Alcalá de Guadaíra, tierra fértil y fecunda, de alcores, albero, aguas sumergidas, de fuentes profundas, donde vive y crece la ternura infinita de la naturaleza con el beso de la luz.
Alcalá, rincón de privilegios donde Dios quiso recrearse dotándola de una belleza singular, moldeándola con manos de alfarero, almenándola de torres y murallas, dorándola de albero y acariciándola levemente por la cintura, con un río que la envuelve.
De Oriente a Poniente, desplegó todas sus galas y mandó bajar una corona para la brisa infinita y la gracia bendita de la Santísima Virgen del Águila.
Y quiso Dios seguir recreándose aquí, nostálgico de ternura y jugó con todos los colores, sorteando ordenadamente plata apagada de olivos, espesura y oleaje de pinares, molinos centenarios, infinitud de cerros almendrados.
Y todo se amasó bien en las tolvas de honda harina, alcanzando el mejo fruto y resultando el mejor lienzo. No hay en el mundo quien lo pueda igualar. Debemos estar agradecidos los alcalareños por lo que la creación celeste tenía reservado para nosotros.
Y se da en todos los tiempos que los hombres que ocupan esta tierra tendrán siempre esa mirada melancólica hacia los cielos que perdimos en la historia. Pero la historia está ahí, nadie la puede cambiar. Ahora, para los que pisamos este jardín en que nos ha tocado vivir, nos toca plasmar nuestro presente, afrontándolo sin enmiendas ni tachaduras. Sin dejar dormir nuestras conciencias, luchando y soñando con un futuro todavía mejor a pesar de las dificultades.
Y con estos deseos avanzamos y seguimos y pasan los días, semanas y meses y las hojas del almanaque hacen un alto y quieren tener un recuerdo para una fecha única. Y te avisa y da razón de que ahora toca vivir en plenitud, lo marca el calendario. Son los días señalados para dejar atrás trabajo y esfuerzo continuo, preocupaciones y la rutina diaria que van marcando los días de la vida. Toca ahora saludar esa alegría que nos inunda sintiendo la sangre latiendo en nuestras sienes porque llegan los días en que Alcalá nos apresa, nos pellizca, nos enamora y envuelve con el ímpetu y el gozo de su Feria. La fiesta de todos los sentidos.
FERIA DE ALCALÁ, ALCALÁ Y SU FERIA
Cada año en la plenitud de la primavera, Alcalá vuelve a este rincón singular y entrañable porque tiene una cita de amor con la belleza, la tradición y la alegría.
Y como muestra, ese miércoles sin estrenar de colores radiantes al atardecer, como velas sin encender, aleteando como una mariposa recién salida del parque de Oromana, jardín mayor de Alcalá, que parece seguir ajeno al paso de los Siglos. Desde allí, sus árboles divisan el ambiente y parecen asomar sus copas queriendo acercarse a ese bullicio cercano y entrañable que rompe su rutina.
Por eso, el miércoles, víspera de Feria es un prodigio que cada año busca el aire que encienden las antorchas de los cielos con horizonte púrpura y baja hasta San Juan, espacio inalterable con un aroma encerrado en el tiempo.
Y como es fiesta grande, engalana a su amada, la Feria, la mima y le ofrece todo lo mejor que posee: albero, oro de nuestras entrañas, colores y pinceles, nuestra música, luces, mucha alegría y un horizonte de sueños.
Una Feria cortejada por el Parque de Oromana que la envuelve de misterio con sus sombras, con un río de lámina de agua silenciosa árboles ancianos de altura gigantesca. Es meseta de verdores que llegando la noche, por una vibración mágica, parece tirarle una colcha de encaje que cubrirá de sombras y misterio y su corriente tranquila.
Y la Feria, coqueta y presumida, toca con las yemas de los dedos a esos molinos centenarios apresados en la ribera, poseídos de brillo blanco y doro al atardecer, con muros de cal invadidos de ausencia. Molinos que esconden su memoria secreta en el laberinto de las atajeas que atraviesan sus entrañas. Molinos que parecen habar con sus aguas de leyendas y recuerdos de molineros viejos. Un caudal de vida, de molienda perdida en la huella polvorienta del tiempo y cuyas tolvas y muelas durmientes parecen esperar el milagro del despertar del agua y del trigo nuevo.
Molinos de nuestra ribera, santo y seña de Alcalá, entrañablemente apresados en las paredes de nuestras casas, ajenos al paso de los siglos, unos cercanos y otros más lejanos.
La Rubia, San Pedro, Hundido, La Aceña, San Juan, Benarosa, Oromana, La Mina, Algarrobo, La Caja, La Tapada, Algaravejo viejo y nuevo, Realaje y Arrabal, Pelay Correa, Cerraja y los Frailes y los de Marchenilla y Gandul. Monumentos históricos que desde un horizonte de cerros resbalan hasta el río y que quieren seguir por siempre formando parte de nuestra historia.
Y como no podemos recorrerlo todo, terminaremos con nuestro monumento más emblemático, nuestro Castillo que perdió la batalla de su Feria. Once torres almenadas que siguen suspirando por ella. Que siguen soñando con el volteo de las campanas, con las interminables subidas y bajadas, con tanta luz perdida de los fuegos artificiales. El Castillo que acogió tanto en su seno tantos corazones latiendo en aquella contienda y en el que duermen los recuerdos vividos durante cuarenta años.
No podríamos entender una Alcalá sin su Castillo, del que conseguimos recuperar la propiedad hace ya diez años. Sin luchas, ni contiendas, con las armas de la entrega, el amor y la perseverancia. Ha merecido la pena esperar siglos.
El Castillo, tras muchas restauraciones parciales presenta aunque aún quedan cosas por hacer, una magnificencia y belleza inigualables.
Porque río y ribera, Castillo, puente y molinos, son el alto en el camino que ahora nos lleva a la Feria.
Toda Alcalá ilusionada
Se escucha un ole de sueños
Que nos vamos para la Feria
Con empaque alcalareño
Y el garbo de las gitanas
Y su caminar flamenco
Toboganes de alegría
Deshojados en los dedos
Llega de nuevo la Feria
Está próximo el encuentro
Del pálpito, del latido
Que avivan los sentimientos
Ha vuelto de azul radiante
A vestir de nuevo el cielo
Que parece encendida llama
Que despunta tras los cerros
Han vuelto a abrirse las flores
Y el vuelo de los vencejos
Y a arrullarse las palomas
Fascinadas por el cortejo
Llega de nuevo la Feria
Brotan suspiros de nuevo
Flores, gozo y alegría
Que acompañan el sendero
Hay volteo de campanas
Y cohetes con su acento
Sevillanas, compas de palmas
Pellizco, figura y acero
Alcalá, que llega la Feria
Que está próximo el encuentro
Viste tus mejores galas
Que vamos derechos al cielo.
Ilustrísima señora alcaldesa, doña Ana Isabel Jiménez Contreras.
Señor teniente de Alcalde, delegado de Fiestas Mayores y amigo, don Enrique Pavón Benítez.
Señor presidente de la Asociación de Caseteros y amigo don Francisco Romero Acosta.
Autoridades, familia, amigos, alcalareños todos, señoras y señores.
Mi más profundo agradecimiento a la señora alcaldesa y al señor concejal de Fiestas Mayores y a toda la corporación municipal por encargarme nada más y nada menos que el pregón de la Feria de Alcalá. Un regalo que supone una enorme responsabilidad, que recae en mí a los quince años del primero. Entonces lo hizo mi hermano José Antonio Mallado y como decía él entonces “en esto ando cortito”. Sirva a modo de confesión por delante para que sepan perdonar mis limitaciones.
Mi agradecimiento a mi sobrino y presentador, Alberto Mallado, que como ustedes comprenderán ha tirado de todo el cariño que me profesa, como yo a él, para mostrarme con entrega apasionada con un montón de méritos que yo creo excesivos. En su profesión de periodista, con su cuidada y exquisita pluma se esconde una gran ofrenda y un gran servicio a las letras alcalareñas.
Mi agradecimiento a mi familia y a mis amigos, a las hermandades de Jesús y del Rocío y a mi caseta “La Canalla”.
Y cómo no, mi agradecimiento al coro de mi hermandad del Rocío, que desinteresadamente han querido colaborar en este evento. Ellos viven y sienten profundamente en alcalareño.
A todos los presentes, enamorados de Alcalá, se que hacéis más grande cada día, a todos sin excepción, a las puertas de una nueva Feria.
LA FERIA DEL RECUERDO
Según los primeros datos la primera Feria de Alcalá se comenzó a celebrar en el compás del convento de San Francisco, con motivo del jubileo de la Porciúncula, que comenzaba el dos de agosto y se extendía hasta el día 10.
SE componía, sobre todo, de un gran mercado de objetos menos cotidianos, como platería, charoles, lencería, sedas, sábanas, lanas y otros diferentes géneros. Eran atractivos suficientes para la concurrencia de sevillanos y de vecinos llegados de otros pueblos cercanos.
Aunque no parece que exista información sobre la duración en ese lugar, resulta comprensible que al crecer la población y la concurrencia, la Feria bajaría la calle Avellaneda y desde los cuatro cantillos (el cruce del Ayuntamiento) se extendería por la Plaza de las Eras, hoy Plaza del Duque, el Perejil y hacia arriba por la calle La Mina.
Ya aquí adquirió un nuevo formato, casi como ahora, con adornos y arcos a la veneciana, con gran profusión del elemento vegetal, abundancia en banderas y escasa en iluminación eléctrica. Esta fue la Feria de nuestros padres y sobre todo de nuestros abuelos.
En el año 1945 se acomete la restauración del recinto del Águila, siendo alcalde Don Francisco Mesa Santos. Una obra gigantesca, de gran magnitud. Desapareció el cementerio que estaba detrás del Santuario de la Virgen, cerrado y olvidado desde el año 1913. Se procedió a la extensión de distintas explanadas, se trazó la calle circular de arriba alrededor de la iglesia, mejora de accesos, plantación de árboles y parterres y se planteó el espacio para casetas y demás necesidades de la Feria. Todo ello fue inaugurado con la Feria de 1947, tras dos años de obras y allí permaneció la celebración hasta 1987, cuando pasó al lugar en el que nos encontramos.
Allí varias generaciones de alcalareños vivimos los años de la niñez y de la juventud. La Feria estaba ungida de una gran personalidad, con un sello único, abrazad de muralla, muy cerca del cielo, a decir de los poetas.
Educación y Descanso, Nuevo Casino, Piruetas, Los Amigos del Ducal, Peñas Sevillista y Bética, Hienipa, Cortijo Oromana, Los de Joaquín el de la Paula, Los del Calvario, Amargura, Santo Entierro y Hermandad del Rocío. No todas tuvieron una vida larga, algunas aparecían y desaparecían.
El arco principal estaba en el Derribo, junto a Santiago y allí el puesto de turrón de David Soto, de lo más selecto. Era costumbre llevar alguna tableta a los que quedaban en casa sin poder subir a la Feria.
Ya arriba, junto a la primera torre, el quiosco del Treiro, que pasaba allí todo el verano. Enfrente, la tómbola grandiosa, cuyo sonido llegaba a toda Alcalá. Junto a ella, el pilón del agua de tres grifos para el servicio de los feriantes. Y enfrente, el Paraíso para los que éramos niños. La calle infierno. Las lanchas, los caballitos de Rafael, las voladoras, el tren de la bruja y el viaje de novios. Como más novedoso, el látigo, el carrusel y los coches locos. No faltaba algunas veces el de la cabra que subía las escaleras a los acordes de la trompeta o el de los dados y cubiletes. Tampoco faltaba algún espectáculo circense e incluso recuerdo un año el Teatro de Manolita Chen.
En la última explanada baja, se celebraban las carreras de cintas a caballo y en el interior del Castillo los juegos florales se alternaban con el Festival Flamenco Joaquín el de la Paula con los mejores artistas del momento.
Otra nota que daba personalidad a aquella Feria era la salida procesional de la Virgen del Águila, que lo hacía el domingo de Feria y congregaba una multitud de fieles, alcalareños y foráneos. Acompañaba la procesión desde la puerta de Santiago la banda de cornetas a caballo de la Policía Nacional con uniforme de gala, con sus lanzas y gallardetes y con el sonido inigualable que lanzaban al aire de la tarde con sus timbales y clarines, haciendo sonar las marchas mientras conducían los caballos. Ese sonido único bajo los arcos de la Feria marcaba un punto y aparte.
Eso sí, había que parar la música de las casetas y las atracciones, tanto a la salida como a la entrada de la Virgen y el día se cerraba con fuegos artificiales desde el Castillo.
La Feria solía ser de dos turnos, mañana y noche. Comenzaba sobre las doce hasta las 4 ó las 5 y después desde las diez hasta las 2 ó 3 de la madrugada normalmente. Había que trabajar todos los días.
La Feria era muy popular, participaba casi todo el mundo, a excepción de los casos insalvables. Se ponían alcancías durante todo el año para aliviar el tirón económico.
Era otra época. Se fueron aquellos años de flores de papel, de cal y de añil, de palos de madera y fachadas de casetas cien veces arregladas y repintadas.
Feria de recuerdos y nostalgias
Que se pierden en el tiempo
Lamentos suben por las troneras
Como una sombra, a lo lejos.
De higos chumbos y piñonates
Feria de los estrenos
De carreras de cintas a caballo
De cante jondo los ecos
Varas y palos de eucalipto
Sostenía tantos deseos
¡Ay caseta “Los del Calvario”!
Ilusiones, trabajo y esfuerzo
Feria de todas las generaciones
Niños, jóvenes y abuelos
Una pleamar de alegrías
En emotivos encuentros
Aquella altura ya no es la mía
Que sólo quedó el silencio
Las piedras testigos mudos
Allí descansan mis sueños
Qué suerte que fue la mía
Conocer esa Feria de mi pueblo
Que tenía la luz más hermosa
Y estaba más cerca del cielo.
ALCALÁ TAMBIÉN EN EL RECUERDO
Todas esas reliquias de la Feria tenían su correspondencia en la Alcalá de los años 60 y 70. Veíamos florecer incipientes industrias que serían punta de lanza para nuestro desarrollo. Alcalá ya había despuntado con sus panaderías para abastecer a nuestro pueblo y a Sevilla capital. Y junto a ellas, los almacenes de aceitunas daban empleo a muchas personas, también a trabajadores de los pueblos limítrofes, gracias a las exportaciones al exterior. La mujer se incorporaba al trabajo y aunque las condiciones laborales no eran las mejores, se duplicaba el poco o mucho jornal de la casa. Se avanzó en bienestar y vivienda, en relaciones humanas y en educación. Se levantaban nuevos colegios e institutos y sobre todo, se fueron abandonando las casas de vecinos de espacios reducidos para conseguir un hogar propio en las barriadas de San Agustín y Los Toreros. Poco a poco crecíamos en número de habitantes, y se reducían las diferencias entre las clases sociales.
Recordaremos aquellos cines de verano, Nevería, del Duque, Ideal, Gestoso, San Mateo y San Francisco, con sillas de enea y agua fresca en búcaros de Lebrija, con aquellas lagartijas, de tamaño prehistórico que pululaban por las pantallas, con su ambigú de altramuces y tomates con sal para acompañar la cervecita.
Como las playas caían muy lejos todavía para muchos, el calor se sofocaba con el agua fría de las albercas, que se vaciaban por las tardes para el riego de las huertas. Y tocaba conformarse con los paseos calle La Mina arriba, calle La Mina abajo. La Plazuela y el Duque con paradas en el puesto de Avelino si estabas en edad de comprar tebeos o de juntar estampitas de jugadores de fútbol. En la Plazuela se compraba tabaco y hacia abajo, Garrigos, ofrecía sus cuñas enormes, las melojas, los helados o las pipas calentitas. Algo más allá, el puesto de Angelita, en el Duque ofrecía las pipas de calabaza, las catufas, los garbancitos tostados o el palodú.
Y como va la cosa de pregones, recuerdo los que sonaban por las calles en el verano a la hora de la siesta: “helado, helado, al rico helado, mantecado helado”. Y en el invierno “al coqui, a base de huevo y azúcar, alimento para los huesos”.
O el que vendía camarones en cartuchos con una canasta y una chaqueta blanca. El mismo uniforme que llevaba el que ofrecía dulces de pueblo. Y el que paseaba las patatas fritas del puesto de Miguel de la Plaza, calle arriba, calle abajo.
Y seguimos con la memoria y el baúl de los recuerdos porque esta es nuestra historia y debemos recordarla. Los poyetes de carbón para guisar y el cisco de picón para el brasero con las carbonerías del Titi, Emilio o la Lolita. Después vinieron los anafes de petróleo que se podía comprar en las carbonerías y en las gasolineras de San Francisco, el Punto o el Perejil.
El Quirino con las vacas y el Pichilín con las cabras que bebían en el pilar del Perejil, junto a la venta Platilla, lugar de encuentro para el arte flamenco.
Y cuesta del Matadero arriba, la taberna de la cuadra, de grandes toneles de vino, por allí Los Locos, Lejía, Terán. Cerca el Sardinita con pescado en adobo y parada de autobuses de los pueblos cercanos. En la calle La Mina los juegos de mesa del bar Morenito, la Bodega de Baltanás, con el anís “La Flor del Guadaíra” , el bar Teatro, el Bar Águila de mi tío “El Pelao”. Evaristo, junto a la Plaza, el sótano de Troncoso con venta de bebidas embotelladas, Freiduría Nuevo en la Plaza de Cervantes y Bar Joaquín en la Plazuela, como el Bar Oromana y el Bar España, ambos de gran porte y solera. Y ya entrando en la calle Mairena, Bar Globo de Nicolás, la Invasión o Cordón.
Las ferreterías estaban todas cercanas, Pino, Garrido, Mora y la Esperanza. Seguidas las droguerías de Juan Díaz, Salvareza, Narciso y Vela.
Dos tiendas grandes, clásicas. La de Diego Lara en la calle Mairena y la de Rafael Ramos en la calle la Mina. Y otras no menos importantes, las Lunas, “Fillita”, Sabino, La Mirlina, Eloy, Félix, Pedrero, la “Jornijera” y cien más y voy a omitir la Plaza de Abastos donde nací, porque serían otros cien nombres para añadir.
Cuando acabo este recorrido por la memoria, permitidme que glose la pasión del ilustre Hijo Adoptivo de Alcalá, Don Francisco Montero Galvache, periodista, escritor y académico, que quiso retirarse hasta su muerte en Alcalá. Pasión que tanas veces inspiró su pluma entre poemas, sonetos y romances y enamorado sin fin de esta sintonía de colores.
“Cielo de Alcalá, calado
De tantísima finura,
A quien debo la hermosura
De todo lo que he soñado”.
Y como Francisco, una legión que podríamos distinguir por encima de las estrellas y cuyos nombres están rotulados en calles y plazas de Alcalá. Alcalareños de nacimiento y de adopción, casi locos por Alcalá.
Ellos ya no están, pero está lo que dejaron. Me van a permitir que cite a mi hermano, José Antonio Mallado, que tanto bien hizo a Alcalá y a quien este Ayuntamiento tuvo a bien reconocer sus méritos, dedicándole una calle, por lo que nuestra familia estará eternamente agradecida. Tremenda sensibilidad y calidad humana la de nuestra corporación municipal que presidía don Antonio Gutiérrez Limones.
JOAQUÍN EL DE LA PAULA
Entre todos los cantaores de Alcalá, siempre hemos tenido como sobresaliente a Joaquín el de la Paula. Joaquín moldeó la soleá para hacerla propia, única y desde entonces se la conoce como soleá de Alcalá.
Mucho sabemos sobre este genio del cante. Su vida compleja, sus estrecheces, el poco reconocimiento material de su arte. La prosa fácil y erudita de Montero Galvache descubre a nuestro personaje “tiznao” de aceite y sol, recorriendo nuestras calles con sus botas cortas y su descolorida gorrilla a la cara, de contenidas emociones y entrecortados suspiros y así:
Por la cuesta a la que llama
Alcalá, Santa María,
Joaquín el de la Paula, al hombro
Todo el dolor de su vida
A cualquier hora bajaba,
A cualquier hora subía
Porque le ahogaba un mar
De penas grandes y antiguas
SOLEÁ DEL CORO
“Qué me gusta a mí escuchar
Las campanas de las monjas
Cuando me voy a acostar”.
EL DE LA PAULA Y LA GUERRA DE CUBA
Corrían los primeros años del siglo XX y España defendía a duras penas los rescoldos de su imperio colonial en Cuba.
En Alcalá como en todo el país se fueron concentrando fuerzas para destinarlas a la guerra y en uno de estos llamamientos le toca en suerte a nuestro conocido cantaor Joaquín el de la Paula. Compañero en aquel viaje y empresa, entre otros, de mi abuelo materno, Antonio Rodríguez Morales, “El Pelao”. Panadero, hombre serio y recto y aficionado al cante flamenco.
Lógicamente se hicieron compañeros y amigos por afinidad y tras una travesía penosa, cansada y larga, llegaron por fin a su destino que sería La Habana. Desembarcaron y tras un rato de descanso en un permiso para estirar las piernas buscan una taberna, antes de comenzar una nueva andadura.
Entran en un establecimiento y lo que vieron allí a lo lejos, sobre el mostrador los dejó perplejos y asombrados. “Joaquín, que la que está ahí es la aguilita” y sintieron como el chasquido de un látigo tras comprobar que era cierta su primera intuición. Un cuadro grande de la Virgen del Águila, presidía aquella taberna. Su dueño era de Alcalá y había emigrado a Cuba, no sabemos los motivos, y tenía colocado en un sitio preferente, presidiendo aquel local a la patrona de Alcalá.
Los tres, Joaquín, el dueño del bar y mi abuelo se fundieron en un abrazo, confraternizaron, contaron confidencias. Hablaron claro está del pueblo, comerían y, sobre todo, beberían, y como no podría ser de otra forma bajo los efluvios del alcohol, terminarían confesándose su devoción compartida por Alcalá y por la Virgen del Águila. Todo ello envuelto en la nostalgia por la patria chica que habían dejado atrás, tan lejos.
Un añadido mío a esta historia. Mi tía, la mayor, hija de mi abuelo “El Pelao”, se llamaba Aguilita.
Al acabarse el tiempo y cuando el encuentro de los alcalareños en tierras cubanas llegaba a su fin, como no pudo ser de otra forma, Joaquín acabaría cantando.
(Soleá del Coro)
“Yo te tengo compará
Con la que está en el Castillo
Del Águila de Alcalá”.
LA NUEVA FERIA
Con el año 1987 el alcalde Don Manuel Hermosín Navarro acomete el traslado de la Feria a un nuevo espacio, mucho más seguro, extenso, diáfano y moderno. Con ello, se cambia también la fecha, abandonando el mes de agosto, mes muy caluroso y vacacional por excelencia.
Con el traslado a San Juan, sobre el antiguo almacén de Liano, la Feria ganó en todos los órdenes. En espacio, salubridad, seguridad, accesos y mil ventajas más. En una decisión que se adoptó con visión de futuro. La Feria había alcanzado lo más importante, contar con la capacidad suficiente para todos los alcalareños que tenían derecho a disfrutarla.
Hubo quienes lamentaron el cambio sin ningún argumento de peso, sin querer aceptar el reto. Y es que las añoranzas no pueden retraer a la realidad de aquellos cielos que perdimos. Aquella Feria era la de aquellos años, los mejores de nuestra juventud y el pálpito, el latido y el tic-tac del reloj de nuestras vidas y nuestros sentimientos. Y eso no vuelve.
El tiempo huye y cada vez más deprisa.
Y llega la nueva Feria. Un lugar único de encuentros, de relaciones diferentes y sobre todo de una convivencia extraordinaria que sólo parece perdurar a lo largo de estos días.
Salimos de nuestras casas, de nuestros letargos y nos adentramos en un mundo soñado que no existe, pero que lo necesitamos para evadirnos del día a día y encontrarnos con la paz auténtica.
La Feria es un suma y sigue de muchas cosas, pero sobre todo es la explosión de la alegría que todos llevamos encerrada en el corazón y a la que en estos días abrimos la puerta para que salga y se confunda con la de los demás.
Aquí no cabe, o no debe caber, ni presunción, ni lujos, ni relieve social, ni nostalgia, ni juegos del poder. La Feria nos iguala a todos. Tampoco debe haber derechas, ni izquierdas, ni centros, ni extremos, porque en la Feria se funden todos los colores. Y si tiene que sobresalir alguno que sea el blanco y azul, que es la bandera de Alcalá y nos identifica a todos, sin excepción.
La Feria es paz, equilibrio y armonía, la belleza de lo sencillo y las ganas inmensas de pasarlo bien. Es un montaje efímero, pero bellísimo donde sobresale la caseta y su portada con pañoletas pintadas con diversos elementos. ¡Cuánto arte, cuánto gusto, cuántos sueños cumplidos!
Veremos cuadros antiguos, cornucopias, mil cachivaches, macetas, cortinas a rayas, lámparas sacadas del baúl de los recuerdos, mesas y sillas sevillanas, moños, encajes y farolillos. Todo en perfecta armonía. Si por algo se distingue la Feria de Alcalá es por el buen gusto en la decoración de sus casetas. Todo tradicional. (Aquí Ikea no vale para nada).
LA CASETA DE FERIA
Si hay un protagonista principal, alma y vida de la Feria. Es la caseta. Nuestra casa común durante al menos cuatro días, lugar de referencia y convivencia.
Su distribución es la misma para todas. Una zona noble en la entrada donde se manifiesta el cuidado y el gusto de los socios, formando un conjunto muy armonioso. Y dentro la barra, donde entre cerveza y manzanilla vamos dando rienda suelta a todo, recuerdos del pasado, aficiones y devociones, novedades del pueblo, chistes y en fin, alguna que otra crítica, llamémosla, fina.
Y suenan las sevillanas y ¡vamos a bailar! Al principio los que podemos decir, más preparados. Ya cuando la concurrencia es mayor y se calienta el ambiente, casi todos. Nos tapamos unos a otros y aquí paz y después gloria. Tampoco es tan complicado, teniendo en cuenta que muchos las bailan todas iguales, sobre todo los hombres, y bastante mérito tienen con mantener el compás y aguantar el tipo.
Y como suele haber de todo, porque son muchas las horas de Feria, también suele haber en algunas casetas un lugar para el momento mágico en el que se encienden los duendes. Socios o allegados, algunas veces con más voluntad que acierto, que se arrancan con todo lo que sienten y cantan y tocan, pellizcan y alegran el corazón.
Entran y salen amigos y familiares, sin importarnos la bulla, apreturas y pisotones. Que no te puedes sentar porque está todo ocupado. Y además te sacan a bailar y lo haces en un metro cuadrado y no sabes cómo lo haces y no sabes cuál es tu copa entre las cien que hay encima del mostrador.
Pero hay más atractivos. Las gitanas que venden los claveles que van y vienen cada cuarto de hora, algunas las conocemos de toda la vida y el chino con sus collares luminosos, el que vende tabaco y el que aporta alguna otra novedad a la Feria.
Hay también casetas que se pueden permitir algunos grupos que tocan de todo, que con su repertorio infinito alegran y provocan el baile.
Hay casetas mayores que prestan un gran servicio a la Feria, para ese personal que nos visita de paso, sin caseta propia, que tienen derecho a tener un espacio.
Pero sobre todo es la caseta municipal, dignísima, amplia, preciosa, de exorno exquisito y elegante de la mano de José Miguel Rivera, volcada con todos los alcalareños para acercarles a la Feria y permitirles vivir y disfrutar con todo el elenco de artistas que pasan por aquí.
Pero la Feria está también en la calle, en las mujeres que estrenan trajes de Flamenca, en los niños que van y vienen a la calle del Infierno y que no se cansan nunca y casi siempre salen de allí llorando porque el tiempo se ha acabado, y es entonces cuando siguen buscando nuevos objetivos en los puestos de la calle seguirilla.
Mil y un encuentros cuando sales a dar una vuelta y otra vez me paro y contemplo. Es la caseta de la Fuente del Piojo, muchos años acumulados dentro que renuevan su empaque juvenil con idéntica lozanía cada año. Se respira arte, ambiente y estilo. Pasen y contemplen, que el mundo no anda como para rechazar los sueños.
Brindo por la Fuente del Piojo
Aroma de cante y baile
Que es escuela de casetas
Y más arte no le cabe
Sevillanas de los setenta
Mil veces bailadas ya
Vuelo de alondra en las manos
Para abrazar la amistad
No cabe en el tablao
Su ligero bracear
Hasta tres generaciones
Para su luz faralá
Entorchados azules
En esta urna de cristal
Y los pinos que se asoman
Con su verde brindarán
De olor a retama cubierta
Cuando la atardecida le da
A toda la gracia despierta
La hidalguía de Alcalá.
Y truena más alegría
Cátedra del buen sembrar
La Fuente del Piojo es la gloria
Y los sueños a volar.
EL TRAJE DE FLAMENCA
Pero la Feria tiene otros componentes que la identifican con nuestras raíces y nuestras tradiciones. El traje de flamenca o de gitana, que parece una apuesta por el todavía más, ya que cada año sorprende su evolución al ser el único traje regional expuesto a moda y nuevas tendencias. No hay una mujer que no esté bella con un traje de flamenca puesto.
El traje se compone también de flecos y mantoncillos y se remata con las flores adecuadas. La máxima expresión es el mantón de Manila, liso o bordado, reservado para el tiempo más fresco.
EL PASEO DE CABALLOS
La Feria es mucho más. La plasticidad que aporta el paseo de caballos por el Real es única. La afición al caballo combina a la perfección con la belleza de los animales enjaezados y la estética de los trajes cortos de jinetes y amazonas.
Y además los carruajes. Es digno de ver la vistosidad de los arneses, el tintineo de los cascabeles, el vestuario de conductores y lacayos, estribos y faroles relucientes, mantas conjuntadas y fusta en su lugar.
Calesas de cajas relucientes. Un Duque con caballos enganchados a la cuarta, jardineras con guapas flamencas y faetones, milords, landós y una carretela, quizás el tiro más hermoso.
Hay mucho de afición y vocación innata detrás de todo esto. Es una apuesta clara de nuestra tradición y raíces más profundas, de nuestro andalucismo del que no podemos renegar nunca y teniendo en cuenta que muchos de esos enganches son piezas de museo.
LA CANALLA
Y de la belleza sólo no se vive en la Feria. Hay mucho más. Convivencia, cante y baile por doquier y cómo no: ¡cuántos besos repartimos en la Feria!, ¡cuántos apretones de manos!, ¡cuántos me alegro mucho de verte!, o ¡estás igual que siempre, los años y los días no pasan por ti!
Aunque no todo se siente con la misma intensidad, sí es reflejo de la alegría que siente el corazón, que todo es perdonable, porque es en definitiva, la explosión del júbilo, la armonía y la amistad sincera.
Y por ejemplo, vamos a entrar en La Canalla, que, perdonad, pero es la mía. Ahí está, algo única, algo diferente, referente de la Feria, por algo será. Perdonad de nuevo, pero ahí está.
Tiene una flor esta Feria
Sobrada de luz y de arte
Es su nombre La Canalla
Y de la fiesta es la llave
Tantas veces la primera
Magisterio donde buscarte
A la sombra de la gracia parece
Duque, Plazuela y Parque
Al final de tanta anchura
Con el sol de la tarde
Baja el ángel de la alegría
Con un pellizco inigualable
Una tropa bien avenida
Fuerzas, de dónde sale
Y dicen pies en movimiento
Y todos al cante y al baile
Salvador, mimbre en las manos
Toca la guitarra como nadie
Mi compadre Rafael
Alancea sus brazos al aire
Mi hermano Alberto le sigue
Corta claveles su cante
Varela sueño de un piqú
Con decibelios a raudales
Pegado siempre al mostrador
A ver quién entra y quién sale
Pitoño vende sus ocurrencias
Y su gracia a raudales
Confi cuida las macetas
Que no se vaya un detalle
A Manolín le llega el turno
Dispuesto siempre a su pase
Selu, sevillanas a compás
Un guiño y un desplante
Jorge ni canta, ni baila
Pero atento a todo lo que pase
Laborando por los suyos
Elo, Sola y Encarni
Tres diademas de soles
De versos perdurables
Quien habló de edad y achaques
Si nada podrá pararles
Ya vendrá el día después
Para ver como encontrarles
Tiene una flor esta Feria
Sobrada de luz y de arte
Es su nombre La Canalla
Y de la fiesta es la llave
LAS SEVILLANAS
Último capítulo. Razón de ser de nuestra Feria. Nuestro cante y baile más popular y auténtico, seña de identidad, de aceptación unánime y que trasciende a la provincia de Sevilla, Andalucía y España. Es por antonomasia, el baile más conocido, querido y extendido por la geografía española. Una vez tuve la suerte de bailarla en una discoteca de Avilés, en Asturias. Cuando pincharon creí que la bailaríamos solos, cuando nos dimos cuenta estaba bailando toda la discoteca.
Las sevillanas tienen sus grandes adversarios, bailes de otras latitudes, como los aires del Caribe o la factoría del regetón. Todos tienen derecho en la Feria, pero en la proporción debida. La Feria no es una verbena. Hay que mantener la llama de la Feria genuina, la que hemos heredado y tenemos la obligación de entregar. Hay mucha antropología, mucha belleza detrás de las sevillanas y el flamenco.
No demos dejar que se nos pierda la epifanía del arte como es la hermosura envuelta en un traje de volantes batiendo alas y belleza en unas sevillanas a compás.
Todos conocemos sevillanas antiguas, clásicas, corraleras, festeras, rocieras, que pasaron de padres y madres a hijos, generación tras generación, algunas con más de un siglo.
Las sevillanas pueden ser localistas, por eso recordaremos siempre:
“Madre ya no viene el tren a las claritas del día” o “De Alcalá vengo, soy panadero” o más antiguas “alcalareños somos no lo negamos, bautizados en la pila de Santiago”.
Sevillanas de los Toronjos, de los hermanos Reyes, los del Río, del Pali, Romeros de la Puebla, de los Pareja Obregón, de los Amigos de Gines, de cientos y cientos de autores y de otros que ya nadie recuerda su nombre.
Inéditas fragancias que se disfrutan enormemente cuando con el ambiente ya caldeado alguien coge la guitarra, caja y tambor y al primer compás por sevillanas, todo se pone en pie.
Cantes que van por las troneras y se pierden por los cielos mágicos de la Feria.
SEVILLANAS DEL CORO
El pregón toca a su fin. Espero no haberos cansado demasiado. Hemos robado tiempo al tiempo todos los aquí presentes para manifestar nuestro amor y nuestro cariño por Alcalá y por su Feria. Me enorgullezco de mi pueblo y no me importan que me digan por donde quiera que voy, “cómo se nota que eres de Alcalá”. Lo soy y lo llevo a gala. Pero más mérito, mucho más tiene aquellos que, no tienen como yo encima el agua de la pila de Santiago, porque no nacieron aquí. A los que llegaron para quedarse, para hacerse uno de nosotros, para sentir en alcalareño sin prescindir de sus raíces, para traer trabajo y bienestar y cómo no, alcalareñitos al mundo. A todos ellos nuestro cariño, nuestro reconocimiento y nuestra gratitud.
Sólo decir ¡Alcalá!
Me sabe a caricia, a beso
Sólo decir ¡Alcalá!
Y sube el corazón al cielo.
Fecundada por un río
Atajando vericuetos
Escaladora de altura
Con un sinfín de cerros
Siempre en constante subida
Abierta a todos los vientos
Ascendiendo esos peldaños
La alegría que yo quiero
Cantar y sentir Alcalá,
Recorriendo este sendero
Que su aire me hace libre
Confidente y secretero
En plenitud, equilibro y armonía
Aromas enterrados en el tiempo.
De horizonte sus pinares
Que sacudidos en su vuelo
Parecen querer abrazarte
Y arroparte en su volteo
De caricia de brisa templada
Y suavidad de terciopelo
Dólmenes y túmulos por Gandul
Romana en puente de prendimiento
Musulmana en su fortaleza
Cristiana de amores llenos
Oromana del romanticismo
Blancura de paloma tu vuelo.
Mágico rincón soñable
Plazuela, Duque y Barrero
Convierte en gloria y alegría
Las soleares de los recuerdos
Altas muelas y tolvas
Insigne altar molinero
De harina abrazo fundido
A Hienipa esplendor le dieron
De hijos insignes, ilustres
Alcalareños corazones aromados
Que en vida tanto abrazaron
Ofrendas, sudor y esfuerzo
Cuencos llenos de amor las manos
Y pregoneros en su albero
Y no descubro nada nuevo
Que torres y campanas toquen
Piropos grabados a fuego
Y digan a voz en grito
Que no hay un sitio como mi pueblo
Por eso una canción de esperanza
Un clamor de pasión amoroso
Mi Alcalá, siempre muy dentro.
¡Ahí está Alcalá!
De Castillo firme y eterno
Ajena al pasar de siglos
Vencedoras de los tiempos
Por eso, decir Alcalá
Me sabe a caricia, a beso
Sólo decir Alcalá
Y sube el corazón al cielo.
He dicho.
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