Opinión - 02/06/2014
"Asiático XVIII". Paco Pérez
Autor:
Francisco Pérez Caballero

Desde que viajo tanto, los objetos que me acompañan se han reducido y compactado para quedarse sólo los que necesito, de tal forma, que en un momento cualquiera de cualquier día, puedo estar en la Plazuela publicando este artículo en internet, reservando a continuación un vuelo a Guangzhou desde el taxi que me lleva a Santa Justa y pagando unas horas más tarde una botella de agua en Doha con reales cataríes.

Durante mucho tiempo llevé cartera, wallet, pero me molestaba en las horas de coche, en las de avión. Tiré la cartera. Ahora sólo llevo en el bolsillo unas pocas tarjetas sueltas y algunos billetes del país en el que esté. Ahora que estoy en España llevo además el dni y el carnet de conducir, pero cuando estoy en Dhaka, Bangladesh, por ejemplo, llevo una tarjeta de La Caixa, otra del Standard Chartered Bank, el carnet del Nordic Club y unos cuantos takas, que por cierto son billetes que imprime la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre ¡de España! Qué cosas…

Y mi mochila antes era un maletín de ordenador, de los que o se llevan en la mano de las asas o se cuelgan en bandolera. Con las horas me dejaba el hombro reventado. Un día se rompió el maletín, justo cuando salía de Alcalá en dirección a Santa Justa. Paré en el Media Markt y buscando un maletín de repuesto encontré una mochila para el portátil. ¡Qué gran descubrimiento! El peso repartido entre los dos hombros y las manos libres. Qué más se puede pedir. Y bolsillos por todos lados, por dentro y por fuera. En el último viaje que hice desde Guangzhou a Mairena del Alcor llevaba en la mochila siete móviles, un iPad, un Kindle, el portátil y todo lo demás. Como se suele decir, iba petada. Cuando en algún aeropuerto me hacen sacar su contenido no pueden creerse que vaya todo eso dentro.

En un bolsillo grande que tiene en la parte de fuera y que casi nunca abro, llevo un cable UTP, para conectar a internet donde no hay wifi pero sí toma de red. En ese bolsillo siempre llevo además un paquetito pequeño de pañuelos de papel y otro de chicles, para cuando tengo el aliento de mil demonios después de un día de esos de treinta o cuarenta horas.

Encima de ese bolsillo grande, que se abre con una cremallera horizontal, hay otro más pequeño que se abre en vertical. Esa cremallera me la dejo abierta sin querer muchas veces y siempre hay alguien por la calle que me avisa para que la cierre. Dentro de ese bolsillo llevo el pasaporte, un generador de códigos de seguridad del Bank of China, una linternita con pinza para leer libros, unos auriculares de botón metidos en una bolsita roja y las llaves del piso de Guangzhou o de la casa de Mairena, depende de dónde no esté. La bolsita roja es de una tienda de perlas que hay en el Círculo 2 de Gulshan, en un mercado llamado DIT-2 donde se vende desde pescado y fruta, hasta perlas, alfombras y baúles de Nepal. El pasaporte tiene el canto muy gastado, lo renuevo una vez al año, cuando lleno de sellos las treinta y dos páginas. Ahora que tengo el permiso de residencia en China me pondrán algunos sellos menos y me durará más.

La mochila tiene dos compartimentos principales, el interior y el exterior. En este último llevo la cartilla con las vacunas que me han puesto, entre las que están el cólera, la fiebre amarilla, el tifus, y las tres hepatitis. Llevo también una bolsita transparente con las tarjetas que no estoy usando y, aparte, los billetes y monedas que tampoco me sirven en el país en el que me encuentre. Un disco duro de trescientos gigas del tamaño de una pitillera, que utilizo fundamentalmente como copia de seguridad del ordenador con el que trabajo. Un bolígrafo con una esponjita especial en la punta para manejar pantallas táctiles y un bolígrafo de gel negro que es con el que firmo los documentos oficiales en China, NO SE ADMITE NINGÚN OTRO TIPO DE BOLÍGRAFO PARA FIRMAR DOCUMENTOS OFICIALES, ojo. También hay dos sobres transparentes con cierre hermético, en uno llevo fotocopias de los pasaportes de mi familia y bastantes fotos carnet de todos nosotros. Siempre hay algún sitio donde te las piden inesperadamente, como por ejemplo al comprar una tarjeta SIM en Bangladesh, te piden ocho fotos, al cruzar inmigración en Katmandú, te piden dos fotos, y así sucesiva e inesperadamente. El otro sobre transparente lo utilizo para guardar los recibos y tiques de taxis, restaurantes, hoteles, tiendas de fotos, trenes, aviones, ferris, academia de chino… Gastos de representación.

Por último está el compartimento principal, el grande, donde se guarda el ordenador. Tiene un separador para guardar también el cable y el cargador, pero llevo tantos que he tenido que hacerme con una bolsa extra. Mi padre me regaló una bolsa/maletín de lona impermeable verde botella, de esas que regalan en ferias y congresos, y ahí dentro llevo el cargador del portátil, otro de Blackberry con un cable de repuesto y dos de Apple, más todas sus versiones de mechero de coche para poder cargar casi en cualquier sitio, el del Kindle y el de un Nokia 1010, que es un móvil con dos tarjetas SIM que me compré en un mall en Guangzhou por veinticinco euros y que tiene una batería infinita. El año pasado lo guardé cargado en un cajón y doce meses después lo encendí y le quedaba el noventa por ciento de batería. Además dos convertidores de enchufe de los planos a los redondos.

Pero lo más importante está en un pequeño bolsillo con cremallera que se encuentra dentro del maletín de lona. En ese bolsillo está la micromagia de la microelectrónica. Ahí llevo dos módems usb, uno de Vodafone y otro de Grameenphone, para poder conectar el ordenador a internet casi en cualquier parte del planeta, llevo también dos tarjetas de memoria SD y microSD y un pendrive de ocho gigas donde puedo grabarme lo que sea en cualquier momento. La última vez que me dio un buen servicio fue en la calle Agustín de Foxá, donde está el Centro de Visados Chinos en Madrid. Se me acabaron las fotos carnet y utilicé el pendrive para grabar una foto carnet que tengo escaneada en el ordenador. Después me imprimieron treinta copias en una papelería por un euro o menos.

Ya casi termino, no podía meterme en esta descripción sin contarlo todo. Sólo me queda enumerar una llave usb del Bank of China, que utilizo para hacer transferencias chinas a través de internet, un lector usb de todo tipo de tarjetas de memoria, un estuchito transparente donde guardo SIMs de varios países y una ovejita de plástico que me tocó en el roscón de Reyes de 2012.

Con esta carga voy a casi todos lados. Pesa ocho kilos, pero son una extensión de lo que sé y de cómo me comunico, son, como dice Marshall McLuhan, extensiones de mi cuerpo. Y estoy tan habituado a ellas que cuando no están conmigo, sé exactamente que no están conmigo.

No me cabe duda que, con el tiempo, la tecnología conseguirá meter todo eso en algo que pueda llevar incorporado en una lentilla, o en un colgante, o en un implante coclear o en un pequeño dado que podré llevar en un bolsillo. Es cuestión de tiempo, lo sé.

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