumplimiento al mandato bíblico: dar vestido al que está desnudo. La vieja casa, pionera en la forma de entender la hermandad, será ahora el lugar al que podrán acudir a abrigarse las personas que sientan el frío en el cuerpo, pero también las que tengan el alma aterida por la escarcha de la desesperanza. Un centro de orientación para las familias. Un resguardo para una institución, la familia, que incomprensiblemente, siendo el eje de la civilización, el distintivo esencial de la humanidad, muchos se empeñan en atacar y denostar. Es una idea inmejorable poner a la Virgen al cuidado de la familia, y ponerle a las familias un lugar al que acudir a buscar ayuda en los momentos malos, orientación en una sociedad muchas veces beligerante con ellas. Un espacio en el que si algo viene roto, se arregla, pero no se arroja a la basura.
Un púrpura en su cara
Nuestra Virgen del Socorro, como un puerto resguardado donde buscar el consuelo. Qué sería de nosotros sin su presencia en la capilla, sin el gesto de comprensión con el que acoge al que llega. Qué sería sin su estampa en la cartera, hecha altarito para llevarla donde haga falta, que su nombre es bálsamo y conviene siempre llevarlo encima. Qué haríamos sin sus manos en las que están recogidas como en un canasto hecho con mimbres de consuelo, la gavilla de cuitas que ella recoge para atarlas con el lazo de su nombre.
Qué haríamos si no tuviéramos el pañuelo de consuelo que se engarza en sus dedos. Ese pañuelo tejido de encajes por la luz, blanqueado por la pureza. Una tela que es frasco de lágrimas y desafío al entendimiento: ¿cómo una pena tan grande, cabe en pañuelo tan chico?
Sin ella no sabríamos el tono exacto del color del dolor, ese rojo de sufrimiento que nos enseña en sus mejillas cuando el sol las ilumina por la mañana. Ese color carmesí, que es prodigio de la luz. Un púrpura de rosa en su cara que da a la madera tersura y pálpito de carne.
No sabríamos que hay abismos minúsculos, como el hoyito de su barbilla, apenas un pliegue en la graciosa geometría de su rostro, pero en el que cabe, el océano de pena que se contiene en su pecho.
Sin ella, no sabríamos que en ese llanto de diamante molido que le surca el rostro va la dosis exacta del bálsamo que requerimos para curar los arañazos del alma. Porque la geometría de este perfil encierra el teorema de la belleza. En su cara, entre cóncavo y convexo la luz escribe un tratado sobre la hermosura. La luz radiante del sol en la mañana del Viernes Santo, creando reflejos dorados o la luz íntima del templo reducida a la esencia, para separar lo importante de lo accesorio.
Y dentro de unos días, otro de los prodigios a los que antes me refería. Una luz nueva sobre el rostro de la Virgen, la luz de la atardecida, derramándose entera por su figura, sin el tamiz del palio. La luz declinante de la tarde, ¿qué tersura dará a su rostro?, ¿qué brillo hará brotar en sus ojos?, ¿qué sombras trazara en sus manos? Si ya la espera es un gozo, ¡qué habrá de ser verla con una luz nueva, pasar por la puerta de mi casa!
UN PASEO POR LA GLORIA
Viene andando, ya el sol alto
y en la frontera del puente
la música produce el cambio
el compás que era silente
se hace sonoro y exacto
Todo alrededor se para
al mundo le cambia el paso
el orbe vuelca en un punto
y ese punto es un palio
la mañana que se queda
detenida en el espacio
y a todo el que está presente
Se le borran los horarios
Aquí el mundo se detiene
para contemplar su paso
que es lo único que mueve
al tiempo que ella ha parado.
Brillos que eran lágrimas
y destellos son ahora
colores con luces nuevas
en su rostro se le asoman
Del paso del tiempo abdican
quienes esperaban esta hora.
Se detiene el universo
y sólo un palio se mueve
Un vaivén de bambalinas
el rumor de los caireles
una música que suena
y todo a compás sucede
Pura gracia en movimiento,
las caídas también bailan
esta danza que es misterio
y tiene brillos de plata
Un garbo de andar menudo
de señorita enjoyada
un gesto de tez cansada
que es rubor en la mañana.
El paso que se aminora,
música que sube y quiebra
compás que exacto se abre
y el paso poderoso navega.
Asombra entre tanta gente
un silencio en la mañana
un prólogo de vencejos
y un clarín en la garganta
el requiebro de una saeta
jirones del alma arranca.
Y en silencio otro prodigio
el paso que en el suelo estaba
una voz del capataz
y ahora de nuevo anda
y entre apretado gentío
con paso airoso avanza.
Las agujas del reloj
giran sobre el costero
que está fijado en el sitio
pero también en el tiempo
queda el aire detenido
porque hay segundos eternos
En este lugar del mundo
esquina con la calle Herrero.
Esta mañana es de Dios
que hoy se obran prodigios
una lluvia que no moja
porque aquí todo es distinto
y hay un grupo de mujeres
petaleras es su oficio
que pintan esta mañana
el cuadro más exquisito
un cielo chorreando flores
la gloria por un ratito
una traza de colores
en un instante infinito
manos que desojaron
de cálices y pistilos
para que sea el telar
del cielo más colorido
manos que ofrecen flores
como ramos de cariño.
Para decirte guapa
crearon este artificio
de pintar un cuadro efímero
que deja en el alma el pellizco
porque la emoción sabe
que en los pétalos van escritos
como hojas echadas al aire
los versos más exquisitos,
los que componen su rima
con cadencia de sacrificio
y en su métrica se cuentan
las sílabas para decirlos
salmos con los que el pueblo
hace a su dios bendito.
Queda una estampa final
un penúltimo prodigio
el palio en fondo de piedra
de los muros más antiguos
Santiago arcón de tesoros,
firme cruzando siglos.
Sin querer que se vaya
Aún el gozo de este giro
que enfrenta su mirada
antes de despedirnos.
No sé si mengua el paso
o es la puerta la que agranda
se quiebra la geometría
e intacto, el dintel traspasa.
Bajo las trabajaderas
el esfuerzo se ha hecho gracia
para llevar a la Virgen
en su compás acunada
un paseo por la gloria
prendidos en su mirada
Este pregón llega a su fin, pero voy a abusar de vuestra atención un poco más. En esta hora, hermanos os pido que me perdonéis la licencia, el capricho de pregonar lo que el corazón me reclama, el deseo de resumir en una todas las palabras. Porque quiero decirle algo a la Virgen del Socorro, a la Señora de mi familia, a la que es presencia constante en mi vida asomada a ella por la ventana del cuadro, la estampa, el recuerdo y la oración. Porque como comprenderéis, yo no me bajo de aquí, sin decirle guapa a la Virgen del Socorro.
CINCO LETRAS
Hoy envidia el sol la estampa
que va pintando en su paso
y de su andar acompasado
mira admirado la gracia.
Por eso hace tibios sus rayos
para rozarle la cara,
cuela su luz por la malla,
no deja sombra en sus manos.
Y al subirle hasta la cara
queda rendido y proclama
con su luz de la mañana
un etéreo y luminoso: ¡guapa!
Es su belleza desprecio
del oro que la acompaña.
No tiene valor la estampa,
no se compra, es eterno.
Aquí se rinde el metal
que es piropo en la corona
y para darle realce toma
el brillo de una centella.
Escrito en seda bordada
con renglón de terciopelo
el oro rinde respetos:
tú vales más, ¡guapa!
El cielo con ser inmenso
quisiera estar recogido
en el espacio del palio
cual minúsculo universo.
Tiene el celaje un anhelo
un deseo de ser pequeño,
para poder estar preso
en este azul de terciopelo.
Reprime por no asustarla
su verdadero deseo
gritar con fuerza de trueno
un gigantesco ¡guapa!
Tiene andares de señora
pero el compás la transforma
se hace mocita y se adorna
con gesto de mujer hermosa.
Mientras su paso avanza
todo sonido proclama
con una melodía exacta
la gloria de esta mañana.
El tambor el paso marca
y el metal traza la rima
al compás de bambalinas
la música se hace palabra: ¡guapa!
Las flores que se le asoman
del camino en los balcones
trasminando sus olores
suspiran por ser su aroma.
Si pudiera ir en tu mano
le dicen en el Calvario
con una pena los lirios
desde San Roque a Santiago.
Para alfombrar donde pasa
en Herrero se desprenden
flores de amor desvanecen
y en el aire pintan: ¡guapa!
Los versos para nombrarla
nunca aciertan con la rima,
no encajan, no atinan
se desparraman las sílabas.
Las frases que de ti hablan
buscan la imagen perfecta
que aloje tanta belleza
y no encuentran las palabras
La metáfora no abarca
desisten la prosa y el verso.
Esta imagen es del cielo
sólo queda una palabra: ¡guapa!
Para escribirte he buscado
en la imagen y el recuerdo
todo en balde no lo encuentro.
La inspiración me ha dejado
¿cómo describo la estampa?
Me planto ante el folio y pienso
escribo, borro y no puedo
que digo de esa mirada,
que geometría invento
para describir tu cara.
Perdido en el embeleso
rendido ya ante tu gracia
así abandono el intento,
no puedo decir más nada
y aquí cinco letras dejo
en palabra descarnada
y siento inflamarse mi pecho
Incendiado de amor, en llamas
Socorro de mis entrañas: ¡guapa!
He dicho.
Alberto Mallado Expósito. Cuaresma 2015
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