Opinión - 28/11/2012
"Kilómetro cero". Álvaro Plaza
Autor:
Álvaro Plaza

Hubo una vez que quise ser guionista y con mi ingenuidad a cuestas cargué la mochila con mis proyectos, guiones de largos, sinopsis, cortos, documentales... y me fui a la capital. Hice que a un mapa le saliera el sarampión al marcarlo con decenas de puntos rojos, allá donde las productoras tenían sus sedes, y durante una semana me dediqué a aporrear puertas.

Una mañana había quedado con el típico amigo de amigo, un actor que llevaba años pateando escenarios y ganándose la vida poniéndose en la piel de otros, para que me orientara un poco en lo que buenamente pudiera. Y allí que lo esperaba en Sol, fumándome un cigarro cuando un tipo cámara de foto en manos y a unos dos metros de mí empezó a hacerme señas para que me apartase. No lo acababa de entender muy bien, tenía toda la plaza para hacer el retrato, pero aún así me desplacé un par de pasos. Inmediatamente mi posición vino a ser ocupada por dos mujeres, mis dotes detectivescas dedujeron que aquellas eran madre e hija, y el de la cámara tenía todas las papeletas de ser el yerno. Señalaron hacia el suelo, sonrieron y el tipo tomó la foto. Éste con un gesto me vino a dar las gracias y se perdieron entre la gente que aquel día pululaban bajo el sol castizo de Madrid.

Tiré el cigarro y desanduve ese par de pasos para instalarme de nuevo en mi posición original y comprobar qué diablos tenía aquel pequeño espacio de especial. Allí contemplé por primera vez la famosa placa del KM 0. La costumbre del kilómetro cero parece ser que viene de los romanos, cuando el emperador César Augusto plantó un pivote en el foro al que se le conoció como Millarium Aureum y desde entonces todos los caminos empezaban en ese punto y todas las distancias del vasto imperio se medían desde él. Los romanos no lo llamaron kilómetro cero por la circunstancia que todavía no conocían el sistema métrico decimal que tardaría alrededor de dos milenios en implantarse y por el hecho de que tampoco manejaban el “cero”, hallazgo indio que descubrimos en Europa gracias a los árabes a través de Al-Ándalus... al menos eso dice la wikipedia.

Ya que un historiador me puede enmendar la plana, romanos y árabes aparte, sirva de anécdota personal que yo viví aquel momento como una señal del destino. Yo, allí, rebosando ilusión, creí estar ante una de esos guiños de la providencia, toparme con esa especial coordenada geográfica no podía sino ser un buen augurio, una aterciopelada metáfora de mi propósito allí, porque aquel viaje a Madrid y Madrid mismo podría interpretarse como el kilómetro cero del itinerario que me había propuesto recorrer: convertirme en guionista profesional.

La experiencia además me sirvió para identificar otros muchos kilómetros ceros en mi vida, emocionales, sentimentales, y por supuesto geográficos.

En Alcalá tuve mi particular KM 0. Desde allí despegaron media docenas de botas para conquistar lejanos campos de futbito, en sus bancos aguardaba uno la llegada del colega para irse a fumar a escondidas un cigarrito, mirabas el reloj cuando una amiga llegaba tarde a la cita del café, aparcabas mientras esperabas a los otros con los que te ibas al campo a disfrutar de un guiso. Aquel lugar fue el mudo testigo del inicio de muchas de mis aventuras desde que cuando era niño mis padres me dejaron salir sólo a la calle. Tiempos sin teléfonos móviles, tiempos en los que si decías a una hora y sitio debías ser tan puntual como pudieras, sin posibilidad de retrasar la cita en el último segundo o cancelarla o desplazarla a algún otro lugar. Las horas fueron muchas y distintas, pero el sitio, el sitio de partida siempre fue el mismo.

Apuesto a que el mapa de Alcalá está abarrotado de esos anónimos ejes desde los cuales la vida de sus vecinos comenzaba a girar. Y apuesto a que cada alcalareño si hurga un poquito en su memoria localizará ese rincón que fue siempre el origen de sus andanzas, incluso para muchos habrá más de un lugar, porque a veces estos “personales kilómetros ceros” emigran a otros sitios con la edad.

A la postre aquel viaje a Madrid no se convirtió en el kilómetro cero de mi vida como guionista.

Aquellos augurios no fueron tales y no recibí ni una sola triste llamada. Ningún productor quiso realizar ninguno de mis proyectos -no faltos de criterio- y la inocencia se quedó prisionera allí en algún lugar. En definitiva los sueños de aquel chaval que se fue a la capital se los tragó el infierno.

Pero en Alcalá el kilómetro cero está bien delimitado, siempre lo fue, porque como en Roma, para mí, al final todos los caminos llegaban (y sobretodo partían) del Paraíso.

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Actualidad - 22/10/2012
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