Opinión - 14/09/2016
"Curso nuevo: vida vieja". Juan Alcaide
Autor:
Juan Alcaide Rubio

Anda vieja la vida por nuestra tierra. Como cada septiembre amanecen los días arrastrando una rémora que se adhiere al aire y a las cosas y todo lo entorpece. Comienza el curso —siempre ocurre— con la sensación de que ha llegado demasiado pronto para recuperaciones, y no digamos para otras evaluaciones más exigentes.

Vuelven los niños a la escuela con restos de arena todavía en la piel y con un rubio abrasado en la cabeza que no casa con horarios estrictos ni con tardes con deberes. Ocurre así por aquí como puede ocurrir por cualquier parte, pero hay algo en nuestra ciudad que hace más profunda esa melancolía del verano extinguido: hay una tristeza seca, pertinaz como un desierto, que nos acompaña, indefectible, al volver a las calles de siempre para continuar con las rutinas de antes. Una sequedad que, por repetirse cada año, nos deja la sensación de transitar por un pueblo de vida gastada y clueca.

Terminamos el curso anterior esperando cosas, muchas cosas, y comenzamos el presente sin otra respuesta que no sea esperar: esperar que, al fin, barran las caracolas de los colegios y levanten monumentos con ventanas a los maestros; esperar que haya solución para una cementera y que más gente trabaje en nuestro entorno; esperar al gurú que acabe con el maleficio del tráfico; esperar el milagro que sane al río y resucite al castillo; esperar que se arremangue la alcaldesa y nos enseñe algún cambio; esperar que se desprenda de una vez ese colgajo llamado ACM y acabe abierto en canal para que veamos todo lo que lleva dentro; esperar un criterio en la cultura y un turismo que no llega; esperar no perder la esperanza, esperar seguir aprendiendo a esperar... y esperar.

Y, sin embargo, ¡qué cosas tenemos! Es admirable cómo, en medio de tanta espera sin solución —España es Alcalá con más fresquito, Alcalá es España con mejor pan— siguen tantos paisanos currando cada día entre las arrugas de nuestra tierra para mantener intacta su casa, mientras, a nuestro ayuntamiento, se le desmorona de desidia el patrimonio y deja que ardan en el abandono las joyas de nuestro pasado. Ayer fue la Casa Ybarra, mañana será alguna perla de Juan Talavera, y pasado será el mismo albero el que termine fundiéndose en otro incendio.

Y por si fuera poco el contraste vital entre los vecinos y su institución consistorial, mientras la Casa de todos se consume en una inmovilidad que nos mata, sin otro eco que el caprichoso y absurdo retumbar de una campana insoportable (¿a quién se le habrá ocurrido poner a ese megáfono de ultratumba a competir contra el bronce de nuestras torres cristinas?), muchos alcalareños inventan nuevas formas de crecer en la espera, y nos regalan chispazos de vida nueva entre la sucia polvareda: un foro en el que hablarnos como adultos; una terraza con vistas a los pinos; una oportunidad de volver a sentir un Resbalón; o la ilusión de un proyecto emocionante llevado a buen Término.

Siempre acabamos encontrando el ejemplo a nuestro lado; sólo hay que salir a la calle, la calle que pisa la gente.

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