Opinión - 20/12/2012
"Navidades". Álvaro Plaza
Autor:
Álvaro Plaza
Belén de la iglesia de Saint Martin's in the field en Trafalgar square en Londres. Foto: Álvaro Plaza.

Otro año más, otras Navidades, turrón que nunca acabaremos, mariscos, anís, polvorones, villancicos, las uvas, castigar el hígado, un belén viviente, un caramelazo en la oreja o en la gafas, la lotería que nunca toca, lentejas, empapelar los regalos, comprarlos a última hora -la colonia nunca falla-, cava, champagne o sidra, burbujas vamos; no saber cuando dejar de decir “feliz año nuevo”, esa maldita bola del árbol que siempre anda rodando por lo suelos y que en cuanto la devuelves a su sitio de nuevo se vuelve a caer, quejarte de la cola para entrar a beber un cubata el treinta y uno prometiéndote que nunca más jamás; la tabla por fin vestida con un jamón, evitar una multa por exceso de velocidad esgrimiendo el poderosísimo argumento: “Coño, que es Navidad”, propósitos de año nuevo que ya de antemano los sabemos fracasados, estar una chispa más contento, y rodearte de los que te quieren.

Otro año más, otras Navidades.

Yo siempre he sido uno de esos snobs que han defendido que las Navidades están sobrevaloradas, que aquellos que algunos llaman espíritu navideño no es más que la guinda de una desfachatez hipócrita; lo racional sería que ese sentimiento de acaso existir nos guiase durante todo el año, con la parafernalia del compartir, de ser mejor persona, de la esperanza, de pensar en los que tienen menos. Las Navidades son un derroche de consumismo adornado de colores llamativos y soy de los que han pregonado incluso a los que no tienen ganas de escuchar, que esa orgía de tradiciones todas juntas y apegotonás que le dejan a uno zombi y con el cuerpo maltrecho por varios días carece de toda lógica.

Y en realidad no ha cambiado ni un ápice mi opinión.

Todas las navidades las encaro con la indiferencia de un extraterrestre y creo que desde que descubrí aquello que mata la infancia, es decir, que los padres son los que regalan, no he vuelto a vivir unas Navidades como dios manda.

Pero este año ocurre algo especial que hasta hace muy poco no había caído, y es que van a ser las primeras en las que no voy a pasar ni un minuto en mi pueblo. El Enero pasado llegué demasiado tarde, algunos compañeros ya habían completado el cupo de vacaciones que mi empresa puede validar simultáneamente; así que me crucé de hombros y me dije algo como “qué se le va a hacer” sin darle mayor importancia. Eso fue once meses atrás. Ahora la fecha se acera y no tengo billete de Ryanair que imprimir.

Y este pequeño detalle que casi se me había pasado inadvertido está inculcando una serie de sentimientos contradictorios, especialmente si cada vez que abres el facebook ves a los colegas anunciando a bombo y platillo una cena aquí, unas copas allá, una celebración en no sé donde e incluso este año una reunión de antiguos alumnos del colegio y mientras yo aquí, en la ciudad de las nubes perpetuas.

Y aquí la gente pues hace lo mismo, con sus pequeñas diferencias, como que el veinticuatro se cena fuera, los regalos los trae el tipo gordo que también les está comiendo el terreno a los reyes magos, se hacen concursos a ver quién lleva el jersey más navideño a la oficina, y lo de las tarjetas es un mandamiento divino, ayer mismo recibí una del administrador del edificio donde vivo, tipo al que por cierto jamás he visto y tiendo a pensar que es mutuo; pero ahí está la tarjeta, un muñeco de nieve vestido del tipo gordo que le está comiendo el terreno a los reyes magos.

Navidades, sí, básicamente lo mismo, pero sin ser lo mismo. Y a pesar de todas mis suspicacias hacia estas fechas, va a ser rematadamente extraño no tener mis pies al menos un par de días en casa, ni abrazar al puñado de amigos, ni darle la tabarra al viejo para que corte más jamón y bueno todas las cosas que hacen a las Navidades ser lo que son.

Así que a ustedes, los del pueblo que están en el pueblo, brinden, coman y regálense y sobre todo  disfruten, por ustedes, los suyos, y por todos los Alcalareños que están fuera. 

Y sí, no ha cambiado mi opinión, la Navidad apesta, pero joder cómo la voy a echar de menos este año.

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