La ceniza en la frente y la Cuaresma por delante. La Iglesia ofrece la lección “polvo eres y en polvo te convertirás”, que no es nueva. Ya Roma lo advertía “Memento mori”. Antídoto contra la fatuidad de la gloria a la que queremos acceder antes de tiempo a poco que algún logro nos eleve sobre los demás.
“En polvo te convertirás”, la sentencia es tremenda y el recordatorio más necesario que nunca en una sociedad henchida de la vanidad a la que las pantallas ponen escaparate, muchas veces falso. La lección se completa con una imagen, la de Jesús Nazareno doblado bajo el peso de la Cruz. Dios encogido por la madera.
Parece que este debiera ser un día terrible, que devastara el ánimo de quienes se acercan al viejo rito. Pero, como siempre, nos salva la belleza. La de la dulce expresión del Nazareno que espera en Santiago, a nuestra altura, mostrando los detalles de su apostura de canela. La de sus manos, de dedos abiertos entre los que circula la entrañable bruma del incienso.
El anticipo del gozo difumina la profundidad del significado de este día. Nos salva la belleza presentida de los días venideros, la esperanza del encuentro con los momentos que nos anclan en el espacio y el tiempo, en medio del naufragio que todos llevamos dentro.
Nos salva la belleza. No podemos evitarlo, cosas de esta tierra, que hace de la muerte una estampa de hermosura y de la ceniza, el abono para que la primavera florezca en los brotes de Dios que estos días nos saldrán en la piel y en el alma.
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