Opinión - 09/05/2016
"Que la sombra te sea leve". Juan Alcaide
Autor:
Juan Alcaide Rubio

Que veinte años no es nada lo tenemos más que comprobado, pero que dan para mucho es tan cierto como lo primero; y no faltará quien nos lo demuestre.

Después de más de veinte años, se nos ha ido nuestro alcalde. Las manos que hasta ayer jugueteaban con el bastón de mando de la ciudad son las mismas que hace ya más de dos décadas lo agarraron con firmeza por primera vez. Son varias las generaciones que no han visto otra cara que la de Antonio Gutiérrez Limones presidiendo la Casa de todos; es el único rostro —no exactamente el mismo, porque los surcos del tiempo han ido ajando su imagen— que han conocido como alcalde muchos jóvenes por esta tierra. Pero nada dura para siempre, aunque a veces parezca eternizarse, y ni siquiera el limonato ha escapado de esta máxima.

Se ha ido, y va a ser extraño no tenerlo de alcalde después de tanto tiempo.

Dice él que se ha ido, otros piensan que “lo han ido”, pero la cosa es que no está ya. Y el caso es que su marcha deja la impresión de que tal vez se haya ido justo antes de muchas cosas: justo antes de acabar sometido a una moción de censura; justo antes de verse retratado como alcalde haciendo el paseíllo a las puertas del juzgado, justo antes de fastidiar los cálculos de barones y baronesas de su partido y justo antes de no se sabe cuántas historias más.

Sí, se ha ido justo antes de…,  pero no justo a tiempo. Para haberse ido justo a tiempo tendría que haberlo hecho hace mucho. Porque hace mucho, mucho, que le alcanzó su tiempo y le pegó el mordisco para arrastrarlo a un declive lento y prolongado, como los días últimos de un viejo mastín desencadenado que consume la propina de su vida, errante y flemático alrededor de su cortijo.

Se le fue su tiempo y perdió pie tras sus afanes, fracasó en el envite decisivo y rodó desde las cumbres borrascosas hasta los callejones más oscuros de un pueblo que ya, para él, era más lastre que sustento, más hijastro que padre.

La misma ambición que en la primera década le encumbró y le dio alas para volar más allá de nuestros pinos verdes ha sido la que le ha hecho caer. La misma pretensión que le llevó a transformar el viejo pueblo panadero en una ciudad nueva, industrial y vanguardista, “poligonera” y de dragones modernistas haciendo de puente a un futuro con forma de rotonda, terminó por confundirlo y acabó revistiéndose de ínfulas irreales que le hacían mirar desde arriba, casi con asco, lo que quedaba por aquí abajo, a ras de albero.       

¡Qué distintos sonarían sus discursos  de senador! Esos textos brillantes y de dicción confusa balbucidos desde el estrado del Congreso en defensa de la dignidad humana, con citas de Neruda y profundidad existencial, ¡qué otro eco tendrían si hubiese abandonado la poltrona justo a tiempo! Pero no lo hizo; se aferró a su finca y terminó devorado por sus propias criaturas.

Es Limones el ejemplo claro de que veinte años dan para mucho, desde ascender y casi tocar el cielo hasta descender a una profundidad tal que hace temer el infierno. Pero también es ejemplo de que, si se desatina y se pierde el horizonte, ni siquiera una veintena de años es suficiente para cambiar las cosas.

Se va y nos deja un pedazo del solar transformado (en biblioteca, en teatro, en puentes y en museo), otro pedazo, deforme (polígonos fantasmas, carreteras a medias y un tranvía llamado Engaño) y los males de siempre en un rincón, esperando la catalogación de endémicos (un tráfico demencial sobre  un río espumoso, un comercio local que agoniza y una cultura enmudecida que clama por un micrófono).

Muchos son los que vienen esperando su caída desde hace tiempo. ¡Al fin! Suspiran, después de tan larga espera, y mascullan palabras parecidas a epitafios: “Tanta gloria lleves como descanso dejas”.  “Arrivederci, Antonio”.

Pero permítanme aliviar esta despedida para que no suene a epitafio y así poder cambiar el “Sit tibi terra levis” del poeta Tibulo por un sincero “Sit tibi umbra levis” — Que la sombra te sea leve —. Y que el resto de los mortales podamos algún día volverte a ver por las soleadas calles de tu tierra más de lo que te hemos visto en la última década. Sería algo así como recuperar un vecino.

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