Opinión - 21/10/2013
"Asiático XIV". Paco Pérez
Autor:
Francisco Pérez Caballero
La calle 111

Una vez escribí sobre llegar a los sitios nuevos, sobre las posibilidades inimaginables que me inspiraban. ¿Por qué es exótico Bangladesh para un alcalareño y por qué es exótica Tarifa para un bangladeshi? Por el mismo motivo: porque no saben lo que les deparan. Ante lo desconocido, todo promete.

Una esquina blanca encalada puede ser la que dobles mil veces en los próximos meses si consigues quedarte a vivir allí. Un árbol frente a la puerta de un cajero automático puede hacerte reflexionar un día sobre la vida de verdad y la vida de mentira, citando una entrada del blog del tres de febrero de dos mil once: "Esta mañana estaba esperando en la cola del cajero automático. Justo enfrente de mí, a menos de un metro, había un árbol, y lo he observado detenidamente durante los diez minutos que he estado esperando. Ese árbol tenía una vida de verdad. Una araña pequeña salía y entraba de las grietas de la corteza resquebrajada. Durante todas las veces que empleo el tiempo necesario para observar el mundo, la vida es de verdad. El resto del tiempo es mentira."

Juan José Millás habla de algo parecido en su libro El Mundo.

Ahora mismo estoy en China, pero hace unos días estaba entre Mairena del Alcor y Alcalá de Guadaíra, conduciendo por ese polígono renovado que antes era todo cantera de albero y ahora tiene rotondas y carretera doble bien asfaltada. Polysol. Era por la mañana temprano, el sol a punto de salir por la Pablo de Olavide, el cielo violeta y naranja. Se veían las luces de Sevilla todavía encendidas y, sorprendentemente, aunque no se veía el puente del Alamillo, me acordé de la sensación que tuve la tarde antes cuando lo crucé para entrar en Sevilla. Me acordé porque era la misma sensación de ese momento del amanecer: el puente del Alamillo era exótico, el polígono Polysol también.

Hay una forma de mirar el mundo que lo hace exótico, que lo dota de una realidad que podemos observar con absoluta maravilla, porque nos hace conscientes de lo que desconocemos de él, de lo que está por descubrir. Como si fueras un turista pasmado ante Wat Pho, el buda reclinado de cuarenta y tres metros de largo, quince de alto y recubierto de papel de oro en el centro de Bangkok.

Todo es culpa del cerebro. De la necesidad de hacer suposiciones para permitir que nos movamos con agilidad en el mundo. El cerebro supone. El noventa y nueve por ciento del tiempo que vivimos nuestra vida rutinaria el cerebro supone todo lo que ve y todo lo que oye. Eso nos permite movernos con la seguridad de estar en un entorno conocido. Eso mata la capacidad de sorpresa. Eso es justo lo contrario de lo que le pasa al turista que llega por primera vez a un sitio desconocido. En ese caso el cerebro no puede suponer casi nada, todo está por descubrir, et voilà!, de pronto ese sitio, mundano y rutinario para los habitantes locales, es un sitio exótico para alguien que no lo conoce.

Repito: Durante todas las veces que empleo el tiempo necesario para observar el mundo, la vida es de verdad. El resto del tiempo es mentira.

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