En las salas del Museo se muestra  una interesante colección de piezas que forman parte de excavaciones arqueológicas realizadas en el convento y su entorno; por un lado y del ajuar de las monjas, por otro. Pero los objetos sirven también para narrar la historia de la comunidad y de su modo de vida.

El convento fue fundado en 1597 por la noble Juana Gallego de Ledesma. Al principio no eran más que unas casas entre las que se encajó un patio que sirvió de primer claustro. El convento fue creciendo y alcanza su apogeo a mediados del siglo XVIII, hasta convertirse entonces en uno de los más destacados de la orden en la provincia.

Pero en julio de 1936 es incendiado y las monjas se marchan  a Sevilla. Años más tarde, regresan y la determinación de Madre Corazón de Jesús y de un grupo de monjas muy jóvenes comienza a hacer posible la reedificación del convento.

Fueron años muy duros. Baste decir que su primer trabajo fue retirar los cascotes y hacerse un hueco para dormir entre ellos. Para hacer frente a las obras el convento vende parte de sus dependencias. Pero el tesón ofrece sus frutos y el cenobio vuelve a renacer, se puebla de obras de arte y adquiere fama por sus dulces.

Los testimonios más antiguos del convento fueron localizados en dos excavaciones arqueológicas realizadas en los años 50 y 70 en dos obras de alineación de fachadas. En ambas fueron encontrados abundantes restos cerámicos correspondientes a vajillas cuya cronología va de los siglos XV al XVII. Hay por tanto piezas que son anteriores a la fundación del convento y que llegarían como dotación fundacional. Se trata de piezas que corresponden a la colección municipal arqueológica.

Junto a esta interesante colección se muestran piezas cedidas por las monjas para la muestra a la que ha dado forma el Ayuntamiento. Hay libros antiguos, que las monjas salvaron escondidos entre sus ropas cuando ardió el convento. Se muestran dos Niños Jesús de la interesante colección que posee el cenobio. Son de los siglos XVII y XVIII y nos acercan al mundo íntimo de la vida en la clausura.

Junto a ellos dos crucificados. Uno valiosísimo, de marfil y magnífica factura del siglo XIX y otro, el Cristo de los Milagros, del XVII, al que rodea una interesante leyenda. Cuenta que esta obra estaba en casa de una familia judía que lo tenía enterrado y cada noche lo sacaba para azotarlo. Cristo se quejó y lo oyó un inquisidor que pasaba por la calle. Entró en la casa y lo encontró. Lo llevó a un oratorio donde encargó a una sirvienta que nunca le faltara una vela ardiendo junto a él. Pero durante una epidemia de peste a todos se les olvidó poner la luz a la imagen. Cuando la criada cayó en la cuenta de que había incumplido su promesa fue a buscar al crucificado y encontró que la llama aún ardía y que no se había consumido nada del aceite que la alimentaba.

Una Inmaculada, varios cuadros antiguos y algunos del siglo XX, planos de las reformas y diversos documentos, entre otras piezas completan una muestra que saca a la luz una parte de la rica historia de esta congregación.