Opinión - 30/07/2013
"La peor plaga del verano". Álvaro Plaza
Autor:
Álvaro Plaza

El verano ya está aquí. Ahora es cuando se ponen a prueba esas dietas con o sin agua caliente o las horas invertidas en el gimnasio y en las clases de pumping bumking triking salting idioting. Y el verano trae la ralentización a la que “la caló” obliga, por Alcalá ya estáis 40º y aquí en Londres por sorpresa llevamos más de una semana rozando la barrera psicológica de los 30º. Pensaréis, “¡bah! ¡Eso no es nada!” Pues es mucho, el calor aquí se sufre que no veas. Por lo pronto no existe el aire acondicionado, así que se recurre al vetusto ventilador, y no hay azoteas, o patios o terrazas donde descansar los huesos a la fresquita; por no mentar que los edificios están ideados para conservar el calor y no para repelerlo. Pero no me voy a quejar, los Londinenses, por eso de parecerse al resto de la raza humana, viene a protestar por aquello que hasta hace unos días reclamaban; todo el día quejándonos de que ausencia de sol y ya más de uno aquí está levantando la voz contra la deserción de las sempiternas lluvias y los lóbregos cielos encapotados.

Grado arriba o grado abajo, el verano ya está aquí con todos sus más y sus menos. Y aparte de todas las cosas buenas que el verano trae, como la sandía y las piscinas, los polos y las chanclas, las paletas en la playa, un dominó al crepúsculo con unas Cruzcampos fresquitas, y todas y cada una de esas partes del cuerpo que por fin tienen ahora su ratito al aire libre; el verano también derrama sus plagas: los mosquitos, las quemaduras, las noches insomnes, las ventanillas con el cartel de “cerrado por vacaciones” y de entre todas ellas hay una que cada día soporto peor, y ustedes ahí en el pueblo os libráis de padecerla, porque esa plaga no la sufren todas las geografías.

¿Adivináis cuál?

Crema solar, tiritas, gorra, gafas de sol, calcetines de repuesto, botellas de agua, cámara de fotos, de video, chaleco anudado en la cintura, mochila a ser posible mala y hortera, y una insufrible habilidad para ponerse en medio de todo y taponar todos los caminos.

El turista.

La pesadilla de cualquier persona que llegue tarde al trabajo y se vea obligado a sortearlos en su marcha de velocidad-caracol-con-cayos-y-cojera ocupando, eso sí, toda la acera, discutiendo sobre cuál es la próxima cosa que han de ver, consultando el callejero deteniéndose abruptamente ahí en medio, o mientras hacen la pertinente foto que la guía les indica utilizando la inevitable aparatosa cámara que apenas saben manejar.

El turista.

Aquel que visita monumentos y rincones que ni siquiera el día de ayer sabían que existían, y que los contempla o con la misma indiferencia con la que una vaca observaría el Guernica o los disfruta con la misma boca abierta que se te queda cuando contemplas por primera vez el mar.

El turista

Está el “aplicado”,  que se ha estudiado tres guías y dice conocer precisamente los sitios donde los turistas no van; el “zombie”, el que se deja guiar y le importa un pepino a dónde le lleven; tienes al “postales” que le echa fotos hasta a los cagadas de las palomas; está el “souvenirs” que hallarás allá donde haya una tienda con llaveros, magnéticos y abrebotellas horteras; te toparás con el “preguntón” aquél que no tuerce en una calle hasta cerciorarse tres veces interrogando a los paisanos si el itinerario es el correcto; no nos podemos olvidar del “contable” ese que ni por casualidad deja de apuntar como si de un Bárcenas se tratase hasta el más mínimo gasto quejándose de lo caro que es todo; luego tenemos al “¿para qué me traéis aquí?” que es el que siempre está objetando las decisiones del “aplicado”; uno de los más divertidos es el “no es para tanto” que se tira todo el viaje haciendo analogías con los monumentos de su ciudad, pueblo, barrio, calle y casa, ese que proclama que la Iglesia San Sebastián no le tiene nada que envidiar a la Catedral de Westminster; al “prisas” lo identificaréis porque es como un perro pastor cuyo cometido consiste en que el ganado de turistas vea el mayor número posible de monumentos por hora, “el mochilero” en cuya religión la ducha diaria es pecado, y como colofón “el payaso”, ese que le gusta mesurar los huevos de toda estatua ecuestre de bronce con la que se tope. Estos y muchos otros más que no ha lugar a enumerar, puros o combinados, constituyen la tipología del turista; y a pesar de sus diferencias, todos tienen una cosa en común, como dirían por aquí, son un “pain in the arse”.

Un puñetero dolor en el culo para que nos entendamos.

No hay remedio contra ellos, ni vacunas, ni analgésicos. Yo los sufro todo el año, pero en verano se vuelven peculiarmente numerosos y pertinaces. Y ahí ando sorteándoles, evitando los lugares donde se congregan, porque es que Londres es la ciudad donde está plaga encuentra su regocijo, siendo el lugar más visitado del mundo con la friolera de casi 17 millones, 17 millones de mochilas horteras, 17 millones de tipos entorpeciendo las aceras y 17 millones de veces que yo los podría observar, así, con detenimiento y hacerme la misma pregunta otras 17 millones de veces...

¿haré yo lo mismo cuando viajo fuera?

Y para contestar a esa pregunta no puedo sino acudir a las famosas tres negaciones del Andaluz, esa que tanto echo de menos escuchar, que tanto ronda por el pueblo.

No ni ná. 

Y ahora dime... ¿qué clases de turista eres tú?

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