Opinión - 16/10/2015
"Asiático XXVI". Paco Pérez
Autor:
Francisco Pérez Caballero
Paco Pérez con varios amigos de Bangladesh

Salgo de paseo, veo a los alcalareños y me acuerdo de mis chinos de China. Los veo y los conozco, sé cómo son sus vidas. Veo la montura de las gafas de una chica y la oigo hablar y sé qué ha estudiado, o qué no, veo la mandíbula cuadrada de un fortachón vestido con bermudas y un polo de confección cara y me imagino el gran coche que tiene aparcado cerca. Sé que ellos saben que hay una Virgen del Águila, unos familiares a los que quieren y otros a los que detestan, una A-92, un trabajar en la Junta, un a ver si pillo ese piso que están dando… Un infinito etcétera que nos conforma como somos y ni siquiera nos damos cuenta. Si yo me doy cuenta es porque voy y vengo y las diferencias se hacen tan patentes como cuando vuelves a casa y han cambiado los muebles de sitio.

Las mujeres españolas, que miran con envidia a las que son más guapas, más altas, mejor vestidas, mejor acompañadas, miran de reojo, pero como yo estoy en plan observador, las veo, veo que hacen eso. Las chinas, tan introvertidas la gran mayoría… Hablo de China porque ahora vivo en Guangzhou, pero cuando vivía en Dhaka, Bangladesh, las mujeres de allí también tenían, y tienen, otro carácter completamente distinto, de las que se tapan la boca para reír y miran al suelo azoradas. Tan dulces los bangladeshis (perdóname RAE, pero llevo demasiados años viviendo allí para decir bangladesíes). Mujeres musulmanas, muy sumisas en público, como les enseña su cultura.

Lo que quiero decir es que a los alcalareños los conozco profundamente. Con cualquier ínfimo detalle sé muchas de las cosas que hay detrás, porque he vivido casi toda la vida en Alcalá y a los chinos no los conozco tanto como me gustaría. Me doy perfecta cuenta de dónde está esa frontera que aún no he cruzado por completo, la frontera en la que convertirme en uno de ellos. En Bangladesh lo tenía conseguido, hablaba bien el idioma, lo escribía, había mimetizado todos los gestos de la comunicación cotidiana, inclinar la cabeza a un lado para decir "bueno, venga, vamos a intentarlo (tikaché)", mostrar súbitamente las palmas de la mano hacia arriba para demostrar perplejidad, interrogación, agarrarse los lóbulos de las orejas para demostrar vergüenza o azoramiento… Y había estado con ellos en la circuncisión de sus hijos, en el sacrificio de las vacas del Korbanir EID (que por cierto es en un par de semanas), en sus carreteras, sus monzones, sus ferries a punto de naufragar, sus cortes de electricidad y sus fiestas-cena, porque ellos no hacen fiestas para bailar sino para comer… Habiendo vivido todo ese universo ya sí conocía a los bangladeshis, ya sí los conozco. No tanto como a los alcalareños, pero muchísimo más que a los chinos.

Con los chinos aún no he cruzado esas fronteras. He ido a comer con ellos, de excursión con ellos, he viajado mucho con ellos, he compartido aglomeraciones, discusiones en la calle, respeto y cuidado de los ancianos, por supuesto he trabajado muchísimo con ellos, de hecho es lo que más he compartido con ellos, pero aún no he vivido en sus casas, no he estado en sus pueblos de origen (sólo un par de veces quizá he rozado esa intimidad, ese acercamiento), no he estado en sus bodas ni en sus funerales… Por todas estas ausencias aún no los conozco profundamente, que es como me gusta conocer: inmerso.

Pero lo voy a conseguir, ya lo creo, es cuestión de tiempo.

 

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