Opinión - 17/04/2015
"Asiático XXIV". Paco Pérez
Autor:
Francisco Pérez Caballero
"La luz vence tinieblas por campiñas lejanas / el aire huele a pan nuevo / el pueblo se despereza / ha llegado la mañana". Tela.

 

Allá por los años noventa yo tenía en mente irme a vivir una temporada a algún pueblo que estuviera en el Círculo Polar Ártico, quería vivir en primera persona cómo eran los seis meses de día y los seis meses de noche, pero al final no lo hice, lo más al norte que llegué fue a Växjö, ni siquiera a la altura de Estocolmo, me quedé a mil quinientos kilómetros del paralelo sesenta y seis, que es donde comienza oficialmente el Círculo Polar Ártico.

No sé si la comparación con el helado norte es posible, pero ahora que vivo en Guangzhou donde casi nunca se ve el sol, me hago una idea de lo que es vivir en tinieblas durante mucho tiempo seguido. Mis hijos, los pobres, cuando un día sale aquí el sol y damos un paseo por el parque, tardan media hora en acostumbrarse y se la pasan restregándose los ojos. Nosotros les decimos, ¡pero si vosotros sois andaluces!, el sol no os puede molestar. Pobres, a mí también me molesta un rato cuando sale, algo impensable viviendo en Alcalá, donde no debe haber más de treinta días al año sin sol.

Ya me he acostumbrado, pero al principio realmente me afectaba al humor. Los días nublados, es decir, casi todos, los vivía con normalidad, una gris normalidad, pero cuando salía el sol me ponía contento de veras, contento como para comerme el mundo, como para acabar todo el trabajo atrasado y como para irme a una terracita a beberme un cervezón bien frío. Ah, que tampoco hay terracitas. Bueno, unas pocas, como los días soleados.

Cuando me quejo de las cosas de aquí, me acuerdo de aquel relato de la radio divertidísimo del argentino que se va a vivir a Toronto, encantado al principio y tan harto al tiempo de estar allí que está deseando volverse a su Argentina querida. No es mi caso, yo sigo queriendo estar aquí y me sigue encantando España, no son sentimientos enfrentados, conviven perfectamente en mi interior. Esta mañana estaba fregando los platos y me he puesto la radio en el iPad exactamente de la misma forma que lo hace mi madre cuando friega allá en Alcalá. Primero me he puesto Kiss FM, que tiene aplicación para el iPad, pero se cortaba tanto que me he cambiado a Radio Nacional y al final a Radio 3, siempre acabo en Radio 3, escuchando las frikadas que se les ocurre radiar. Me he reído, la verdad es que me he reído, hablaban de un grupo de teatro y otras artes llamado Bosco. Gente divertida. Mientras fregaba en mi cocina de Guangzhou, mirando por la ventana el tráfico de Linjiang Dadao, el río al fondo y la gigantesca Canton Tower (los edificios que se ven en la foto tienen treinta plantas), escuchaba una emisora española a diez mil kilómetros de distancia. Y no tenía más sensación de lejanía que cuando la escucho en mi casa de Mairena. Hablaban de que mañana van a actuar en Murcia, y mientras yo ponía los platos a escurrir en el escurreplatos pensaba, no voy a poder ir, exactamente igual que si estuviera sólo a quinientos kilómetros en vez de a diez mil.

Cuando la Tierra no estaba aún cableada, las distancias eran un factor para casi todo, ahora ya no lo son para casi nada, al menos estas distancias mundanas de veinte mil kilómetros para acá, veinte mil kilómetros para allá. Ese relevo lo han tomado ahora distancias más grandes, como la que hay a la órbita donde están las estaciones espaciales, la que hay a la Luna o al planeta habitado más cercano. Si consigues ir a uno de esos sitios, no te digo mañana mismo porque no se puede, pero dentro de unos años, los que sean, entonces sí que tendrás la oportunidad de sentir lo que sentíamos cuando no estábamos interconectados con todos y la distancia que había desde la calle Juan Ramón Jiménez a Duquesa de Talavera era enorme. La calle Silos era la más larga que conocíamos. Una vez me perdí yendo a casa de mi amiga Rocío (Rocío, te echo de menos, que lo sepas) que vivía en Duquesa de Talavera, mi hermano y yo andábamos y andábamos la calle Silos pero nunca llegaba la curva del final donde teníamos que torcer a la derecha. Al final nos volvimos a casa y mi padre nos llevó en coche. Era tan sencillo en coche que no nos explicábamos cómo no habíamos podido reproducirlo andando.

De niño y de no tan niño siempre quise ser astronauta y aunque no lo conseguí, esa intención de ir lejos, lejos se me quedó instalada y cada vez que me mudo lo hago un poco más al Este. A este paso, y siendo que la tierra es redonda, acabaré en Chiclana dentro de unos años. Lo cual no está nada mal.

 

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