La Virgen inicia su recorrido en el lugar de origen de Alcalá. La altura del Castillo y cuando se asoma desde su templo a la linde de la explanada que le sirve de pórtico se comprende la elección de este enclave para plantar un pueblo. Una altura de horizonte extenso que permite dominar el entorno, un río bajo él que da sustento a la vida y campos fértiles en derredor. La hora para salir no es casual. La imagen mariana tiene que recibir los últimos rayos de sol en su rostro. Un trance sutil que permite disfrutar de una puesta de sol radiante de rojos tras el horizonte, bellísima. Un momento en el que la Virgen bendice con su mirada los campos que abarca desde su nido de águila. Un instante que siglos atrás tendría una significación plena y que hoy permanece como testimonio de una Alcalá rural y pegada a la tierra.
Mientras, en el aire resuenan las campanas de la torre del Santuario en la que está fundido el bronce y la historia. Sobre el asiento del alminar árabe, la elevación cristiana, el remate del metal y el orgullo de la bandera alcalareña. En el ámbito, las murallas que fueron junto a la Virgen salvaguarda de la ciudad y de Sevilla.
Como hicieron los alcalareños cuando la guerra dejó de ser presencia en los campos de alrededor, la Virgen baja la cuesta, buscando el llano, el agua y el sitio para crecer. En la bajada de la cuesta, la comitiva rememora la decisión de un pueblo de asentarse para seguir creciendo más allá de las murallas. La bajada termina enlazando devociones. La Virgen llega a Santiago y pasa por delante de Jesús Nazareno. Si Ella fue la devoción de los alcalareños del Castillo, el Nazareno fue la que dio identidad a los del llano. En el testimonio en piedra, del mudéjar a los estilos acumulados en Santiago: gótico, renacentista, barroco y regionalista.
En el Derribo el público la espera a modo de recepción del pueblo. Y la Virgen sigue avanzando dejando a un lado la ruina de la antigua comisaría que empaña la estampa, aunque pocas cosas tan alcalareñas hay como un edificio patrimonial abandonado. La calle Herrero le ofrece la medida justa de calle de pueblo y el ámbito propicio para las guirnaldas de flores que ponen acento de fiesta grande. Al final de la calle, de nuevo la coincidencia mariana, misma fe, dos acentos, junto al azulejo de la Virgen del Socorro a la que está consagrada la calle.
La Virgen llega entonces a su propia calle. La vía concebida como calle mayor y que hoy espera tiempos mejores de pujanza vital y comercial. El recorrido sigue el sentido del crecimiento y la expansión de la ciudad. Sigue el trazado la lección de historia. Pasa por los edificios que el pueblo fue requiriendo para crecer. El hospital de San Juan de Dios, hoy Ayuntamiento, el convento de las Clarisas, el molino de la Mina y sobre él el teatro, la que fue plaza de abastos. Nuestra Señora del Águila se convierte en calle Ancha para este día, hasta hacerse vía vibrante y animada de pueblo, estampa de postal en blanco y negro, ahora reservada a los días grandes de procesiones y reyes magos.
Antes de girar por la Plaza Cervantes, la Virgen se asoma a su homóloga de bronce en la Plazuela. En la distancia entre ambas hay un recorrido de devoción mantenida durante ocho siglos en la ciudad, una rara presencia constante en una ciudad tan trajinada de cambios y olvidos.
Alcalá y Orti es ya camino de vuelta, la "Cañá" por la que también creció la ciudad, antiguo camino de mercancías y angarillas de pan. La noche avanza y la calle se recoge para acercar la presencia de la Virgen. La subida de la cuesta es un prodigio costalero, hay que salvar la pendiente y también los escalones. Este año el esfuerzo, cargado de orgullo alcalareño, corresponde a la cuadrilla de la Virgen de la Soledad. Hacia la altura y la anchura la Virgen avanza de recogida creando el ámbito propicio para el encuentro íntimo con ella.
Llega de vuelto a su templo con otra luz. La procesión aloja también una simbología en cuanto a la luz. Del sol a la luna. De la luz a la noche. Dos luces para la Virgen para redoblar la belleza de su estampa. Con el rito cumplido, las campanas redoblan de nuevo con un eco de siglos y proclamando la pervivencia de una devoción que atraviesa el tiempo, con acento sutil y firmeza de muralla.
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