Opinión - 02/10/2013
"Modelo de ciudad". Antonio García Calderón
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Todos tenemos al menos un traje en el armario para las ocasiones. Suele estar colgado en uno de los costados del armario por ser una pieza de poco uso, a no ser que, por los rigores de tu ocupación, esta prenda sea tu uniforme de trabajo y entonces suelen estar más a la mano y su número puede que llegue a la media docena. Pero la mayoría de los mortales, los que solo tenemos uno,  buscamos un modelo lo más versátil posible, con una tela intermedia, en el que la lana y el lino están proscritos, de forma que te lo puedas poner tanto en invierno como en verano. También ha de tener un color discreto, para que lo puedas usar lo mismo en una boda como en un funeral. Y el talle mejor que sea holgado, para que los vaivenes de la báscula nos permitan solucionarlos con un agujero de más o de menos en el cinturón o, en casos extremos, si uno tiene la precaución de probárselo unos días antes del evento y resulta que no se ajusta  a tu voluble figura, que nos quede el recurso de las manos habilidosas de una costurera que le saque o le meta al pantalón, siempre y cuando en las uniones haya reserva de tela para la operación de ajuste. Pero que se tenga solo un traje no quiere decir que siempre vayamos igual vestidos, para ello están las corbatas y las camisas, alegres o sobrias según la ocasión, la insignia en la solapa o un pañuelo asomando en el bolsillo de la chaqueta. Pero como no hay traje que dure una vida, cuando ya no de más de si por talla o por usado, toca pedirle al sastre que nos diseñe uno nuevo.

Plantear el patrón  de un nuevo traje no es muy diferente a la tarea de pensar qué modelo de ciudad es el que más se ajusta a nuestro cuerpo urbano. Lo primero es tomar bien las medidas, sus dimensiones, la extensión de la misma, cuales son sus singularidades, la complexión de su figura. Después lo conveniente es abrir un proceso de participación para sondear opiniones entre los que van a lucirlo, conocer sus gustos, preferencias y necesidades concretas. Una vez marcada la talla y abocetado un diseño, se hace una previsión de los metros de tela necesaria.  Lo deseable es aprovechar los paños que haya en el taller, contar con los rollos que ya tenemos. Elegida y medida la tela, comienza la tarea de marcar con el jaboncillo las piezas, las partes que por su estructura han de hacerse de una vez.  A continuación viene la tarea más delicada, el corte del despiece que se ha ajustado sobre la tela buscando su máximo aprovechamiento. Con las piezas sectorizadas, se hilvana el primer modelo para su aprobación inicial. La unión de sus partes están solo apuntadas, de manera que en la prueba se puedan hacer las alegaciones que los usuarios crean pertinentes. Atendidas estas peticiones, se hace una segunda prueba, la provisional. Si el sastre ha hecho bien su trabajo, el traje debe ceñirse al modelo planteado, con los ajustes necesarios que por interés general se hayan recogido. De todos modos, si fuera necesario, en esta nueva aprobación aún es posible demandar algún arreglo antes de que sea definitivo y esté listo para su uso.

Pero ya casi nadie va al sastre. Ahora tiramos del prêt-à-porter. Trajes seriados con patrones estándares que si no tienes un cuerpo canónico,  te vas a tener que conformar con que te esté bien la chaqueta o te esté bien el pantalón. Son modelos sujetos a las modas y de poco recorrido, obligados por las exigencias de un mercado que pretende que lo renovemos la temporada siguiente. Sin embargo, el modelo de ciudad debe ser un traje a medida y de largo recorrido, el pacto que entre todos tenemos que acordar para fijar cómo ha de ser el  lugar donde queremos residir, definir los espacios donde poder producir,  los equipamientos en los que atender nuestras necesidades educativas, asistenciales y culturales,  decidir dónde vamos a poder divertirnos y relacionarnos, o simplemente, cómo queremos que sea el lugar donde vamos a  vivir  y, sobre todo y más importante, donde van a vivir nuestros hijos en el futuro.

Parece que el traje que nos habían encargado nuestros administradores locales de lo público no les ha gustado a los estilistas que marcan tendencia en la Junta. La razón principal es que venía pasado de tela. Era de la talla XXXXXXL, con unas mangas que tocaban el suelo y una cintura que no había tirantes que la hiciera sostenible. Lo que sí parecía que se habían hecho bien eran los bolsillos, muchos más de lo normal y bien grandes, para llenarlos de convenios urbanísticos que permitieran pagar las facturas de tan costosa costura. Y después de cuatro años olvidado en el cajón de sastre, han decidido airearlo para ver que hacemos con lo que parecía un disfraz para un carnaval que se creyó eterno. Y lo más inesperado es que el traje nuevo que nos quieren vender ahora es como el del emperador del cuento: invisible. Afortunadamente han cambiado de modelo, aunque no de sastre, que por lo que se ve lo mismo está para un roto que para un descosido. Nos anuncian un urbanismo menos expansivo, más transformacional y más austero. Comparto y me adhiero al espíritu de este nuevo modelo, incluso hasta me llega a entusiasmar lo que predica en cuanto a movilidad, ecobarrios, ciudad híbrida y compacta, estructuras de barrios, supermanzanas, transporte intermodal, reducción de la presencia de coches ... Sería necesario explicarlo bien a la ciudadanía e incluso abrir un nuevo proceso de participación. No tenemos prisa para algo tan vital y menos ahora que la presión urbanística ha desaparecido.

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