Opinión - 31/05/2016
"Carta abierta a una alcaldesa de estreno". Juan Alcaide
Autor:
Juan Alcaide Rubio

Señora alcaldesa:

Vienen dejándonos las últimas tardes rumores inquietos de cambios y aires de expectación. Parece querer,  la primavera, reestrenarse de alguna forma, como queriendo aportar aromas nuevos a viejos paisajes. Y aunque sólo sean olores a estreno,  ha colmado la nueva floración todas las expectativas de mayo.

Alcaldesa novísima,  podría hablarle de tú —y  te seguiría llamando Ana Isabel, como nos pide el cuerpo a todos los que nacimos en los setenta y tantos, compartimos una generación que frisa ya  los cuarenta y nos conocemos, unos más, otros menos, desde hace bastante tiempo; el mismo que llevamos  aprendiendo a conocer nuestro pueblo—.  Pero el cargo exige otro trato, y por eso me dirijo a usted, y no a ti, para preguntarle: ¿Ha notado en torno a sí ese aire de expectación?

Está la ciudad expectante, con ganas de saber qué va a pasar y, sobre todo, qué va a cambiar. Y todas las expectativas giran en torno a cambios que cambien una vieja realidad que no cambia en Alcalá desde hace demasiados años. Y toda esta nueva perspectiva nace de su imagen: nueva figura sentada en un sillón hecho desde antiguo a otras formas. —Pero también te diría ahora, Ana Isabel, que no es sólo tu imagen presidiendo el Pleno  la que inspira esperanzas de cambio, sino tu persona, de recorrido largo y conocedora de entresijos políticos, la que empuja a mucha gente a decir que hay que estar atentos porque han de llegar más mudanzas—.

Recibe usted una herencia envenenada, pero  viene a dar con un pueblo complaciente, benévolo y desmemoriado. Que la indulgencia de sus vecinos le sirva para ir purgando el veneno heredado en forma de deuda y olvido, y gane tiempo. Y que no le confunda tanta absolución y le haga caer en la confianza cortijera de antiguos amos y señores descuidados.

Los  miles de paisanos que van seguir yendo tras las siglas que usted representa, como el hincha sigue a un escudo y sus colores, le van a hacer renovar en tres años su cargo a través de sus votos. Y ya legitimada por la “sacrosanta” democracia podrá seguir renovando su título periódicamente hasta que usted misma quiera. Y es ahí, señora presidenta de nuestra Casa, donde todos le van a pedir que no sea tan desmemoriada como su pueblo, que recuerde cómo acabó quien le precedió y que sepa retirarse, hacia arriba, hacia abajo o a cualquier lado, cuando pierda las ganas de salir a la calle a aguantar que la llamen ¡alcaldesa!,  para todo.

En este extraño juego de acercarse y alejarse, de elevarse y mancharse de albero, que exige un cargo tan especial como el de alcaldesa de una gran ciudad —porque Alcalá es grande sin necesidad de título oficial, ni de censos artificiales—, debe empezar por soltar lastre, todo el lastre, por ligero que sea, para poder romper con tanto pasado torticero y mendaz. Y aprovechar el viento de cola que soplará mientras dure la predisposición al consenso y al diálogo abierto con que se estrenó  el primer pleno de esta “nueva era”.    

Y en este particular juego de tuteo y formalidad; de conjugar paseos por pasillos de mármol, con visitas periódicas a Baltanás para codearte en el café con la calle y sus problemas; ha de moverse tan alta distinción, acorde a la responsabilidad de la misma y las servidumbres que arrastra.

De momento, mientras siga de estreno, vaya anotando en su cartera ese airecillo de cambio y de ilusión que le rodea, ya presidiendo un cortejo, ya alumbrando la Feria de todos los alcalareños, y no olvide este ambiente y estos deseos cuando en la madurez de su mandato, como ocurre con todo, disminuya la fuerza de su acelerado principio.

Ana Isabel, sabes tú que lo social no entiende de ideologías a corta distancia, y que a la gente le gustan las cosas claras y transparentes.

Señora alcaldesa, sepa usted que va a representar a todo un pueblo, viejo y con historia, pero también a una ciudad nueva, que quiere renovarse y crecer. Y sepa que ni la cultura, ni el orden, ni la educación deben atender a partidos. Y que las propuestas son buenas o malas, viables o inviables; no rojas o azules, ni verdes o moradas. 

Con el respeto debido a su título,

un ciudadano cualquiera de su generación.

 

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