Las grandes industrias productivas que llegaron con el polo de desarrollo en los años 60 pasan por malos momentos o directamente ya han cerrado. El episodio de Roca es el más reciente y resulta muy doloroso por la pérdida de 228 empleos que acarrea, pero ya en julio pasado cerró Flex, dejando en la calle a 68 trabajadores y poniendo fin a 57 años de existencia. Dos grandes emblemas y dos fuentes de trabajo importantísimas para la ciudad durante décadas.
Tecysu, la empresa que arrancó dedicada a la climatización y amplió su actividad a la construcción también ha cerrado, con la pérdida de unos cien empleos. Instalaciones Rodríguez, dedicada al frío industrial también ha cerrado, al igual que Polanco, que cesó su actividad sólo tres años y medio después de abrir sus instalaciones enfocadas a los profesionales del sector de la madera.
También han reducido su actividad y han presentado eres de extinción de empleo otras grandes empresas como Vidriera Rovira, que presentó a principios de año un Ere que tras la negociación dejó fuera de la empresa a 76 de sus 256 trabajadores.
Las grandes factorías hacen mucho ruido en su caída pero además de ellas, el goteo de pequeñas empresas que abandonan derrotadas por la crisis es constante. Sus puertas cerradas en las zonas industriales, así lo evidencian. Y con ellas otras muchas que reducen su actividad por falta de clientes y con ello, su número de empleos. Los eres temporales se suceden y en muchos casos son la antesala de despidos definitivos o de cierre.
Llegan algunas nuevas, insuficientes para compensar las pérdidas. Sin embargo, la nueva tipología de empresas es muy distinta a la que tenían las que se marchan. Frente a empresas productivas con gran capacidad para crear empleo, como la propia Roca o Flex, ahora tenemos grandes superficies de venta como Makro, Decathlon o Leroy Merlin. Desde fuera son grandes instalaciones, pero su capacidad de crear empleo es limitada. En casos como el de Makro son cien puestos de trabajo, pero se trata de contratos de media jornada. Son además empresas que generan poco valor añadido en el entorno, puesto que no desarrollan actividad productiva, sino de venta. Muy al contrario, incluso destruyen empleo y empresas a su alrededor, puesto que entran en competencia directa con otras empresas de menor dimensión de la localidad. Flex o Roca, no eran competencia para nadie.
Una excepción es la ampliación de la fábrica de La Casera para incorporar una nueva línea de producto. Sin embargo, una inversión de 25 millones de euros en nuevas instalaciones sólo ha supuesto la creación de 20 puestos de trabajo.
El entramado económico de Alcalá se enfrenta así a un cambio de ciclo preocupante. Su carácter industrial, aquel que hacía presumir al gobierno local de que la ciudad producía el 10 por ciento del producto interior bruto industrial de Andalucía se desvanece. En su lugar, lo poco que surge pertenece al sector servicios y se dedica sobre todo a la comercialización. Los polígonos se convierten escaparates de venta en su fachada a la carretera, pero en las calles traseras se suceden los cierres de empresas industriales. Un cambio de ciclo económico en el que la creación de sinergias entre empresas (otro de los mantras municipales) se hace imposible, porque las nuevas (escasas) empresas no necesitan consumir grandes recursos en el entorno, ni contratar muchos servicios entre las pymes del municipio.
Desaparecen por tanto, las empresas tractoras, el tejido industrial productivo que en un sistema económico es el que tiene mayor capacidad para tirar del carro de los pequeños empresarios y los autónomos de la localidad.
EL ANTECEDENTE DE GILLETTE
Las actuales deslocalizaciones y cierres de empresas tienen un antecedente en la crisis de los años 90. Entonces fue muy dañino para la economía local el cierre de Gillette en 1994. Fue una de las primeras y más sonadas deslocalizaciones industriales de España hasta entonces. La empresa dijo que trasladaba su producción a plantas de Alemania y Gran Bretaña. Para ello alegó “carencias tecnológicas” de la fábrica de Alcalá. Pero el comité de empresa afirmó que el motivo del cierre era la instalación de tres nuevas factorías de la empresa en Rusia, Polonia y Turquía, donde los costes laborales eran inferiores.
El cierre supuso el despido de 246 trabajadores y generó una campaña de solidaridad a nivel nacional. Desde diversos foros se pidió el boicot a las maquinillas de afeitar de la empresa e incluso hubo políticos como Joaquín Leguina que se sumaron a la campaña “Yo ya no me afeito con Gillette”.
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