Opinión - 11/02/2014
"Confianza". Álvaro Plaza
Autor:
Álvaro Plaza

Este es un artículo que va dirigido especialmente a las chicas de mi pueblo, a las madres, a las solteras, a las adolescentes, a las abuelas, a las currantas, a las paradas y a las amas de casa. A la mujer en definitiva y a su futuro.

El tema parece que se ha escondido un poco en el fondo del armario, no sólo debido a las reacciones internacionales que han puesto a España de nuevo en la picota, trenes de la libertad aparte, sino porque el mismo PP ha decidido aparcarlo por ahora en la nevera, aunque no lo admitiría jamás.

La controvertida nueva ley del aborto promovida por el Alberto Ruiz Gallardón y su equipo, por casualidad todos del género masculino, han copado varias días las portadas.

Un viejo cuento: hombres decidiendo por mujeres. 

En el tema de la procreación hay un obvio conflicto de intereses entre el derecho de la mujer a decidir y el derecho de un nonato a la vida, y a cualquier mujer le interesaría estar en esa foto donde se estaba decidiendo su grado de autonomía, su libertad. Puede que a algunas no, por desgana o aburrimiento, porque este no es sólo un conflicto nuevo, es además un conflicto de muy difícil resolución.

Voy a dejar de lado los argumentos idiotas del tipo “algunas utilizan el aborto como medida anticonceptiva”. Lo dicen casi con júbilo y parece que en el fondo les gustaría decir : ¡frescas más que frescas, que luego no queréis apechugar! Abortar es un trauma, en mayor o menor medida. Es una melladura en el alma, cuando no una herida abierta que nunca dejará de sangrar, hay que ser rematadamente obtuso para no ver esto.

Gallardón se le ha secado la garganta con esa de la defensa del derecho a la vida. Intentando conferirle un estatus de derecho más primordial. ¿Pero qué vida? Yo acabo de ser padre y me cuesta mucho imaginar cómo afrontar la titánica empresa de tener un hijo, criarlo y educarlo, dejando de ser el protagonista de tu vida y afrontarlo sin lo más primordial: la voluntad misma de ser padre. Implícito está la convicción que con el tiempo lo acabas queriendo. Claro, como todos esos dueños y dueñas de perros que los abandonan porque se cansan de ellos. Un hijo no es tan fácil abandonarlo pero si muy fácil desatenderlo.  

No quieres tener un hijo. Juzgar los motivos de esa decisión es harina de otro costal. Vidas bellas y bienvividas han salido de los peores agujeros, pero las matemática te dirían que tener un hijo sin las mínimas condiciones y la más primordial de todas, querer tenerlo, no es una buena apuesta.  Luego, eso sí, la vidas son valiosas todas, por igual, al momento de nacer. En eso creo que Gallardón y yo estaríamos de acuerdo. En lo que no parece que estemos tan de acuerdo es en su valor después de ese primer acto involuntario de nacer. 

La cortina moral consistente en el duelo entre derechos por prevalecer unos sobre otros en un eterno debate filosófico se la quita rápido de encima la realidad. De repente llama a la puerta sin ser invitada. En ese punto, cuando la realidad llama, es cuando esta ley se me antoja un despropósito. 

Porque a mí lo que me importa es la realidad. Y en realidad esta ley va a promover un mercado negro de clínicas clandestinas que practicarán abortos sin ninguna supervisión. Abocará a adolescentes sin trabajo y sin porvenir a mendigar mil euros, a mentir, porque al fulano del polvo de aquella noche se le rompió el condón. Por supuesto esta ley será indulgente, vamos que ni tocará, a las que puedan pagarse un viaje de Ryanair a Londres o Berlín para que se le practique una eficiente interrupción voluntaria del embarazo. Si nos ponemos conspirativos fomentará una nueva mercancía: niños de madres sin futuro que dejan a sus retoños en adopción para esa pareja de profesionales que han cimentado su carrera tras duros años de trabajo y el cuerpo les dice que ya no está pa eso, que eso de procrear gasta mucha energía. El éxtasis para un neoliberal, inundar le mercado con un producto en creciente demanda y a coste cero. Si esa fuera su intención podrían reconocer y despenalizar el “embarazo de alquiler” en vez de obligar a mujeres a parir, o como mal menor recompensar a las que estas obligando. Y en este fregao no puede faltar el toque made in Spain: tertulia de esquina, copa y cafelito y mucha Iglesia.

Es por eso que las leyes que intentan modificar la realidad al final, el problema, es que lo modifican. Esta ley del aborto traerá situaciones como estas. Parecidas. Las mujeres tienen derecho a decidir si quieren evitarlas desprendiéndose de la futura vida que llevan dentro cuando apenas aún está formada. Muchas, pasados los años, lo verán como un error y cargaran esa pena por el resto de sus vidas. Muy pocas lo tomarán como hábito. La mujer como el hombre se merece esa autonomía. Nosotros la tenemos y parece que no la queremos soltar o si no imaginad una ley que prohiba la masturbación, que fuera dictada por una ministra y su propio séquito de eminencias con faldas (disculpen de antemano el repunte sexista) bajo el pretexto de que con cada eyaculación se desperdician millones de futuras vidas.

Déjenselo a ellas, que ellas lo decidan.

Yo apostaría que se impondrían su propia autonomía con ciertas restricciones, para evitar casos de pobres descerebradas que pretendan abortar con siete meses. Y ojalá hombres y mujeres nos pongamos un día de acuerdo en promover leyes que minimizaran y ayudaran a este tipo de descerebrados en vez de castigarlos. O promover una educación sexual libre de tapujos, tabúes, sencilla, clara y directa.

Así que para la mujer. Para las mujeres de mi pueblo. Para todas las mujeres, las que me caen bien y mal, las gordas y flacas, las estudiantes universitarias y las limpiadoras, a todas ellas, las de arriba, las de abajo y las de en medio, mi opinión es que es una pena, cada vez que se procede a un aborto se cuece una tragedia con cierto aire metafísico. Ojalá nunca los motivos fueran suficientes y las embarazadas que dudan si interrumpir o no su embarazo encontraran el camino para nunca tener que hacerlo. Y entiéndanos también, a nosotros, los hombres, porque en el fondo además es una discusión sobre quién controla la reproducción, milagro del que la naturaleza nos ha dejado bastante escorados.

Pero ahora que las cosas se han enfriado, que ya no hay tanto peso mediático, yo le voy a pedir a los políticos, al que se ponga por delante y a mí mismo: confiad.

Confiemos en ellas.

¡Coño!

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