Opinión - 24/03/2018
"Huele a pestiños". Juan A. Muñoz Andrade
Autor:
Juan A. Muñoz Andrade

La vida huele. Huele el amor, la piel de un niño, las tardes de tormenta. Huelen los libros, las casas. Huele el deseo, el dolor, la muerte.

Huele la primavera.

Huele a pestiños. La cocina, la ropa, mi estudio…toda la casa se ha impregnado de aromas dulzones, se ha llenado de evocación y recuerdos.
Huele a tiempo lento y generoso, a manos hundiéndose en la masa fragante, a tarros de miel, a aceite, a especias. Suena el chapoteo alegre de la masa en un mar de aceite o el baño premioso en olas de miel caliente. Sabe al exceso de dulzor, a la fusión de sabores en la boca golosa que apenas puede esperar a que se enfríen.
Suena, huele, sabe a tiempo antiguo, a palabras viejas gastadas por los bordes, a voces cómplices en las austeras cocinas de madres y abuelas de nuestra infancia. Nos transporta a la tienda (“ancá Ramos”) donde los avíos se desgranaban en un sinfín eufónico de palabras, medidas (harina, la “carmita”) e ingredientes en tarros de cristal sobre mostradores de madera.
En un tiempo de excesos y abundancias como el que vivimos es difícil identificar la felicidad con una comida, un sabor, un ingrediente que convierta una fecha en un pozo de sensaciones adheridas. En una infancia que se aleja con prisa muchos recibimos el regalo envenenado pero poderoso de la escasez, la capacidad de convertir lo nimio en trascendente, la sensación de que en un lebrillo de pestiños de la alacena tus yemas acariciaban el dulzor y la perfección que la boca ya anticipaba con solo descorrer el paño que los cubría.
La historia, la cultura, la vida…amasadas, endulzadas y fundidas tras siglos.
Huele a pestiños, suenan tambores en un día de primavera con ganas de tormenta. Se pelean las luces por las últimas horas de la tarde.
¡Me voy a comer un pestiño! ¿otro? ¡otro!

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