Opinión - 04/11/2013
"La crisis de las salas de cine". Álvaro Plaza
Autor:
Álvaro Plaza

Un vaporoso recuerdo teñido de dulzura asalta mi memoria de tanto en tanto. Estoy en un teatro, de los antiguos, de esos que se llaman Lope de Vega o Calderón o Cervantes, con su gallinero repleto de butacas y rodeado de palcos. Soy un niño y estoy viendo los Goonies. Es el estreno. Es Valladolid en uno de los tantos veranos a los que íbamos a visitar a la familia.

Es mi primer recuerdo cinematográfico, y aunque no del todo nítido, lo guardo con mimo. Y el cine es un colega con el que nunca he dejado de intimar. Cines de verano, multisalas, vhs, dvd y ahora la era de internet. Pero nada como encerrarse en una sala oscura y grande y dejarse embaucar por la imaginación y el oficio de otros.

Tuve la inocente ilusión de dedicarme a ello, cuando era un adolescente proclamaba que quería ser director de cine aunque luego me reciclara como guionista. Estudiando y escribiendo para ello. Y quién sabe, la falta de talento, o de tenacidad o una industria andaluza de amiguismos y podredumbre me acabaron desviando del camino.

Y mientras me iba desviando seguía siendo no obstante un espectador voraz a la par que conducía un programa de cine en la radio local, Radio Guadaíra, que heredé de aquellos pioneros que montaron un cineclub para divulgar obras maestras del 7º arte en el pueblo. Javier y Coque se fueron a buscar las habichuelas a otra parte y ahí quedé yo, los domingos por la noche, hasta que los hijos pródigos regresaron y reclutamos sangre fresca con Marta y Mariano. No teníamos mucha audiencia pero nos lo pasábamos de lujo, imprimiendo ese rocambolesco sello que consistía en criticar los estrenos sin haberlos vistos. Y no es que no se vieran por desidia, sino por presupuesto y falta de tiempo; y con esa flaqueza alimentamos nuestra identidad. Era algo divertido y surrealista, en definitiva una caterva de amigos y amantes del cine que se reunían para hablar de aquello que amaban.

En esas que abrieron las multisalas de los Alcores y del Alcalá Plaza, para estas últimas teníamos pases gratis para lunes y martes si no recuerdo mal. Nunca acabaron de despegar y al poco cerraron; antes del sopapo la crisis. Pero por un tiempo cada lunes o martes tenía una sala de cine para mi solo, como si fuera el salón de casa, gratis, para ver la película que quisiera y creo que casi inconscientemente deseaba que se mantuvieran así medio en quiebra para evitar a los niñatos, a las molestas ruidosas palomitas y a las familias coñazo mientras yo disfrutaba de una comedia, un drama o una de tiros.

El cine, como todo, también está en crisis. Ya no hablo del cine español. Ese feto mal parido, siempre agónico, al quien no hay dios que de con la tecla para que la cosa funcione, ya sea financieramente o porque se produjeran tantas pequeñas joyas que no tuviéramos otra opción que soportar sus números rojos. Si el cine patrio pariera una docena de “Solas” cada temporada, el despilfarro de dinero público se vería con otros ojos. Y digo despilfarro porque tras años y años y años de subvenciones, ninguna industria ha arraigado, que es lo que supongo yo sería la meta a la que una política cabal destinaría tantos fondos durante tantos lustros. (entendiendo “industria” como un sector que no necesitara de continuas transfusiones a modo subvención para existir)

Hablo de la crisis a la asistencia de las salas. Llevo ya un tiempo oyendo el run run, la queja y el escándalo de que ya no vamos al cine, de que los cines cierran y todo el percal. Se le echa la culpa a todo, a la piratería, a un cambio sociológico, a la industria del videojuego, a que el sol ya no sale por Antequera. Los usuarios de la sala, el público, se queja de que la falta de afluencia se debe mayoritariamente al descalabrado aumento de los precios, más aún en época de vacas flacas, de las entradas.

Y el otro día leo en un periódico de tirada nacional que debido a la “Fiesta del Cine”, en la que 3000 salas en el territorio español pusieron los tickets a 2,90 euros, nada más que el lunes vendieron un 550% más que la media de entradas que venden los lunes.

Una bonita cifra. Un exitazo.

Y ese dato a venido alimentando una polémica en los medios. ¿Qué hacer? Mantener los precios casi abusivos que sobrepasan a veces hasta los 10 euros o bajarlos con la esperanza de reclutar muchos más espectadores. Claramente estamos ante un problema de fijación de precio. Optar por un precio alto que te asegure un gran margen de beneficio por entrada o un precio bajo con poco margen y la esperanza de venderlas como churros.

El problema de poner un precio muy elevado es el riesgo de espantar a los espectadores, el problema del precio barato es el riesgo de no persuadir a los suficientes.

Un problema tan antiguo como lo es el mismo comercio.

Y en esa dicotomía cada exhibidora plantea la batalla por su cuenta. Parking gratis con la entrada, día de la pareja, del espectador, un refresco gratis, un cupón descuento para que el del semáforo te limpie los cristales. Y nada acaba de funcionar.

Y por qué no se juntan las exhibidoras y plantean soluciones imaginativas. Porque no sacan una tarjeta universal del espectador fiel, y que a cada cinco entradas de precio abusivo de 10 euros, te hagas con una gratis y que la misma se pueda utilizar en cada una de las salas de España. O a cada tres, o siete o diez. Que lo miren, que pongan unas cuantas mentes a pensar, hagan estudios de mercado. A bote pronto uno podrá decir que sería inimaginable que ese acuerdo existiese porque cómo controlar donde se “gastan” las entradas gratis. Pues muy fácil, se hace una especie de “caja” ficticia y a los cines que acaparen más entradas gratuitas se les compensa con los que menos aporten. Con esa tarjeta de fidelidad rebajas los precios de las entradas pero asegurándote que el espectador haya pagado unas cuantas previamente, con lo que solventas el problema de que al rebajar los precios quizás no consiguieras el número de espectadores necesarios para que la operación fuera rentable.

Estamos en la era de las comunicaciones, tejan redes entre ustedes, exhibidoras.

Otra alternativa que ha puesto en marcha una empresa de aquí de Londres “Cineworld” es la del bono anual. Un bono que oscila entre las 15 a las 18 libras mensuales para ver cualquier película en cualquiera de sus cines, sin ninguna restricción o letra pequeña. Con los precios londinenses si ya vas un mes dos veces la amortizas.

Y estas son un par de posibles soluciones que se le ocurren a un pringao que está bebiendo un earl grey mientras escribe. No estaría mal que las empresas de Union Cine Ciudad o CineSur (esta última la que lleva los cines de los Alcores que ya tiene una oferta de “cine a 5 euros”) se unieran para atraer a más público a su salas.

Y es que a uno se le queda la sensación que muchas veces el problema de la crisis es también el problema de nuestra falta de audacia, el de seguir anclados en sistemas casi decimonónicos y esa caricatura de empresarios que se reúnen en polvorientas cámaras de comercio a fumar cohibas, quejándose sólo de los impuestos y del IVA.

Cuesta mucho deshacerse de viejas costumbres, adaptarse a lo nuevo, atisbar a creer que lo diferente pueda de verdad funcionar. Nos pasa a cada uno de nosotros, pero ustedes emprendedores son los que de verdad entienden el concepto de riesgo y por eso cuentan con la admiración de un servidor. Pero habrá también que exigirles que se pongan las pilas; que atisben por donde van los nuevos vientos. Es hora de ver este cambio de era, un tiempo que exige nuevos retos.

Audacia, imaginación, constancia, riesgo y mucha paciencia. El ciudadano, y el empresario, el espectador y el exhibidor. Porque todos tenemos que poner nuestro granito de arena para intentar que esta película, por fin, tenga un final feliz.

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