Ni ecologismo barato ni propaganda politiquera ni manual de progresía son necesarios para atender al sentido común y al buen gusto. Todo sobra salvo la imperiosa necesidad de hacer las cosas, simplemente, bien. Justo lo contrario, cosas simples mal hechas, es lo que viene ocurriendo con las podas masivas de árboles realizadas en zonas como la calle Duquesa de Talavera, Puerta de Alcalá o la antigua carretera de Málaga.

No sabemos la explicación —injustificada— de los responsables seguramente porque, después de haber dejado pasar todo un invierno para acometer estos trabajos, esta poda agresiva y desastrosa en tiempo y forma no tiene explicación. Se les ha echado el tiempo encima, nos dirán. Y ya está. Que hayan dejado pasar tres meses largos con los árboles desnudos aguardando a savia parada; que este desmoche tardío suponga amputarles las extremidades rebosantes de vida a cientos de troncos justo en el momento en que bombean con todo el vigor su sangre hasta las últimas falanges; que dejen sin sombra una larga avenida justo cuando los vecinos empiezan a buscarla en sus paseos; que usurpen a la ciudad los violetas de sus jacarandas y la despojen de primaveras; que si los brotes cercenados, las ramas abortadas, los colores anhelados, la brisa interrumpida y el rumor perdido de las hojas; que si patatín, que si patatán. Ya, repetirán, pero es que no nos ha dado lugar. Y nada, a seguir el plan previsto y requetebién presupuestado, aunque sea contra naturam, a deshora y malamente.

Es un poco de sensatez, sin más historias, lo que hace falta para evitar despropósitos como estos. Un poco de seriedad, si se quiere, y de buen gusto para levantar la alarma contra lo feo. Como lo feo de, por ejemplo, un vertedero en plena ladera del castillo: basura como cartel de bienvenida al visitante, ¡un estercolero como frontispicio de la estampa más célebre de nuestro histórico pueblo! Hay que estar muy bregado y curtido de mal gusto para no removerse al ver las faldas de tu emblema en tal estado. Un paño abandonado que ha pasado de ser un andrajo a dejarse vomitar encima la mala bilis de sus moradores; asquerosos desperdicios que irán a parar a un río que todo lo aguanta.   

No hacen falta cuentos, o sí si ejemplares fueran, para recuperar un poco el buen sentido. Ese que nos dice que el camino se anda siempre mejor apoyado en dos muletas: la ética y la estética. De otro modo, el buen gusto y el sentido.