Primeros de septiembre de 1812. En medio de un sofocante calor que viene dando coletazos anunciando un final ya próximo del verano, pero que  aún se resiste a marchar, llegan con los primeros soldados ingleses, polvorientos y exhaustos, noticias de que en Triana el  regimiento inglés de granaderos  ha conseguido tomar el puente de barcas. Con ellos, malherido, viene agonizando el teniente coronel John Scrope, encargado de lanzar la exitosa ofensiva, que finalmente muere a las puertas de Alcalá.  Los ingleses han  impedido la destrucción del puente y el saqueo indiscriminado de Sevilla por parte de los franceses. El final de esta larga guerra parece un poco más cerca.

El episodio da para una novela (ya publicada, escrita por Arturo Vinuesa) y aun daría para una película. El inglés murió en un cruce de caminos en Alcalá como pudo morir en Triana. Pero el hecho, casual o fortuito, sirve para que a través de un topónimo Alcalá alargue su historia como pueblo, enriqueciéndola con curiosidades que a la postre nos pueden servir para conocer un poquito mejor el pasado de nuestra ciudad, de nuestro país y del continente en el que vivimos.

Hay tantas cosas criticables, tanto hartazgo y cabreo por la realidad en la que vagabundeamos, y tantas posibilidades de volcar todo este descontento a través de las nuevas formas de comunicación,  que resulta imposible salir indemne de cualquier iniciativa que implique al pueblo y sus ciudadanos y que suponga un gasto público, por mínimo que sea.

La asociación La Cruz del Inglés 2012, con el apoyo de la Delegación de Patrimonio del Ayuntamiento, ha alargado la historia de nuestro pueblo a partir de este episodio más o menos azaroso.  Se ha ocupado en rememorar unos días de su pasado que ayudan a ensanchar su perímetro en el mapa histórico, haciéndolo más visible.  Nos ha acercado a un tiempo en el que,  como a cada rincón de la Península, a Alcalá también llegaban las puntadas con las que se estaban cosiendo  los paños del futuro mapa de Europa (bien pudo ser otro el devenir histórico de esa España valerosa, pero un consentido con corona lo impidió).

Toda la literatura que se pueda hacer alrededor de este detalle, toda historia que pueda ser novelada y transformada, por qué no, casi en epopeya, bien está si  viene a despertar la curiosidad y, de paso, ennoblecer el nombre de un lugar.

Hemos crecido viendo, casi siempre con envidia, la capacidad de los americanos   ­­­ los de los Estados Unidos    para alargar la breve historia de su país a través del cine. Nos han bombardeado con las épicas hazañas que forjaron su nación, han inflado su pasado con maestría y, con la misma maestría, nos lo han mostrado a través de maravillosas imágenes en movimiento. Y mientras nos entretenían con historias prodigiosamente contadas, íbamos, sin saberlo,  sabiendo más de ese pueblo lejano situado en la orilla contraria de nuestro océano, que de cualquier vecino de la vieja y desnortada Europa. Pero no hemos aprendido nada.

Si hay cuatro alcalareños que con la conmemoración de los doscientos años de la muerte de ese inglés llamado John, han conocido que una vez los españoles lucharon por su independencia contra el Imperio Napoleónico ayudados por un interés vital de los ingleses, el trabajo está recompensado. Si hay cuatro forasteros que a través de todo lo publicado en relación a este hecho son ahora capaces de situar a Alcalá en un mapa y hacerle hueco en un pasado histórico, huelgan justificaciones.

Vendrán nuevos días en los que podremos celebrar otros aniversarios. Este mismo año se ha cumplido el cuatrocientos aniversario del nacimiento de Cristobal de Monroy. El año que viene se cumplirán ochenta años de la muerte de Joaquín el de la Paula. Y dentro de algunos más los de la muerte de Agustín Alcalá y Henke y los ciento veinte de la de José Mª Gutiérrez de Alba. Cada una de estas efemérides es una oportunidad, no tendríamos que esperar a aniversarios, pero esta sociedad necesita razones. Pues ahí están, motivos hay de sobra para aprovecharlos y seguir así alargando nuestro pueblo.