Opinión - 15/10/2012
"Asiático IV". Paco Pérez
Autor:
Francisco Pérez Caballero

Estoy sentado en un Starbucks del aeropuerto de Bangkok, el Suvarnabhumi, desayunando los mejores cruasanes que he probado en mucho tiempo. Mientras lo hago, observo que en el pasillo hay un chino en cuclillas como sólo saben hacerlo los surasiáticos, con la planta del pie completamente apoyada, el culo a la altura de los tobillos y las rodillas en el pecho. Yo lo he intentado en distintas ocasiones y no puedo sin levantar los talones, supongo que deben tener el tendón de Aquiles más largo que el resto de los mortales o algo así, y caigo en la cuenta de que ya no me sorprende, ya estoy acostumbrado a fuerza de verlo a diario. ¿A cuántas cosas más me habré acostumbrado ya, a pesar de que son tela de raras?

Hay cosas comunes entre los surasiáticos, como eso de ponerse en cuclillas, pero otras son específicas de cada país. Creo que la rareza más graciosa de las que he visto es la manía compulsiva de los chinos por cerrar la puerta del ascensor. Eso es la monda. Los ascensores en China tienen TODOS un botón para cerrar las puertas. Debe estar prohibido bajo pena de cárcel fabricar un ascensor sin ese botón. Cuando un chino se sube al ascensor, de inmediato, empieza a pulsar frenéticamente el botón de cerrar las puertas. Es como el chiste aquél que decía: Definición de nanosegundo, el tiempo que transcurre entre que se pone el semáforo en verde y te pita el de atrás. Bueno pues en China se puede redefinir como el tiempo que transcurre entre que un chino se sube al ascensor y comienza a pulsar el botón de cerrar las puertas.

Es sólo una hipótesis, pero supongo que debe tener algo que ver con la superpoblación. Son tantos, aquí en Sudasia, que padecen una compulsión irrefrenable por llegar el primero aunque sea a pagar la luz. Un chino no sabe lo que es hacer cola, pero lo de los bangladeshis es una exageración. Comentario educativo informativo: China todo el mundo sabe dónde está, más o menos, pero Bangladesh es menos conocido. Para los que no lo sepan, Bangladesh es la bisagra por la que la India se separó de la costa de Tailandia, es decir, está arriba a la derecha del triángulo característico de la India. Si la India fuera Cádiz, Bangladesh sería Málaga. No me quiero ni imaginar un espetito bangladeshi hasta arriba de guindilla… Decía que lo de los bangladeshis y el hacer cola es una exageración. Es absolutamente normal que estés, por ejemplo, en el mostrador de un Banco sacando dinero y se te ponga un bangladeshi a cada lado a hablar con la cajera preguntando por lo que quiera que necesiten mientras tú estás ahí contando billetes. Son tan exagerados que se cuelan hasta en la cola para subir a los aviones, como si le fueran a quitar el sitio. Inexplicable. Aunque después, con los años y la experiencia de cientos de vuelos, he encontrado una posible explicación a eso. Si te subes el último en el avión te quedas sin sitio en los compartimentos de arriba para poner la maleta. ¡Ay, gañán!

Después está lo del agua caliente. Conseguir agua fría en un restaurante chino es absolutamente imposible. Y conseguir agua natural, del tiempo, como se suele decir, es bastante difícil. Cuando te sientas en un restaurante o en el mostrador de una inmobiliaria o donde quiera que sea que tengas que esperar, la hospitalidad china consiste en ofrecerte un vaso de agua caliente. A mí siempre se me ha dicho que beber agua caliente da cagaleras, pero lo cierto es que los chinos no lo saben y por lo tanto, no les pasa. La ignorancia de esta gran verdad les inmuniza. La cerveza sí que puedes conseguirla natural, eso es más fácil. Si la quieres fría, te traen un vaso con hielo.

Y el otro día, el domingo treinta, para ser exactos, nos sucedió el esperpento. Bueno, uno de tantos. Ese día se celebraba en toda China, incluyendo todas las embajadas y consulados chinos del mundo, el Mid Autum Festival (zhongqiu jié), la festividad de otoño, la de la luna llena. Lo cierto es que después de nueve meses de cielo cubierto completamente por las nubes, el treinta de septiembre se despejó y apareció una luna llena espectacular. Nuestro profe de chino nos explicó que, en este día, las familias se sientan en la puerta de sus casas a comer Moon Cakes, a ver la luna y a charlar de sus cosas. Vamos, como se sigue haciendo en Mairena y en El Viso, por ejemplo, y ya no se hace en Alcalá. Nuestro profe vive en Sevilla y echa de menos una barbaridad a su gente en esta fecha. Nos explicó que es una delicia cómo sopla, por primera vez en el año, una brisa fresca y seca que acaricia la cara. A mí me pareció un derrape poético de nuestro querido Li Chen, pero la verdad es que tal y como dijo, el domingo treinta soplaba un airecillo fresco y seco que daba gusto estar en la calle. Cuando a eso de las siete de la tarde decidimos volvernos a casa, nos encontramos con una multitud que andaba en sentido opuesto al nuestro. Una multitud en China, es una cantidad de gente inimaginable. A mi mujer se le ocurrió la idea de que a algún sitio interesante irían tantos chinos juntos y yo até todos los cabos y dije ¡claro, a celebrar el zhongqiu jié! Ea pues vamos a unirnos a ellos. De manera que nos damos la vuelta y nos mezclamos con la multitud. El río de gente se dirigía a la orilla del río Zhu Jiang. Pregunta de Trivial, ¿qué río pasa por Guangzhou?, el río Zhu Jiang, ¡no, en la tarjeta pone río Perla!, ¡hombre es que Zhu Jiang significa río Perla en chino!, venga no me jodas, quesito azul. Llegamos todos juntos a la orilla del río, flanqueada de enormes rascacielos con formas de jarrones post modernistas o de artículos de Bang & Olufsen, altísimos, iluminados de colores con una tecnología que no es de este planeta. Llegamos decenas de miles, sin exagerar, y pensamos que allí era donde iba a suceder lo que todos habían venido a ver. Los chinos seguían andando, ya había muchos sentados por los suelos, charlando de sus cosas, suponíamos, pero ninguno comiendo Moon Cakes. Y los chinos seguían andando. Cruzamos el río por un puente, anduvimos todos juntos por la otra orilla, volvimos a cruzar el río de vuelta por otro puente y ya está. Se acabó. Cada mochuelo a su olivo. Mi mujer y yo nos mirábamos y no salíamos de nuestro asombro. ¿Nos habremos perdido algo? ¿Han hecho algo que no hemos visto? ¿Ha habido algún espectáculo o algo que se nos ha pasado por alto? Pues no, eso es todo. No tuvimos más remedio que reírnos, claro.

Qué raros son estos chinos, más o menos igual de raros que nosotros, que nos subimos una colinita a las tantas de la mañana, “jartitos de caracole”, vemos una virgen y nos bajamos a continuación a ponernos de churros. O de calentitos, es “iguás”.

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