Opinión - 11/01/2013
"Buenos días, buenas tardes, buenas noches". Álvaro Plaza
Autor:
Álvaro Plaza

Abro la puerta del edificio donde vivo, mi apartamento está justo al final de corredor de entrada. El suelo es un ajedrez de rombos pardos y beiges, los muros azules y celestes. Una gran lámpara de cuentas de cristal cuelga en el techo. Andando unos pasos a la izquierda un ascensor y a la derecha las escaleras para aquellos a los que les de miedo el ascensor o para los que quieran hacer algo de ejercicio gratuito. A un par de metros más allá mi puerta. Me cruzo con una mujer, mediana edad, asiática, yo giro la llave en la cerradura ella sigue camino hacia afuera. No tengo ni idea de quién es, y apuesta a que ella tampoco sabe nada de mí. Somos completos desconocidos. No nos decimos ni una palabra.

Desde que tengo memoria cada Enero, en Alcalá y luego en Londres, he roto mis propósitos de año nuevo, este año he decidido adoptar una estrategia más sencilla. No, este año no voy a dejar de fumar. Porque el uno de Enero me levantaba de mi cama y al quinto café que me tomaba en el Santa Susana o al tercer cubata en el Resbalón ahí que iba yo directo a romper mi propósito de cada año. A estas fechas ya hacía muchos días que me había fallado a mí mismo. 

Este año me he concentrado en algo mucho más simple, algo tan habitual para un alcalareño como decir buenos días, buenas tardes o buenas noches -según proceda- cuando toque, o cuando tocara si estuviera en Alcalá.

Y es que aquí las normas de cortesía entre desconocidos están absolutamente abolidas. Te subes en un autobús, te cruzas con un vecino, vas a comprar un poco de pan, un paquete de cigarros de liar, una cerveza y o no dices nada o vas directamente al grano, la mínima educación entre dos iguales es algo que ha quedado en los libros de historia y lo peor de todo es que yo estaba tan acostumbrado que ha tenido que venir otro alcalareño de visita para señalármelo.

No creo que sea un asunto cultural, observando la exquisita educación de los ingleses, yo creo que obedece más a la vida en una gran ciudad con tanta peña y de tan dispares lugares de procedencia. En una gran urbe todo se acelera, no se puede perder el tiempo con migajas, la eficiencia es una regla de supervivencia y de lo prescindible se prescinde... y el buenos días de cortesía es una de esas migajas que ha desaparecido por las alcantarillas del progreso urbano.

Y como alcalareño esto me parece insensato, porque de algún modo nos deshumaniza, o centrándolo en mí mismo, me deshumanizaba. Al decirle a alguien al que no conoces cuando te cruzas con él en el rellano “buenos días” le estás diciendo: ey titi, que sé que estás aquí, que reconozco que eres un tipo como yo, que soy sensible a tu existencia y que te deseo que tengas una buena mañana, una buena tarde o una buena noche, no más, no menos; y poniéndonos místicos ese pequeño y frágil lazo que nos conecta por unos breves segundos nos reconforta y nos reconcilia con nuestra mismidad, a saber, que somos dos entes de la misma especie, con más o menos los mismos problemas y alegrías, que sonreímos cuando sale el sol y nos toca los huevos tanta lluvia. Al saludarnos nos reconocemos y al reconocernos de alguna manera nos sentimos menos solos y al sentirnos menos solos nos hacemos más humanos. O algo así.

Y ya llevo varios días con mi propósito a cuestas, diciendo buenos días, buenas tardes y buenas noches a diestro y siniestro. Los chóferes de autobús me miran como si algún mal indeterminado estuviera atacando mi cordura, agradecidos porque un cristal antibalas nos separe, ninguno aún ha contestado. En las tiendas y cafeterías la cosa está chupada, se deben al cliente y responden incluso con una sonrisa. En el edificio donde vivo la cosa está empezando a dar sus frutos. Un par de vecinos a los que empecé yo saludando incluso ahora se me han adelantado y ya es verme y soltarme un “Good morning or afternoon or evenight” de rigor. A la chica que viene a limpiar por la mañana, polaca si he captado su acento, ya no se le hace extraño que nos saludemos. En cambio otros es decirlo y aceleran el paso, sea saliendo por la puerta a la calle o por las escaleras; a los que esperan el ascensor los tengo acorralados y no tienen más opción que contestar, aunque un par de ellos se han quedado de piedra sin decir palabra y la situación ha sido un poco tensa.

Todavía no me he vuelto a cruzar con aquella mujer asiática de mediana edad de la que sigo sin saber nada. Pero en cuanto me la cruce, no lo dudéis, porque no voy a desistir, éste es mi propósito para el 2013, y este año voy a cumplirlo.   

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