Se cumple este verano el año 3 de Noctaíra y simplemente por eso, por poder celebrar un evento de actividades culturales por tercer año consecutivo, el hecho es una buena noticia. Como sigue pareciendo una buena idea aprovechar las noches —apacibles casi frescas esta vez— para subir sin prisas al Castillo y disfrutar del ambiente alrededor de todas las funciones programadas y, de camino, perderse por ese juego de estrecheces y aberturas en un barrio de San Miguel demasiado velado el resto del año.
Tan sólo tres aniversarios han hecho falta para cambiar, incluso, la opinión sobre el nombre con el que se bautizó el asunto; este Noctaíra que uno veía facilonamente forzado y que parece haberse asentado ya y ser reconocido incluso sin necesidad de más presentaciones. Aquí vemos, otra muestra más de las bondades de la constancia, de insistir y de darle continuidad a las cosas.
La programación se entiende como un reclamo para solaz de los alcalareños y creo que pocos dudarán de que, efectivamente, es una buena oportunidad. Como serán muchos los que aplaudan el asentamiento de este proyecto como una forma de vivificar lugares emblemáticos de nuestro paisaje durante tanto tiempo abandonados.
Lo que seguramente plantea más dudas es si Noctaíra está consiguiendo algo más, aparte de una oportunidad de esparcimiento y convivencia (siempre bienvenidos) para las noches de nuestro largo y cálido —y tedioso— verano. Ese “algo más” existía en la concepción del proyecto, y así fue presentado desde el principio, incidiendo en dos aspectos fundamentales en los que Alcalá y su gente podrían salir beneficiados: uno fue el de la potencialidad de la iniciativa como promotora de la cultura; el otro, el de la capacidad que, a más largo plazo, se le atribuía a la celebración de estas actividades para recuperar la vida y la convivencia de unos espacios olvidados durante mucho tiempo.
Y es en esta doble expectativa donde la cosa no termina de cuajar.
Primero, porque, si atendemos al concepto de CULTURA, el objetivo se está quedando en la mitad del cuarto, a lo sumo. Por cuanto no creo que respondan, las distintas actividades culturales realizadas, a ese sentido profundo del término por el cual un individuo adquiere unos conocimientos que le permiten desarrollar su juicio crítico. Como tampoco termino de ver que comuniquen y pongan en valor, aunque aquí sí en mínima parte, ese conjunto de costumbres, de formas de vida y de expresiones artísticas propias de nuestro pueblo. Y segundo, porque hoy, pasear entre un agradable trasiego por las angosturas de San Miguel y asomarse acompañado a sus balcones sobre el río para bajar luego por una Cuesta del Águila repoblada y pulcramente enjalbegada sigue siendo una excepción estival y nocturna.
Un proyecto que persigue insuflar vida al verano de un pueblo es siempre un proyecto noble en sí mismo. Pero, si además quiere aspirar a las altísimas cotas a las que hay llegar para tocar como se merecen conceptos como CULTURA, REHABILITACIÓN y CONVIVENCIA, necesitamos mucho más que unas “noctes” de verano sobre el Guadaíra.
Ojalá sea.
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