Opinión - 17/03/2015
"Reflexiones a la sombra del jet lag". Álvaro Plaza
Autor:
Álvaro Plaza

Acabo de llegar de las antípodas, sintiendo en mis carnes eso del jet lag, porque el cuerpo y sus humores no están diseñados para recorrer miles de kilómetros en pocas horas, ni atravesar continentes en lo que uno se pelea con sus sueños en una butaca incómoda. El cuerpo está hecho para un viaje en burro de Alcalá a Mairena, o de Alcalá a Sevilla con las alforjas repletas de pan.

Hace poco un amigo me preguntaba si me iba a mudar a Australia. Mi respuesta inmediata fue un “no”, obvio, no lo tengo en mente ni en planes.  Pero claro, si el futuro -parafraseando a Woody Allen- es importante porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida, es cierto que la posibilidad de un acoplamiento en Australia es más verosímil que un aterrizaje en Chipre, o un asentamiento en la Selva Negra Alemana, e incluso tan factible como un retorno a mi pueblo, habida cuenta de que mi señora esposa y mi hijo son Australianos.

Entonces me fui al 2007 por ejemplo, y fantaseé con eso del “¿quién me diría a mi?”, elaborando una hipotética conversación entre mi yo del futuro y mi yo del pasado, donde el primero le contara al segundo que en pocos años iba a cambiar la Plazuela por Picadilly Circus, el café solo por el expresso, y el mollete por el pan de molde con semillas. No creo que le hubiera creído. Mi yo del 2007 estaba a años luz del yo que hoy escribe estas líneas. Y creo que esto más o menos nos ha pasado a todos.

Pero qué ocurriría si ahora se presentase un tipo parecido a mí, sin canas, porque yo no tengo canas, pero con más arrugas, algo más fofo y bronceado y me contara que en vez de Picadilly Circus los garbeo me los pego por Darling Harbour, el expresso lo he cambiado por un short black o que los canguros son los animales que pueblan el paisaje mientras recorro el país en una autocaravana.

Pues le creería.

Aunque el futuro sea incognoscible por definición y sus siluetas estén difuminadas, hay unos futuros más posibles que otros, unos futuros que ya parecen están construyendo sus cimientos en el pasado. Esto más o menos lo que le quise decir a mi colega y creo que la misma intuición lo respalda.

Y ahora, quizás sean los efectos del jet lag, pienso que estaba profundamente equivocado.

No hay futuros más probables o si los hay poco importan. Son ficciones que nuestra mente teje para tranquilizarnos, son imprescindibles para vivir sin desasosiego, atesorar la vaga impresión de que si no todo, algo está bajo nuestro control y de que aunque el azar se pueda entrometer en nuestros planes, si nos empecinamos, estos acabaran por imponerse. Entendemos el futuro como proyecto y no como abismo. Y es un abismo. Un abismo de rocosas paredes opacas que se dilatan en lo insondable.

Un poco dramática la metáfora, pero es que a uno le pierden sus filias a las novelas de dragones y espadas. El tipo aquel del 2007 seguro que creía tener futuros más probables que otros, como el tipo este que ahora escribe estas líneas. Lo que el tipo del 2007 le ha enseñado al de hoy, es que esas apuestas a la probabilidad son juegos que no tienen más valor que una partida de parchís un domingo por la tarde.

El futuro no está escrito, por mucho que nos empecinemos en intentar dilucidar sus derroteros. Y no es que tengamos que dejar de hacer planes o dejar de embarcarnos en proyectos, o no perseverar en nuestros anhelos. No podemos dejar de ser nosotros mismos. No, está claro que el presente es el quen nos conduce al futuro. Es el presente el que nos tenemos que currar con la esperanza que se vayan cumpliendo nuestros deseos.

En ocasiones me veo de nuevo paseando por las calles de mi pueblo, teniendo a mis amigos a la mano, o volver a disfrutar de un placer tan sencillo como el de sentarte encima de un banco con una bolsa de pipas y contemplar el cobre translúcido de un atardecer a las puertas del verano.

¿Quién sabe?

La vida me ha enseñado que por mucho que nos pongamos las manos en el cejo y miremos el porvenir, éste tiene sus propios planes y no le gusta enseñárnoslos.

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