Opinión - 25/07/2016
"Festival de qué". Juan Alcaide
Autor:
Juan Alcaide Rubio

Como cada verano, al pasear por Alcalá, vuelve esa extraña sensación de estar atravesando un decorado a medio terminar o, más bien, a medio desmontar; algo así como un gran almacén en liquidación. 

Son fechas estériles, anodinas, y se hace largo el calendario para quienes patean diariamente las polvorientas aceras de fuego. Las suelas de goma se pegan a los adoquines como chicles, y como chicles se estiran las horas y las tardes y los días sin afanes. Y así, ¿qué le queda a quien se queda? ¿Qué se encuentra el que regresa? ¿Qué le espera al que aprovecha para visitar a amigos y familia?

Nada hay contra el clima, la calor es la calor; julio y agosto por aquí son dos incendios de alquitrán. Pero una cosa es esta realidad y otra cosa es que no se haga nada por evitar la sensación de desalojo y vacío de esta época y por suavizar, al menos, el otro clima: ese de sopor y hastío que caracteriza estos días por falta de aliciente que llevarse a la boca; en esto de llevarse a la boca, por cierto, qué bien nos vendrían por aquí todos esos veladores que sobran en Sevilla y que tanto ruido dan para poder paladear alguna tapa sentados al aire tibio de la noche. Mas como no sólo de pan —caracoles y cerveza— vive el hombre, no estaría mal buscar, además, alicientes por otros caminos como, por ejemplo, el de la buena cultura, y que, de paso, sirva de una bendita vez de reclamo turístico.

En estos días, precisamente, no dejamos de escuchar nombres y títulos de festivales más o menos cercanos. No hay pueblo que no tenga para sus noches de luna algún evento que ofrecer a sus vecinos: conciertos, festivales, veladas… desde “MíaQuéFestival” en Porcuna hasta El Horteralia en Matalacañas; para todos los gustos, y cada uno con su sello.

Y yo me pregunto, ¿podemos meter el Festival de Verano Riberas del Guadaíra del 28 de julio dentro de este variopinto grupo de festivales, espectáculos, conciertos o velaítas? Que no sé yo cómo llamarlos. Pues no sé, pero lo que sí es claro es que, en cualquier caso, el referido festival parte de dos errores de planteamiento: el primer error es de forma y el segundo es de concepto.

Error de forma por ser muy costoso, ya que se asegura su éxito vendiendo a bombo y platillo que la entrada es totalmente gratis, ¡oiga! Pero después nos enteramos de que, para un espectáculo de unas pocas horas, nuestro endeudado ayuntamiento va a pagar 26.000 euros. Vamos, como para dedicarle una letrilla al gongorino modo:

Que ofrezcas como un demiurgo

el circo gratis al burgo,

bien puede ser,

mas que en el convite gastes                                                                              

lo que cuestan mil empastes,

no puede ser (miarma).

Y, por otro lado, el error de concepto se podría explicar recordando una anécdota que protagonizó el gran Juanito Valderrama allá por los sesenta en el festival de Cantes de Las Minas de La Unión: Estaba el maestro en el escenario cantando por cartageneras y el público empezó a pedirle éxitos del momento como “El emigrante”; petición a la que Valderrama hacía oídos sordos. Pero como el respetable no cejaba en su solicitud, el cantaor se fue calentando y recalentado hasta que reventó y, en lugar de decirles a los irrespetuosos que si querían escuchar “El emigrante” pusieran la radio o se compraran el cassette, dejó de cantar y abandonó el escenario sin decir ni “mu”. Al día siguiente, buena parte de los intelectuales de la época preocupados por la cultura de los buenos cantes se reunieron con el alcalde de la localidad y sentaron las bases del festival de Cantes de Las Minas. Y desde entonces hasta hoy, aumentando su prestigio año a año.

Más allá de los festivales otoñales de Joaquín el de la Paula y del meritorio Manolito de María,  no es esto de Alcalá aquel festival de La Unión en Cartagena; ni el festival flamenco Gazpacho Andaluz de Morón, ni la Caracolá Lebrijana, ni el Festival de Marchena, ni El Potaje de Utrera, ni la Reunión de Cante Jondo en la Puebla de Cazalla, ni ninguno de los festivales que, con más de medio siglo a sus espaldas, siguen apostando por una cultura verdadera, arraigada en los alcorques de su historia y su tradición. ¡Ay, mi Alcalá!

Vacuas coplillas sin arte

llegan a herirte de muerte,

huérfana de soleares.

 

No tiene este evento alcalareño razón cultural a la que agarrarse, ni planteamiento con vistas a ser perdurable, ni criterio fiable que seguir; como tantas otras cosas en nuestro sufrido pueblo.

Pero, cuidado, no es que sobre, no es que la gente no asista en masa y disfrute hasta la locura de una oportunidad de diversión  y “desfogue”; ¡pero si eso es fabuloso! El problema, queridos paisanos, como ya sabemos, es a costa de lo que se consigue: tirando de la anónima cartera y olvidando raíces profundas hasta provocar un doloroso quejío de soleá por Alcalá.  

 

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