Existe un eje que, a la manera del antiguo decumano, atraviesa Alcalá de Este a Suroeste en una diagonal vacilante similar a la trayectoria de una mala estocada. Este eje, que va desde el Barrero hasta la plaza del Duque, recorriendo la calle Mairena y la calle la Mina de punta a cabo, lejos de ser esa médula que irrigara de vida todo el centro de la ciudad, se ha ido convirtiendo, desde hace muchos años ya, en el surco yermo, abierto por un mal estoque, por el que se va desangrando, sin llegar a pararse, el corazón de este pueblo.

El pasado 15 de junio los comerciantes del centro se manifestaron a lo largo de su maltrecha espina dorsal hasta llegar al Ayuntamiento, donde irrumpieron en medio de un Pleno municipal, y allí hicieron escuchar su queja: "la mala planificación del Consistorio ha convertido el centro en una isla inaccesible".

No les falta razón a los comerciantes, entrar, salir o atravesar el centro de Alcalá es algo parecido a una odisea. La caótica ordenación del tráfico parece haber sido planeada por un maléfico niño que no tuviera otra manera mejor de divertirse.

Pero, una vez comprobada esta situación real, habría que preguntarse el porqué. ¿Cómo se ha llegado a dicha situación?

Todo nace con un fin; este fin no es otro que la peatonalización del centro para conseguir dotar a esta zona de una vida y una actividad paulatinamente decreciente en los últimos años. Yo, desde aquí, defiendo ese objetivo y califico de crucial la consecución de la peatonalización, no solo como una opción, sino como una necesidad y como única alternativa al desolador ambiente que nos muestra cada mañana y cada noche este paisaje, aturdida vereda sin alma de día, lúgubre túnel sin cuerpo de oscurecida.  

Hay motivos de sobra, pero el más evidente nos lo planta la realidad en nuestras narices cada vez que echamos a andar por esa antigua vaguada neurálgica en la que las cosas están casi como antaño y comprobamos que a su alrededor todo ha cambiado, cuando, otra vez,  volvemos a constatar que hoy no vivimos como hace treinta años; las grandes superficies están ahí al lado, Internet en cada casa, en cada casa un coche o dos... en fin,  los enormes cambios económicos y, sobre todo, sociológicos de las últimas décadas han hecho cambiar nuestras formas de vida. No se puede pretender seguir manteniendo las formas de un antiguo pasado en un presente radicalmente distinto; así que, o se asume esta certeza que nos permita plantear un futuro mejor o nos quedamos tal cual, colapsados en un estatismo que, irremisiblemente, nos llevaría a la defunción.

Buscando este fin se puso en marcha el proceso con la peatonalización de la calle Mairena, luego vino la reforma y peatonalización del entorno de la plaza del Duque, por cierto ¿no se ha recuperado acaso un valiosísimo espacio, olvidado tantos años a la sombra del horrendo mamotreto que usurpara la parcela de la Casa Paulita? Y por último, las obras de reforma de la Plazuela y la Plaza Cervantes. 

Ahora bien, el fin es una cosa y la forma de llegar a él, otra. Y en esto, el Ayuntamiento ha ido cometiendo un disparate tras otro, con una falta de coherencia y una sensación de improvisación que han terminado por desesperar no solo a los comerciantes, que ven cómo desciende el tránsito de personas y, por lo tanto, sus ventas, sino a todos los ciudadanos que vienen sufriendo tales despropósitos, y a los que nombrarles hoy la peatonalización es nombrarle al mismo diablo.  

Aun con todo esto, me atrevo a decir, y lo repetiré cada vez que pueda, que la forma no debe impedir el fin.

Hay que limpiar la herida de esa mala estocada que todavía no nos ha matado del todo, y sanarla, devolviéndole la vida a una arteria que, haciendo las cosas bien, habría de convertirse en una isla privilegiada, alejada del ruido infecto y sucio de los coches, y por supuesto, perfectamente comunicada y accesible desde numerosos puertos. Una isla para convivir progresando.