Opinión - 14/06/2019
"Paternidad tóxica". Juan A. Muñoz Andrade
Autor:
Juan A. Muñoz Andrade

Ser padres o madres es uno de los regalos más apasionantes (¡y complicados…!) que nos depara estar vivos y vivir en sociedad. Natura nos trajina con la atracción sexual y el instinto de protección de nuestros cachorros para asegurarse la continuidad de la especie. Precisamente ahora, cuando estamos en serio peligro de catástrofe demográfica, surge el papel de algunos padres y madres más como amenaza que como contribución a la formación de sus hijos (que tampoco está para muchos zarandeos).

Todos los que estamos en contacto con actividades de formación, entretenimiento, adiestramiento deportivo, cuidado sanitario…de niños y adolescentes manifestamos alarma ante algo que comenzó a mostrarse hace años como amenaza pero que se ha acabado convirtiendo en un problemón; la intromisión insensata de muchos padres en el trabajo y decisiones de formadores, entrenadores o de cualquiera en posición de responsabilidad o autoridad sobre sus criaturas.

El instinto de protección y cuidado de nuestras crías no sólo es natural sino conveniente y necesario. Convertir algo sensato en un problema y en un obstáculo es sumamente estúpido y peligroso, y, lo peor, enormemente perjudicial para la formación de sus propios hijos. Maestros y profesores que admiten sobrellevar o disfrutar el contacto directo con los más jóvenes (que se ha complicado también sobremanera, por cierto) pero que aducen la presión de algunos padres como el detonante de jubilaciones anticipadas, cambios de dedicación o destino, renuncias. Entrenadores deportivos que acaban prohibiendo la presencia de padres en partidos o entrenamientos para que no acaben enseñando a sus hijos precisamente lo que intenta enseñarles a evitar la sana práctica deportiva; hacer el becerro, comportarse de manera caprichosa y egoísta.

Ni son todos ni tan siquiera muchos. ¡Son demasiados! Reconvenir, reconducir, poner límites son parte esencial de nuestro proceso de formación como seres humanos decentes (no, no se transmite genéticamente, necesitamos la educación). La airada y desproporcionada reacción de algunos padres y madres ante cualquier acción que contraríe a sus príncipes y princesas es parte esencial tanto del aprendizaje de la criatura para convertirse en un ser caprichoso, despótico e incapaz de vivir en sociedad como del desaliento que cunde en quienes tienen (tenemos) que contribuir a una formación a la que suele faltar las imprescindibles patas de la contribución paterna/materna.

Desacreditar, amenazar, cuestionar, agredir a quienes colaboran con la formación de nuestros hijos no sólo no los protege ante injusticias sino que les perjudica enormemente. Rellenar con “síes” insensatos todos los espacios que la formación reserva a los más ingratos pero convenientes “noes” es un suicidio como educadores. Maquillar los errores de nuestros hijos no los hace más guapos, sino que les transmite la estúpida sensación de que deben abrazar la irresponsabilidad. Convertir a un chaval en un niñato es infinitamente más fácil y rápido que convertirlo en un ser humano decente. Lo pagaremos, muy caro.

Ya apareció el “temita” por estas pantallas: “Los Reyes no son los padres” (Diciembre 2017) y “¡Peligro! ¡padres helicóptero! (octubre, 2016)

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