Opinión - 27/01/2015
"Gritos en la iglesia". Álvaro Plaza
Autor:
Álvaro Plaza

Voy puntualmente a la iglesia cada semana, es la primera vez en mi vida, quién me lo iba a decir a mi edad y con mi agnosticismo a cuesta.

De hecho ahora mismo estoy escribiendo estas líneas desde la mismísima iglesia, tomándome un black americano de grano guatemalteco y leyendo en la pizarra que hay detrás del mostrador la cita del día. “an entrepreneur is someone who jumps off a cliff and builds a plane on the way down”       -Reid Hoffman-, que viene a decir que “un emprendedor es aquel que salta de un acantilado y se construye un avión durante la caída” o algo así. El tal Hoffman es el fundador de Linkedin.

Pero no es el aroma a grano, ni el excelente servicio, ni la cita del día, ni siquiera que la cafetería adosada a la Iglesia parezca diseñada para alcanzar la concentración necesaria para escribir; el motivo por el que acudo puntualmente cada semana se puede deducir de la foto que apreciáis ahí arriba.

Pedí permiso para sacarla por supuesto, algunos padres y madres se transforman en la niña del exorcista si ven una cámara cerca de sus hijos, cuando apuesto que la mitad de ellos no han configurado correctamente la privacidad de sus facebooks y otras redes sociales dando libre paso a las fotos de sus retoños a miradas indiscretas. Los protagonistas además se concentraban cerca del altar, bien lejos de mi objetivo porque me había situado en el extremo contrario. Aún así creo que os podéis hacer una idea de lo que representa, de lo que está sucediendo en ella. Si aún no lo pilláis, quizás os sorprenda tanto como me sorprendió a mí. 

El otro día conté que éramos unos setenta niños. Es lo que aquí se llama un “stay and play” y que proliferan a doquier, supongo debido a que el clima no acompaña durante muchos días del año.  Básicamente un “stay and play” o un “quédate y juega” es un espacio que se le ofrece a los padres o cuidadores para que hagan actividades con los niños, a cubierto y con muchos juguetes, libros y herramientas a su disposición. El ayuntamiento de cada uno de los barrios de Londres suele tener o patrocinar varios, así como muchas guarderías privadas ofrecen durante algunas horas al día un lugar para ello. También las iglesias.

Sí, las iglesias. Os imagináis San Sebastián, los Salesianos o San Agustín a reventar de bebés o niños de no más de cuatro años, gateando, moqueando, siendo cambiados, chillando, corriendo, saltando, pisándose, dándose besitos, abrazitos y de vez en cuando algún que otro bofetón, cantando, pateando y todo los demás gerundios que se os ocurra adjuntar a la frenética actividad de los más pequeños. No sé, hace seis años que no vivo en el pueblo, quizás alguna de nuestras iglesias se ha aventurado a empresas como ésta, pero desde luego no era la costumbre cuando andaba por allí.

Ayuda que tenga moqueta, que no haya tanto candelabro y velas, ni tantas capillas, ni cachivaches que romper, pero en el fondo es una cuestión de voluntad. Haces una pequeña cola, pagas lo que serían dos euros, y durante un poco más de dos horas tienes a tus críos jugando con otros críos y con juguetes que no puedes permitirte en casa. Al rato les ponen un video de dibujitos mostrando algún pasaje bíblico adaptado para niños, a continuación un par de guitarras y diez minutejos de canciones infantiles y para culminar un plato de pasta y zumo para ellos. Además tienen la delicadeza de plantar un par de contendedores con café y agua hirviendo para los amantes del té, que ayudan a mantenernos a los padres despiertos.

Tenemos que admitir que nosotros los católicos somos un poco más formales, cuando no más oscuros y tenebrosos, vamos que nos cuesta digerir la idea de un bebé pegándole patadas al pilar que sostiene a un santo. O quizás es que el Dios de los ingleses no se toma tan en serio a sí mismo. Aún a mí, que ya llevo semanas viniendo, me cuesta asimilar los gritos dentro de una iglesia. Estoy ahí jugando con mi hijo y de repente una niña con trenzas suelta un grito de esos que te revienta los tímpanos porque algún mocoso le ha quitado el camión de bomberos y uno no puede dejar como de sentir que la cría está pecando o algo así. Sigue siendo chocante, en definitiva, ser parte de todo ese bendito caos y jolgorio y ruido de medio centenar de niños correteando entre los arcos pasando de la nave central a la lateral como si el juego del escoger se tratase.

Ya puestos, enlazando con la cita de más arriba del emprendedor, si considerásemos a la Iglesia como una empresa es cuanto menos brillante granjearte clientes desde tan temprana edad. Yo tengo mis particulares y casi irreconciliables desavenencias con la Iglesia, o mejor dicho, con su discurso oficial, pero Iglesia es también comunidad y creo firmemente en la labor que esta puede desempeñar en las mismas, al lado de los más desfavorecidos y actuando de pegamento social o como en este caso, brindando a los padres la posibilidad de que sus hijos trasteen sin mirar carnés, ni afiliaciones, ni preguntar credos, ni dando la tabarra con ellos.

No sé que decidirá mi hijo creer en el futuro, no creo que vaya yo a tener mucha influencia en ello, en eso estoy con K. Gibran cuando decía “los padres sois los arcos con los que vuestros hijos, como flechas vivientes, son lanzados a la vida”.  No sé si pagará tributo a un Dios cristiano, si será ateo o cambiará la fe en la que se criaron sus padres y tornará budista o musulmán. Allá él se las componga con lo que quiera creer o lo que se pueda permitir creer. Lo que nadie le va a quitar es lo “bailao”, los ratos tan buenos que pasa cada miércoles, haciendo amigos, correteando entre los arcos ojivales e intentando escalar, hasta que a su padre le revienta la espalda de impedírselo, para alcanzar la guitarra que reposa en el altar esperando que alguien la toque para ellos. 

 

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