Opinión - 02/12/2013
"Asiático XV". Paco Pérez
Autor:
Francisco Pérez Caballero

Voy volando en un Boeing 737-800, un avión viejo y muy usado. Al acercarnos al aeropuerto, en el descenso para el aterrizaje, veo por la ventanilla que es un pequeño aeropuerto militar. Los pocos edificios que forman la terminal están completamente pintados de camuflaje verde. Cuando el tren de aterrizaje trasero toca la pista se oyen desabrocharse los primeros cinturones de los pasajeros. Cuando baja el tren delantero y el avión comienza a frenar, empiezan a levantarse los primeros chinos a abrir el compartimento de equipajes. Las azafatas, aún sentadas en sus asientos de cara al pasaje, se desgañitan diciéndoles que se sienten, que no se pueden levantar hasta que el avión se detenga por completo. No ni .

Cuando el avión todavía va rápido por la pista, casi todo el pasaje chino está ya de pie y hablando por el móvil.

Una vez, volando con la Turkish Airline, la tripulación de azafatas era bastante marcial. Eran unas mujeres grandes y serias con cara de no andarse con remilgos a la hora de controlar a los pasajeros. En aquella ocasión la mayoría eran bangladeshis. No me equivoqué al juzgar el carácter de las azafatas. Cuando el avión estaba en la cabecera de la pista y ellas estaban ya sentadas, sonó un móvil y el bangladeshi por supuesto contestó. Una de las azafatas, se desabrochó el cinturón, se dirigió al asiento donde estaba el pasajero, le quitó el móvil de la oreja, lo apagó y se lo guardó en un bolsillo. Cuando aterricemos se lo devuelvo. El bangladeshi se quedó boquiabierto, pero no tuvo valor para decir ni pío. De camino a su asiento, la azafata todavía tuvo tiempo de quitarle el móvil de la oreja a otro bangladeshi y repetir la misma operación. Se sentó de nuevo de cara al pasaje sin inmutarse. Cuando ese avión aterrizó en Estambul, los bangladeshis comenzaron a levantarse casi tan pronto como lo hacen los chinos. Las azafatas desde sus asientos, con sus caras de sargentos temibles, dijeron UNA sola vez con voz fuerte SIT DOWN! y reinó el silencio en el avión hasta que se detuvo en la puerta de la terminal.

No sólo me pareció divertido, sino que sentí cierta satisfacción interior por ver a los desobedientes metidos en verea. Y ahí es donde me vino la reflexión. ¿Por qué me alegraba que se hubiera impuesto la autoridad? ¿Qué más me daba a mí que los bangladeshis se levantaran o encendieran los móviles?

Una vez, parado con mi coche en uno de los pocos semáforos que había entonces en Dhaka, otro coche me adelantó por donde adelantan los coches en Bangladesh, es decir, por donde hay hueco, sea a la izquierda, a la derecha, por el medio o por encima de la acera. En el semáforo había un policía con una vara de madera en la mano y un destornillador fajado en el cinturón que se usa para pincharle la rueda a los rickshaws que no se portan bien. ¡Baja la ventanilla!, le decía al del coche, y el del coche que no la bajaba, ¡que bajes la ventanilla! El del coche bajó la ventanilla y con la chulería del amo del mundo le contestó ¿qué quieres? ¡Qué no te puedes meter por donde te has metido y ahora quedarte ahí en medio atravesado! Vale, pues me voy, dijo tranquilamente el chulo. Subió la ventanilla, se saltó el semáforo en rojo tan pancho y se fue. Mientras hacía esto, el policía le daba varazos en el techo, en los cristales y le gritaba de todo, en vano. El coche se fue y el policía se quedó con su impotencia al lado del semáforo todavía en rojo.

Ahí se me quebró algo por dentro: ¡Un mortal desobedeciendo a la policía! En España, hasta los amigos más irreverentes que tengo, que los tengo, de los que se han pegado de mamporros con la autoridad, hasta ésos sienten un respeto visceral por las fuerzas del orden. Y lo que entendí entonces es que nos han adocenado bien, a los españoles y a otros occidentales, por las malas, bien adocenados. Durante decenios las fuerzas del orden han tenido poder para decidir sobre la vida o la muerte de los ciudadanos y eso, en el inconsciente colectivo, ha dejado una huella imborrable.

En Asia, las fuerzas del orden que tienen ese poder no suelen ser los policías de la calle, así que cuando miré a Abdul, sentado a mi derecha tras el volante, se estaba riendo del fracaso del pobre policía para poner orden.

En resumen, ya me da igual que los chinos se levanten, se sienten o hablen por el móvil cuando no deben. Ya le he perdido el respeto visceral a las órdenes y a lo preestablecido. Eso sí, yo no me levanto ni enciendo el móvil hasta que me lo dice la azafata. Como dios manda.

Por cierto, el otro día leí que algunas aerolíneas americanas ya están empezando a permitir usar aparatos electrónicos durante el despegue y el aterrizaje, ya ves.

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