Opinión - 10/09/2013
"¿Qué diferencia hay entre una pinta de cerveza y una meada?" Álvaro Plaza
Autor:
Álvaro Plaza

En Alcalá, allá donde vayas, para acompañar las conversaciones, unas aceitunas, unas gambas o unas papas aliñás, siempre hay una cerveza y esa cerveza es la Cruzcampo. Normalmente de tirador; en verano de salmuera por si acaso y en la Avenida Santa Lucía. Luego está el botellín, más para la noche, en la terracita o en el bar, un tercio, un cuarto o un quinto, y te distraes quitándole la etiqueta mientras intentas cazar las mirada de la que te gusta. El botellín de Cruzcampo también es figura perenne en todos esos mundiales o europeos donde la roja no alcanzaba más allá de los cuartos o cuando el Betis por fin ganó su segunda copa. La litrona era más para una tarde en la retama con una bolsa de pipas, un viernes en el “cespesito”, o un guiso en los pinos cuando se podía. Y luego la lata, la menos prestigiosa, que la dejamos pa la playa y la neverita.

Yo era hombre de una sola cerveza.

Cerveza que más allá de Despeñaperros es una incomprendida; era el brebaje que engrasaba mis vivencias. La Çruzcampo y el Gambrinos, ese tipo rechoncho y feliz brindando, el dorado, el rojo y el blanco, el olor al malteado cuando entrabas en Sevilla. Tan importante es para mí que cuando me vine en Londres a casar le hice a uno que se quebrase la cabeza para que la Cruzcampo fuera un invitado más. Y allí estuvo presente, regalándome el alivio de la sed de los demás convidados.

Y aunque en esta tierra que me acoge ninguna otra cerveza a podido ocupar el lugar del la Cruzcampo, afectivamente esa rubia sigue siendo la única, uno aquí casi que se ve forzado a la idolatría. En las islas la cerveza es una religión, pero una religión politeísta. Uno se pierde en cuanto a su número, variedad, tipos y sabores.

A bote pronto, bitter, ale y lager, pero dentro de ellas, brown ale, mild ale, best bitter, old ale, india pale ale... un laberinto donde embriagarse y encontrar el camino de vuelta a casa dando más de un tumbo. Porque a pesar que en los pubs puedas encontrar botellines de las más diversas marcas y allende los mares, virtudes de la globalización, aquí la cerveza que se ha de beber es la ale o la bitter, las que se sirven a temperatura ambiente, apenas sin gas y en pinta, es decir, un vaso de casi medio litro.

Una cerveza a la que a uno le cuesta acostumbrarse, todo hay que decirlo, pero que cuando le coges el punto, descubres un inmenso océano de sabores en los que ahogarte. Lo de la destilerías es todo un universo. Tienes macrodestilerías como la Fuller´s que producen las celebérrima “London Pride”  que es una bitter, o la “Organic Honey Dew” que es una golden ale, o la Bengal Lancer entre muchas otras; o las seasonal, es decir cervezas de temporada que sólo aparecen en ciertos pellizcos de tiempo. Pero es que además de un puñado de macrodestilerías que producen decenas de tipos diferentes de cervezas, están las microdestilerías que elaboran unas pocas, suelen ser de temporada y cuyo mercado es muy local. Sú número ronda las 700, y todas ellas producen un manojo de cervezas diferentes, así que imaginaros. Y ya para rematar, por haber, todavía sobreviven ciertos pubs que elaboran sus propias cervezas, en los sótanos, tal y como era costumbre ciento cincuenta años atrás.

Los británicos, a sabiendas que la cerveza no es sólo un patrimonio nacional sino como ya hemos dicho toda una religión popular cuyo sacerdote es el destilero, el monagillo el de la barra que te la sirve y los acólitos todos aquellos que entren en el sagrado recinto de un pub, han promovido leyes tan estrictas como lo fueron los 10 mandamientos cuyo fin es promover su vasta y rica variedad. Una de esas leyes impide que las grandes compañías  controlen demasiados pubs, obligando a los mismos a traer “cervezas invitadas” de otras destilerías, generalmente de las pequeñas, cada semana; es decir, están obligados por ley a comercializar la competencia. Todo en busca de garantizar lo auténtico.

A mi la nostalgia me puede y suelo tomar la Foster Australiana o la Staropramen checa o la Peronni italiana, primas hermanas de la Cruzcampo, pero de vez en cuando me doblo ante la herejía y me dejo seducir por una Ale de las miles que tengo a mi disposición. En verano entran poco, pero en invierno tienen su gustito y además suelen ser más baratas.

Abrazando el cliché, un británico que no se beba cuatro pintas de ales mientras grita las canciones de su club de fútbol viendo un partido en el pub es tan raro como un sevillano que no sepa bailar flamenco, esté constantemente diciendo “mi arma” mientras cuenta tres chistes entorpecido por ese palillo medio partío que tiene en la boca. Huyendo del cliché, por mucho que yo eche de menos mi Cruzcampito bajo un sol de castigo y unas tapitas, es de honor decir que la fidelidad y amor que le profesan aquí a esa bebida que ya los Egipcios tomaban es como mínimo digna de admirar y uno sabe que no será del todo un lugareño hasta que sepa apreciar el agrio, templado, y variado sabor de las ales en todos sus matices y a cualquier hora; porque aquí no esta mal visto desayunar con una cerveza de medio litro, de hecho la puedes degustar a cualquier hora sin temor a que te miren raro y es bastante común ver a una pareja de abueletes en un pub echando una risas con un pinta en la mano a medio tomar a eso de las once de la mañana.

Me da a mí que para cuando sea abuelo, si aún sigo por aquí, me encontraréis en un pub a eso de las once con una pinta en la mano; dándole la murga a los parroquianos con la batallita de que tiempos remotos atrás yo era hombre de una sola cerveza. Y entre los parroquianos seguro que habría alguno que se parecería a Benny Hill, el mismo de “El show de Benny Hill” -siempre hay un inglés que se parece a Benny Hill- que formularía con chanza el mismo acertijo que ya éste hiciera años atrás sobre su bebida favorita:

-¿Qué diferencia hay entre una pinta de cerveza y una meada?

-Veinte minutos.

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