Opinión - 13/06/2014
"Cantemos al árbol". Antonio García Calderón
Autor:

Cantemos al árbol que voy a plantar.
Si Dios lo protege del hombre y del viento,
¡salud y riqueza dará!
¡salud y riqueza dará!

Uno para el otro los dos creceremos;
él se irá elevando y yo iré creciendo,
Y si triste y solo llego yo a morir,
dejaré en el mundo un árbol siquiera
plantado por mí.

 

Mi abuelo Antonio solía cantarnos esta canción. No nos cansábamos de pedirle que la repitiera una y otra vez. Eran tardes de camilla en las que las historias se enlazaban unas con otras a demanda de sus entusiastas nietos; una versión contemporánea de los cuentos al amor de lumbre. Cantaba fatal, pero lo hacía con una gracia genial que suplía con creces su falta de afinación. De su repertorio, esta es la que mejor recuerdo. Se trataba de un himno que tuvo que aprenderse en el colegio para cantarlo en la Fiesta del Árbol.

Corría el año 1924, mi abuelo tenía por entonces diez años. Fue el año que esta celebración se generalizó y empezó a tener un marcado carácter institucional. Apenas unos meses antes comenzaba la dictadura de Primo de Rivera. Las conmemoraciones patrióticas, cívicas y religiosas, tuvieron su apogeo en este periodo, en el que surgieron nuevas manifestaciones festivas, y otras ya existentes se reforzaron con el objetivo de realzar los valores nacionales.  Entre ellas, como no, la Fiesta del Árbol. Las instrucciones para su organización y modo de celebrarla fueron pautadas en un reglamento que nos da una idea de cómo tenía lugar la celebración del acto:

“ 1)… se constituirá una junta gestora para la fiesta, en la que tomarán parte todas las autoridades de la localidad, sin distinción de ideas políticas, sociales y religiosas….
2) El lugar de la celebración estará adornado para el día de la fiesta, con gallardetes, follaje, banderas, etc., para dar mayor animación y colorido al acto e impresionar la imaginación de los niños. 3) Deberán concurrir todos los niños y niñas de todas las escuelas de la localidad con sus respectivos estandartes y presididos por sus profesores. 4) Formarán la presidencia las autoridades locales y la junta de proyección de la Fiesta. 5) Habrá pocos discursos y estos serán breves.”

Finalmente, se acababa con el canto del himno de la Fiesta del Árbol, interpretado por los propios niños dirigidos por sus maestros,  en honor a las autoridades locales como el Cura Párroco, el Alcalde, el Delegado Provincial de Unión Patriótica, que solía asistir según la importancia de la localidad, así como del Delegado Gubernativo, principal encargado de hacer cumplir y vigilar este tipo de ceremonias.

Me gustaría reconocer a mi abuelo en uno de los niños que aparecen en la foto. Me conformo con pensar que puede ser uno de ellos o, al menos, que son los abuelos de algunos de nuestros vecinos. Esto que les cuento, una fusión de la más pura tradición oral combinada con la memoria colectiva que la red pone a nuestro alcance, viene al caso por la pregunta que el maestro Curro López Pérez lanzó en el Museo a un concurrido auditorio en la presentación del “Catálogo de árboles y arbustos singulares del término municipal de Alcalá de Guadaíra”, un riguroso trabajo de investigación del doctor en Geografía Física David Cristel Gómez Montblanch, con un atractivo formato cuya edición ha dirigido Lara Cervera Pozo.  Curro nos invitó a aproximarnos afectivamente a los árboles, aquellos que forman parte del paisaje de nuestras vidas y que han llegado a convertirse en iconos para algunas personas, e incluso para generaciones enteras. Árboles como asideros que conectan los habitantes con el lugar y que nos ayudan a reencontrarnos con nuestros recuerdos. La pregunta “¿Cuáles son los árboles con los que está vinculada tu vida?”, que dejó suspendida en el aire al final de su alocución, me trajo el eco de aquella canción que me enseñó mi abuelo, estableciendo un lazo afectivo con la memoria de nuestros antepasados. Mis árboles serían los que aquellos niños plantaron hace noventa años. No sé donde están y tampoco si aún siguen todos en pie, si han sido protegidos “del hombre y del viento”. Lo que sí les puedo asegurar es que siguen vivos en el imaginario de mi memoria.

Recuperar la Fiesta del Árbol sería una saludable terapia colectiva para los tiempos revueltos y de crispación en los que estamos inmersos. Una celebración “en la que tomaran parte todas las autoridades de la localidad, sin distinción de ideas políticas, sociales y religiosas”,  donde “haya pocos discursos y estos sean breves”, con los niños y niñas como protagonistas de una acción que dejaría un valioso legado para los que vendrán:

 “¡salud y riqueza dará!
¡salud y riqueza dará!”

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