Opinión - 26/09/2014
"Mis diez libros favoritos". Álvaro Plaza
Autor:
Álvaro Plaza

Hará cosa de una semana el director de este periódico me lanzó el reto a través de facebook de continuar la cadena donde tenía que elegir diez de mis libros favoritos. Los usuarios de las redes sociales estamos muy habituados a este tipo de iniciativas, a pesar de la intriga de cómo se forman, más o menos todas funcionan igual: te lanzan un reto y tras completarlo tú mismo has de seguir el juego retando.

El director de este periódico me puso en un brete, y me presté al desafío disponiendo de un tiempo que ahora se me escatima. Ese es uno de los maravillosos efectos colaterales de la paternidad, tus necesidades, por muy chorras que pudieran llegar a ser, ya no son las que gestionan los minutos del día. 

La cuestión es que quizás me tomé demasiado en serio la tarea. Más que nada porque en cierto modo tus lecturas te definen, cartografían los contornos de tu espíritu; enunciar los diez libros que más te gustan es de algún modo desnudar tu alma o dejarla que se transparente, y cuanto menos quería ser preciso.

Siempre que he visitado casa ajena, una de los primeros sitios donde desvío mi atención, siempre que la cortesía lo permita, es a la librería, si la hay claro. A través de los títulos que atesora mi anfitrión me puedo hacer una composición de lugar de sus miedos, creencias, gustos, aspiraciones e ideología. Es casi un ejercicio instintivo a través de los autores y obras que cogen polvo en las estanterías. Luego es bastante divertido cotejar esos prejuicios pergeñados sobre sus lecturas y el conocimiento real que vas adquiriendo de esa persona que un día te invitó a su casa. Siempre he mantenido que dejar los libros a la vista es darle la oportunidad a tus huéspedes de saber con quién se están jugando los cuartos y ya que están en campo contrario creo que es justo darles esa pequeña ventaja.

Os podéis imaginar como de bien me lo he pasado contemplando a muchos de mis amigos, conocidos o tipos de lo que ya casi ni me acuerdo, colgando su lista de diez libros favoritos. En algunos casos me he llevado una grata sorpresa, extrañas coincidencias, en otros más o menos la cosa ha discurrido según lo que hubiera previsto, he fruncido el ceño un par de veces y me reído tantas otras. 

Llevo casi dos años escribiendo con cierta regularidad esta columna y supongo que si alguno hay que la sigue con asiduidad, más o menos se habrá hecho idea de qué pie cojeo. No obstante, creo que es una buena oportunidad reproducir aquí esa lista, para que ustedes aún me puedan conocer mejor o alimenten sus prejuicios y por qué no, para recomendarlos, porque cada uno de esos diez libros son una joya que si no han descubierto, tiempo están tardando en hacerlo. 

Antes de saldarla, unas par de pequeñas aclaraciones preliminares y un deseo. Primero es la lista de los que más me han gustado, no los que más me han impactado, influenciado o transformado, si esas hubieran sido las instrucciones los elegidos serían ligeramente distintos. Segundo, obviamente no están ordenados jerárquicamente, eso sería una salvajada moral y una brutalidad estética que merecía la condena de ser abandonado en una isla desierta sin la misericordia de un libro de consuelo. Y el deseo, como ya expresó otro columnista de este medio, es que ojalá en esta lista la mayoría de los libros estén todavía por leer. 

El Principito de Antonine de Saint-Exupery, porque olvidar al niño que hay en nosotros es el mayor pecado que cometemos. El cine según Hitchcock de Alfred Hitchcock y François Truffaut, el gordito de Leytonstone es el cine y en las entrevistas con el director francés uno puede aprender a entender y vivir más y mejor el séptimo arte. El Conde de Montescristo de Alejandro Dumas, la venganza mejor tramada de la historia de la literatura, inmejorable para leer con una linterna debajo de las sábanas. El Guión de Robert Mackee, un libro quizás algo especializado para aquellos que quieran aprender a contar historias para la gran pantalla, aunque imprescindible también para amantes del celuloide. 1984 de George Orwell me enseñó que el poder es el enemigo y Solaris de Stanislaw Lem me introdujo en el vértigo metafísico y a descubrir un modo distinto de articular la ciencia ficción. La Cámara Lúcida de Roland Barthez es una pieza para leer a bocados, para reguardarlo ahí en la mesilla y que no acabe nunca. Seis propuestas para un nuevo milenio de Italo Calvino es de lectura obligada para todo aquel que se tilde de aficionado a la literatura. Historias de Londres de Enric González es ameno, divertido, fresco, instructivo, imprescindible si visitas la capital de la pérfida Albión. Con Short Cuts de Raymond Carver me quise hacer escritor.

He oído que Alcalá tiene una espléndida biblioteca, que no tengo perdón el no haberla visitado aún. La autocrítica primero, pero la mejor noticia que podría aparecer en este periódico es que un día la biblioteca se quedase vacía de libros por la avidez lectora de mis vecinos. Claro, que eso es un sueño, una utopía, quizás una trama para un relato, a lo Saramago. Desen una vuelta por ella, no como el cenutrio que escribe estas líneas y atrévanse a tomar prestado un tesoro.

En los libros todos los tópicos se cumplen, vivirás en mundos imaginarios, aprenderás, entablarás diálogos con el pasado, jamás te aburrirás, quien tiene un libro tiene un amigo. Yo que ahora dependo de un pequeño saltimbanqui que me da bofetadas todas las mañanas a eso de las siete para despertarme, sé que uno de los mejores regalos que podría hacerle sería el de inculcarle el amor a la lectura. Ya tiene carné de la biblioteca de acá. En realidad no es tarea tan difícil, siempre he mantenido y mantendré que a todo kiski le gusta leer, el problema es que no todos han aprendido el arte de elegirse los libros adecuados.

 

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