Opinión - 15/02/2013
"Un cuento de terror". Álvaro Plaza
Autor:
Álvaro Plaza

Cuando era un renacuajo quería ser juez, no sé de donde sacaría aquello y supongo que cuando me di cuenta que lo de ser juez no era tan épico como lo del Rey Salomón pues se me quitó la tontería. Luego me decidí por ser director de cine. Así tal y como suena. Ganar un Oscar y toda la película, nunca mejor dicho. Y esa veleidad también se escapó por la ventana, por la ventana de un aula, donde conocí a Paco.

Andaba yo pululando por los pasillos del Cristobal de Monroy, mi instituto, en la era B.U.P. Tenía los pelos largos, pantalones rotos, camisetas de grupos grunge y contaba con dieciséis años. Mi primera novia, mi primeras cervezas, mi primer todo, qué os voy a contar. Estaba en tercero, un tiempo donde se podía fumar en los pasillos, cosa que ahora se me antoja como algo del pleistoceno y allí que entró aquel tipo jovial, con bigote, abriendo la puerta de par en par.

Era el profe de una asignatura que ya por su mismo nombre infundía terror o tedio. Filosofía.

¿Qué demonios era eso de la filosofía?

Y Paco se tiró aquel año intentando hacérnosla comprender. Tenía carisma y aquello ayudaba. Era uno de esos profesores que gustan, desde el primer contacto y rápidamente se hizo con nosotros. Nos enseño cosas como “la sospecha” el no fiarnos de lo primero, la “crítica” el cómo poner en tela de juicio nuestros alrededores y ser capaces de ver más allá de las apariencias. Era un gran orador y nos mandaba trabajos en los que desarrollar nuestras propias ideas y sobretodo era un auténtico incordio cuando en clase conseguía que evaluaras las premisas de tus juicios con una batería de preguntas que te obligaban a pensar.

Esa es la palabra: pensar.

Y Paco fue el artífice de que me decidiera a estudiar Filosofía en la Universidad. Luego, en C.O.U. tuve a un profesor nefasto, que claramente no se le daba bien eso de transmitir, y que tenía serios problemas para conseguir la atención de su alumnado. No digo que el hombre no le pusiera empeño, digo que no estaba capacitado o no lo suficientemente formado, no en cuanto a sus conocimientos en historia de la filosofía -materia que impartía- que por entonces me era imposible juzgar, sino en sus artes como pedagogo. Falté a casi todas las clases ese año y cuando allí andaba desconectaba garabateando cosas en mi cuaderno. No quería que el aprecio, casi amor, que había adquirido por la filosofía se fuera por el retrete. 

Y luego fui a la Universidad pero ese ya es otro cuento.

Con la filosofía no me gano la vida, no creo que a través de ella jamás alcance lo que hoy se tiene por éxito social, que no es más que éxito económico. No tengo ni creo que tenga nunca un BMV en la puerta, un chalet en la playa, un ático en New York, ni me pueda permitir viajes a rincones paradisíacos para encerrarme en un hotel de cinco estrellas. Pero esos cinco años de Filosofía me han ayudado a formarme como ser humano y el éxito he ido a cocinarlo con otros ingredientes. Pero ese es también otro cuento.

La LOMCE o la Ley Orgánica de Mejora de la Comunidad Educativa es del cuento del que quiero hablar. Y se me antoja como un cuento de terror. Por que con la “mejora” a la Filosofía se le hace un lifting dejándola tiesa y a las clásicas, griego y latín, de las que blasfemé lo mío mientras las estudiaba, se las deja tan a dieta que casi no quedan ni los huesos par hacer un buen puchero. La LOMCE esquilma lo que siempre se han venido a llamar “Humanidades” y debido a que en su tiempo estudié filosofía, el resorte de la sospecha salta y me pregunto ¿Por qué?

La educación es el futuro y el modelo de educación que tengamos es el modelo de futuro que queremos tener. No creo que esta afirmación sea muy controvertida.No hay que ser un lumbreras para ver que el sistema educativo en España no funciona y seguramente el problema sea sistémico.  Desde las exiguas partidas presupuestarias que se le dedican y que ya de entrada nos da a entender qué poco importa a nuestra clase política el futuro, hasta la formación del profesorado o el método vigente para el acceso al trabajo en la enseñanza pública y todos los etcéteras que queramos poner. Incluso me atrevería a afirmar que los que habría que cuestionar es incluso el modelo de enseñanza, el cómo se enseña y si el actual modelo de escuela, instituto y universidad es aún válido.

Y ahora este cuento de terror, con ecos orwelianos, donde en su novela 1984 describía la “no-lengua” como una disciplina gubernamental para restar a los ciudadanos su capacidades intelectuales. La “no-lengua” no es más que el resumen de la lengua, si tenemos el concepto “bajo” por qué utilizar “alto” cuando “no-bajo” nos da la misma función. Esta era su lógica atroz. Cuanto menos palabras usemos y menos conozcamos, menos capacidad para pensar, reflexionar, evaluar, criticar... El gobierno en esa excepcional novela utilizaba la “no-lengua” como una herramienta más entre otras para mantener al pueblo domesticado, anestesiado. Porque un pueblo, un ciudadano, que no piensa es un ciudadano más fácil de gobernar.

Salvadas las distancias, que gracias a Dios las hay, mutilar las humanidades en la educación se me antoja que acusa de la misma lógica atroz que Orwel describió en “1984” que no es otra que robarnos la capacidad de pensar. Y pensando menos, mejor dominados. Así quizás en un futuro les toquemos menos las pelotas cuando digan que la educación se privatiza, o que la sanidad se la pague el que tenga dinero o que me cojo unos sobres por aquí y tonto el último, para que al final ellos, los que mandan, desde las cimas del poder, nos sigan viendo como siempre nos vieron, un enjambre de hormigas a las que controlar y de las que servirse. 

¿Es o no es un cuento de terror?

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